Nave 9, Bilbao
Que los ochenta fueron una época idealizada en el terreno
musical y en otros ámbitos es algo incontestable. Muchos grupos se encumbraron a
veces sin los méritos necesarios por el simple hecho de que pasaban por allí y
cayeron en gracia en ese preciso instante. Y a otros se les ignoró por completo
quizás porque no casaban con el espíritu de la época o no se plegaban a las
tendencias dominantes del mercado. Ir contracorriente nunca estuvo lo
suficientemente valorado.
Eso les pasó a los madrileños La Frontera a comienzos de los
ochenta con su sonido de inequívoco regusto americano que no tenía parangón y
que aportó su ardiente aliento del desierto al panorama patrio. Pero el
encasillamiento al que les sometieron ciertos medios en el llamado “rock vaquero” provocó que en ocasiones
tuvieran que distanciarse de esa aguerrida estampa de poncho y mascar tabaco
para abrazar terrenos más cercanos al pop. Las convenciones de los géneros
pueden llegar a ser asfixiantes.
Ya les habíamos visto hacía pocos años en el marco del 30
aniversario de su primer disco, por lo que conocíamos de primera mano su
indiscutible rotundidad en las distancias cortas. Esta vez no hubo tanta
afluencia de personal como en su visita precedente, en la que llegaron a agotar
entradas en una jornada y en otra poco faltó, pero se congregó una multitud
bastante respetable en horario mañanero que confirmó la vigencia de su
cancionero todavía en 2018. Y eso será por algo, pasamos a detallar los
motivos.
Los forajidos de La
Frontera no tardaron en poner la locomotora en marcha con las revoluciones
a tope en “Viento salvaje” y “Cielo del sur”. Javier Andreu demostró de
inmediato el estado prodigioso de su garganta, clavando cada tono igual que en
estudio, mientras a su vera el bajista Toni Marmota aportaba la pose macarra a
lo Keith Richards. Una banda rodada hasta decir basta y en impecable forma
capaz de otorgar la dignidad requerida a un repertorio tan inmortal.
Toni Marmota, con su inseparable sombrero de copa. |
El festín continuó con el rockabilly frenético de “Cuatro
Rosas Estación” antes de sumergirse en la épica spaghetti-western con “Juan
Antonio Cortés”. Y en esta senda subieron hasta la estratosfera con “Duelo al
sol”, que les quedó muy bien a los coros. Sin quitarse el sombrero, “Pobre tahúr”
elevó las gargantas en el concurrido recinto y algunos se emocionaron tanto que
hasta pegaron golpes en el suelo igual que si estuvieran arreando a un caballo.
Al galope.
“Siete calaveras” reincidió en los inhóspitos parajes áridos
mientras el voceras Andreu extendía los brazos con aire mesiánico y los
entusiasmados fieles imitaban los movimientos. “Vivo o muerto” era también otro
himno acelerado para lanzar sombreros al aire antes de que el cantante se
pusiera emotivo al recordar que su madre le decía que tenía “unos ojos muy bonitos” y aludir al
parche pirata ineludible en “Aventuras del capitán Achab”.
Pero nada como apelar a la nostalgia en “Volverán los buenos
tiempos” para conseguir que el público se desmadre. Y no dudaron en ironizar
con “El límite”, su éxito radiado hasta la saciedad en los medios de la época,
al confesar que “ya era hora” de
tocarla. “Mi dulce tentación” emuló el tono heroico de Springsteen antes de que
se volvieran a desatar las gargantas a pleno pulmón. Una ristra de temazos
intachable, no sobraba nada.
Se retiraron todos a excepción del cantante, que aprovechó
para desarrollar su faceta más intimista, pero sus compis de fechorías no
tardaron en regresar para volver a poner el pabellón patas arriba. Anunciaron
una canción dedicada a “Cristiano Ronaldo”
y los pitidos comenzaron a inundar la sala. Estaban de coña. La falsa alarma se
confirmó con “Judas el miserable”, otra de las que no podía faltar en sus
conciertos.
En la presentación, el carismático bajista Toni Marmota
cosechó abundantes salvas de aplausos y en el solo de batería hasta hubo
ocasión para pasear las baquetas por la pared e incluso la tubería superior, quizás
un homenaje al pasado industrial del recinto. Y sorprendieron con “Si el whisky
no te arruina, las mujeres lo harán”, una pieza que tampoco suele prodigarse
demasiado en directo. Regalazo.
La homónima “La Frontera” era otra de las que llegaban a la
patata y en “Tren de medianoche” el vocalista emuló al final los ruidos de una
locomotora, a la par que aceleraban como en el clásico popularizado por The
Yardbirds “Train Kept A-Rollin’”. Los gritos de rodeo se extendieron por
doquier con “Viva Las Vegas” y alguno hasta lanzó la gorra al aire a falta de
sombrero cowboy.
Poco quedaba ya por rascar, pero las peticiones de bises
fueron estruendosas, por lo que no se hubiera entendido que pusieran pies en
polvorosa. Regresaron apelando de nuevo al desierto en “La ley de la horca” y
luego confesaron que iban a “repetir
canciones”, algo que “nunca hacían”.
Con la inmensidad discográfica a sus espaldas, aquello sonaba un poco a chiste,
aunque bueno, tampoco desagradó volver a escuchar “Pobre tahúr”. Hay cosas
peores.
A pesar del último detalle raro, se curraron todo un bolazo
que certifica que su leyenda y reputación de solvencia en las distancias cortas
ondea en lo más alto todavía a día de hoy. Hay grupos de los ochenta que en la
actualidad dan más pena que otra cosa, ese no es el caso ni por asomo de Javier
Andreu y compañía. Su puntería sigue intacta.
TEXTOS Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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