Sala Wurlitzer,
Madrid
Uno de los motivos principales del advenimiento del punk a
finales de los setenta fue sin duda el exceso de pomposidad de las bandas de
rock sinfónico tipo Yes o Pink Floyd. Los artistas que vivían recluidos en sus
torres de marfil se tiraban casi una vida estudiando música y luego ya entonces
se animaban a dar el serio y trascendental paso de montar un grupo. Con tan
elevado concepto de sí mismos y semejantes aires de grandeza, parecía imposible
que se detuvieran a echar una mirada alrededor para observar el alto índice de
paro en un país al borde de la bancarrota, el aumento de los partidos de
extrema derecha o un conflicto norirlandés con atentados terroristas salpicando
el territorio de vez en cuando.
Quizás los primeros que se quitaron la venda en ese sentido
fueron The Clash, cuyo primer single “White Riot” ya dejaba traslucir sus
vitriólicas intenciones, al tiempo que también ampliaban el campo de acción más
allá de los tres acordes al incorporar el reggae jamaicano con naturalidad a su
música. Al rebufo de estos surgirían nombres como Crisis o Gang of Four que
darían forma a lo que posteriormente se llamaría post punk.
Por todos estos motivos la visita a la península de los
británicos capitaneados por Tony Wakeford se antojaba todo un acontecimiento de
primera magnitud para cualquier estudioso del fenómeno punk. Y muchos así lo
debieron entender porque la sala anduvo abarrotada de un personal variopinto en
el que había desde peña con ropajes negros por la conexión Death In June hasta
camisas de flores. Eso sí, mención especial para la camiseta de RIP que se pudo
ver por ahí, seguramente el único rasgo inequívocamente auténtico de todo el
recinto. Siempre con una idea fiel.
Abrieron la velada Klobber,
un grupillo de músicos internacionales asentados en Madrid que nació como banda
tributo a The Clash y que en la actualidad funde el legado de Joe Strummer con
la conexión punki de Minnesota vía The Replacements o Hüsker Dü. Muy
entretenidos se tornaron con un vocalista que provocaba frecuentemente a la
concurrencia con alusiones a Portugal y alcanzaron su indiscutible pico con su
versión del “New Rose” de The Damned. Un entremés más que adecuado.
Klobber, punk visceral con ganas de cachondeo. |
Crisis en
realidad nunca fueron demasiado ortodoxos en lo musical con aquello de los tres
acordes y el nihilismo desaforado de algunos compatriotas suyos, a lo que sí
que se mostraron indiscutiblemente leales fue a ese ideario marxista que les
llevó a apoyar a organizaciones como Rock Against Racism o Anti Nazi League y
buscar la confrontación ideológica en sus conciertos. Con vistas a ese pasado,
iniciaron su recital en la sala Wurlitzer con “Back In The USSR”, que
obviamente nada tiene que ver con la pieza de The Beatles del álbum blanco y
que marcaba los parámetros por los que se movería la noche.
Siguieron echando gasolina al fuego con “Pc 1984” o ese
“White Youth” que pese a su supremacista título abogaba en verdad por la
solidaridad interracial. Tony Wakeford y los suyos se revelaron en un competente
estado de forma para otorgar la dignidad requerida a tan añejo catálogo que
provocó una revolución en el seno mismo del punk al apostar más por las
atmósferas recargadas de corte marcial que por la velocidad endiablada.
Como hemos dicho, su rollo era más post punk que otra cosa,
no muy alejado de lo que posteriormente cincelarían con precisión Joy Division,
así lo atestiguaba “On TV” o “Laughing”. Otro detalle reseñable es que ahí se
escupía bilis por doquier, pero el personal parecía poseído por el espíritu de
un gato de escayola, no se movía ni dios, igual que si fuera un desfile militar
norcoreano. En latitudes más al norte, un bolo de características similares
habría desatado pogos sin compasión, pero en la capital hubo que conformarse
con unos leves saltitos al final. En definitiva, el ambiente punk en el foro
quizás esté tan muerto como el chotis.
Hubo alusiones a la hoz y el martillo, megáfono de mitin y
propaganda política, aspectos que cristalizaron en el cántico de guerra “Red
Brigades”, en referencia a la organización italiana de lucha armada
revolucionaria, aquí no cabían sutilezas
ni medias tintas. No dudaron en acelerar el ritmo al final mientras se generaba
en las primeras filas cierto revoloteo sin que aquello llegara a desmelenarse.
El ardor no está reñido con la contención.
Y a modo de punto de encaje entre Crisis y Death In June ahí
estaba “All Alone In Her Nirvana”, que ya apareció en el álbum ‘The Guilty Have
No Pride’ de 1983 de las luminarias del neofolk, pero aquello era ya otra
historia, hasta el punto de que el propio Wakeford abandonó la banda por “discrepancias ideológicas”. Para
algunos, la dictadura del proletariado dejó de tener el encanto de antaño.
Con una producción compositiva un tanto precaria, tampoco es
que hubiera demasiado que rascar, aunque todavía tuvieron tiempo para marcarse
himnos como “Holocaust”, acogido entre la concurrencia con verdadera devoción y
que certificó que de vez en cuando se producían connatos de consciencia y de
vuelta a la vida. Terapia de choque.
El único bis “Kanada Kommando” sirvió para finiquitar un
recital que tampoco fue el de nuestras vidas, pero que valió para demostrar que
esta nueva encarnación de Crisis en el nuevo milenio conserva en un estado
aceptable el furor transgresor bolchevique de finales de los setenta. La llamada
de las Brigadas Rojas sigue teniendo predicamento.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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