Kafe Antzokia, Bilbao
Pocas cosas existen más aterradoras que un concierto con
sillas. Es entrar en el recinto y encontrarse con semejante panorama desolador
que invita más al recogimiento de una clase magistral que al desmelene de un
recital de cualquier tipo. Deberían erradicarse de la faz de la tierra
costumbres tan perniciosas que atentan indiscriminadamente contra las ganas de
fiesta del personal, a la par que alientan dudas sobre si de verdad estamos en
un lugar rodeado de personas de verdad o más bien en un cementerio de muertos
vivientes.
Si fuera lo segundo, tampoco es que desentonaría demasiado con
el rollo fantasmagórico de The Handsome Family y sus letras que lo mismo
abordan suicidios, asesinatos y fantasmas que rememoran a personajes históricos
como Nikola Tesla o la actriz Natalie Wood. Todo eso sin olvidar los elementos
característicos de lo que se ha venido a llamar “gótico americano”, una tradición que en el campo literario cultivó
como nadie William Faulkner, aunque con notables precedentes del calibre de
Washington Irving o Nathaniel Hawthorne.
Como hemos dicho, el mar de sillas nos acojonó sobremanera y
esperábamos una brasa de tres pares de narices. El envejecido ambiente del
respetable no invitaba tampoco a pensar lo contrario, pese a que había
especímenes dignos de estudio como el tipo que teníamos al lado que se pasó
casi todo el concierto jugando a un juego del móvil o el jovenzuelo que alzaba
los cuernos al terminar cada canción como si aquello fuera un bolo de Slayer.
Cada uno tiene sus costumbres.
Pero la vida a veces te da sorpresas y lo cierto es que el
show de The Handsome Family resultó
muy agradable, no cabeceamos en absoluto y hasta nos entretuvimos bastante. La
culpa la tuvo principalmente el desparpajo que se gasta esta pareja en las
distancias cortas, que no dudaron en presentar casi cada corte, todo un detalle
para los no familiarizados con el idioma anglosajón, pues gran parte de su
atractivo reside en sus siniestras y poéticas letras llenas de contrastes.
De esta manera, iniciaron apelando al folk crepuscular de “My
Sister’s Tiny Hands” y su letra sobre “serpientes
y whisky”, según explicó Rennie Sparks. A su vera, la voz de su marido
Brett retumbaba con dignidad eclesiástica y confirmaba la absoluta
compenetración del matrimonio sobre las tablas. El explícito título de “So Much
Wine” despejaba incógnitas acerca de su significado, pero ya dejó escrito Bukowski
que “ninguna buena historia comienza con
un “estaba yo comiéndome una ensalada””. Las cosas claras.
Y en “Stalled” aludieron a la “nieve” diciendo que en español “todo
sonaba mejor” antes de tornarse profundos y anunciar una canción sobre “grandes amores” en “Weightless Again”.
Un prodigioso ejercicio de armonías vocales que bordaron de forma impecable y
que les pudo ganar el cielo.
Con “The Octopus” se marcaron una coña marinera traduciendo
el título al castellano, lo que les llevó a probar diversas variantes como “pupo”, a lo que el marido contestó: “¿Pero eso no era el nombre de un perro?”. Si
algo caracteriza tanto sus composiciones como su actitud en escena son los
contrastes, y si en un momento se arrancan con un chiste, al siguiente se
quejan de la situación actual en EE UU y se proclaman “orgullosos de estar fuera”. Lo de salir a la carretera para ellos
es como ir de vacaciones.
Obviamente, uno de los picos del recital estuvo en “Far From
Any Road”, conocida por haber formado parte de la popular serie ‘True Detective’.
Pero si la última vez que arribaron por la zona aquello todavía andaba muy
fresco, con muchos advenedizos que acudían al evento casi exclusivamente por
ese motivo, en esta ocasión ya se había pasado el furor del momento, lo
que hay que agradecer para que así solo tuviéramos gente aficionada a la música
y no a otras zarandajas.
Siguieron el relato argumental con “Arlene”, que reproducía
la tradicional estampa de dos personas que van al bosque y solo regresa una,
otra mirada más a las esencias más profundas. Y otra de las interpretaciones
inmaculadas de la noche fue “Gold”, una gesta épica sobre la cara oculta del
sueño americano y que por su tono cinematográfico podría aparecer en cualquier
peli de David Lynch. Pelos de punta con su ambiente sombrío similar al ‘Nebraska’
de Springsteen. Un temazo para recluirse en una cabaña de madera con un
Winchester modelo 1873.
La sinceridad de la pareja era brutal, por eso tampoco
sorprendió que confesaran que era la primera noche de la gira peninsular y “no sabían qué hacer”. Pues bueno, no
hubiera desagradado que rescataran el “Famous Blue Raincoat” del inmortal bardo
Leonard Cohen. En su lugar, ofrecieron una imagen pastoral a tope con “The Sad
Milkman”, que contó con momentos hilarantes cuando al grandullón Brett le dio
por traducir la letra simultáneamente. O te tirabas por el suelo de la risa o
te cortabas las venas, así se podría resumir su show.
Los aplausos fueron estruendosos cuando se retiraron hasta
el punto de que regresaron con el barbudo enardecido preguntando directamente a
la peña: “¿Qué coño queréis?”. El
comienzo a lo Johnny Cash de “In The Air” hizo que el melenudo de la primera
fila levantara de nuevo los cuernos y que hasta alguna señora cantara igual que
si estuviera en misa. El magnetismo del dúo sigue intacto.
Pues a pesar de los negros presagios, la verdad es que se
curraron al final un repertorio muy decente para beber whisky, perderse en las
montañas o lanzarse a la búsqueda de oro, si es que todavía queda algo. Y como
decían en uno de sus temas, acabar
borrachos al mediodía.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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