martes, 12 de febrero de 2019

PUSSY RIOT: ¿Y ESTO ES PUNK?


Kafe Antzokia, Bilbao

Hoy en día las etiquetas en muchos casos se otorgan a la ligera, sin la menor justificación de ello y a veces únicamente desde un punto de vista comercial que permita llamar la atención. Una ceremonia de la confusión en la que se producen situaciones curiosas cuando uno acude a un espectáculo en teoría musical y acaba viendo otra cosa completamente distinta. No pasa nada, somos tipos abiertos con un vasto abanico cultural que también aprecian otras formas de expresión, pero no juguemos al despiste con el personal, por favor. A los eventos hay que llamarlos por su nombre.

Que al famoso colectivo de arte protesta Pussy Riot vaya unido el término punk huele más a jugarreta de marketing para vender un producto supuestamente provocador que a una mera intención de encasillar su música en dicho género, habida cuenta de que si uno repasa sus composiciones las guitarras son un elemento más bien anecdótico, con una clara predominancia de la electrónica o el indie convencional. Ni siquiera la apelación al feminismo o a los derechos LGTB les proporciona un aura transgresora, pues hace tiempo que ambos movimientos entraron a formar parte de ese buenismo imperante ante el que no cabe añadir matiz alguno sin que a uno lo cataloguen de fascista.


Pese a que en este colectivo eran 10 en un principio, para esta gira de ‘Riot Days’ solo queda María Aliójina, autora del libro homónimo en el que se basa el espectáculo y una de las arrestadas por las autoridades rusas por vandalismo tras aquel sonado episodio en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú en el que tras hacer la señal de la cruz tocaron una canción en la que pedían a la madre de Dios que echara a Putin del poder. Ya se sabe que en lo relativo al orden, los rusos no se andan con chiquitas, así que el resultado fue un escrito de acusación de 2.800 páginas y dos años de reclusión allá por los Urales. Que no se pierdan las viejas costumbres.

Después de semejante historieta a la que habría que añadir un presunto envenenamiento de uno de sus miembros que les forzó a cancelar su participación en el Donostia Festibala el pasado septiembre, era de esperar que el morbo se incrementara tanto como si fuera un mitin de Vox. De hecho, aunque su ideología no tenga nada que ver, comparten bastantes cosas con ese partido ultraderechista. Por ejemplo, ambos se tratan de fenómenos de moda que van de políticamente incorrectos, una ensoñación que contagia a no pocos seguidores, cuando lo que en realidad ofrecen es algo más antiguo que el chotis. No han inventado nada. Lo de las performances está ya más visto que el tebeo. Y desde el famoso urinario de Duchamp cualquier supuesta provocación en el mundo del arte conviene no tomársela demasiado en serio.


Pero antes de meternos de lleno en el engañaviejas de la velada, conviene subrayar que las únicas guitarras potentes que escuchamos durante la noche fueron las de New Day, el nuevo proyecto de la ex Dover Amparo Llanos, que como era de esperar tampoco se aparta demasiado de la sombra alargada de su antigua banda, aunque en ocasiones se atisbe un mayor acercamiento a la electrónica. Para pasar el rato ni tan mal.

Porque lo de Pussy Riot fue un timo en toda regla para cualquier aficionado a la música en general. Una prueba de que gran parte de los asistentes no sabía lo que se les venía encima estuvo en el comentario de sorpresa de una chica en primera fila: “¡Pero si no tienen instrumentos! ¿Dónde están?”. Y en efecto así era, pues por ahí se veía un teclado, algo de percusión y una mesa en medio con una cantidad considerable de botellas de agua que llevaba a pensar que no eran para consumo propio salvo inesperado ataque de sed colectivo. En escena se encontraba la mente pensante del proyecto María Aliójina, Kiryl Masheka y el dúo electrónico AWOTT (Asian Women On The Telephone). Dos tíos y dos tías, ambiente paritario en suma para no ofender la sensibilidad feminazi predominante en la sala.


De entrada, Alexander Cheparukhin, productor de todo el meollo, anuncia el evento como si aquello fuera lo más transgresor del mundo y nos incita a comportarnos de la manera “más punk posible”, menos mal que no le hicieron demasiado caso, pues de lo contrario podría haberse llevado algún que otro escupitajo. Una chica eslava guapilla se sitúa al lado de una trompeta disonante que da paso a un documental en pantalla grande con subtítulos en el que se suceden imágenes muy cambiantes que a veces costaba bastante seguir.

La líder del proyecto empieza a declamar con una tonalidad vigorosa a medio camino entre un rito ortodoxo y un mitin político. Los clásicos pasamontañas de colores que casi se han convertido en la marca corporativa de Pussy Riot no tardan en aparecer, e incluso una máscara de osito panda aporta el toque freak. Y se suceden los mensajes con consignas que mezclan religión del tipo “María, sé feminista”. En fin, recemos para que la masculinidad tóxica del fecundador Espíritu Santo no sea un impedimento.

Entre el rito ortodoxo y el mitin político.
 La historia del juicio ocupa una parte importante de la narración, no en vano la propia María participó activamente en el proceso repreguntando a los testigos y cuestionando la naturaleza de los cargos y el procedimiento. “El fiscal no entiende que no odio a nadie”, se puede leer por ahí y uno piensa en farsas judiciales como las que suceden en nuestro país, donde se piden más de 20 años por una declaración política. Menos mal que ese tipo de cosas tan antidemocráticas solo suceden en Rusia.

Eso de mirar hacia las alturas es un tanto incómodo, la verdad sea dicha, por lo que seguir el argumento de la obra de principio a fin te podría granjear una tortícolis como mínimo, pero de vez en cuando conseguimos quedarnos con ideas, como esa que decía que el aislamiento puede modificar el comportamiento de un individuo. Algo muy ruso, sí señor.

Y de vez en cuando los diferentes componentes se acercaban al frente como en una discoteca y hasta ululaban cual almas en pena. Hablaron de la vida en un campo de concentración donde uno solo es “un cuerpo” antes de un grito desgarrador y de que a Kiryl le entrara un siroco y empezara a lanzar agua indiscriminadamente al público. ¿Así que las botellas eran para eso? Pues como haya por ahí algún activista a favor del plástico va a sufrir de lo lindo, está muy de moda ahora.

O sea que en esto consistía la provocación, en arrojar agua y ya. Pues vaya. “Nadie debe ser como todos los demás”, otro mensaje supuestamente revolucionario que ya lo cantaban The Kinks allá por mediados de los sesenta en “I’m Not Like Anybody Else”. Se os han adelantado, chatos. Y el “Abajo la policía” tampoco es mucho más afortunado, pues The Exploited ya contaban con una pieza titulada “Police Shit” que no se andaba con medias tintas de si policía arriba o abajo.



“La revolución no es un camino de rosas. Es una batalla entre el presente y el pasado”. Vale, sí compramos esa frase de Fidel Castro, un tipo con una inteligencia y oratoria descomunal, aunque no sé si al Comandante le hubiera agradado este espectáculo o que utilizaran sus palabras para reforzar otro mensaje radicalmente distinto al que él defendía. Por ahí no había ni banderas rojas ni símbolos comunistas, ¿apropiación ideológica?

El episodio de la huelga de hambre mostró caras compungidas entre las presentes, habría que ver si la misma piedad aparecería en los linchamientos virtuales de las redes sociales. El lema “Libertad para los presos políticos” alzó de inmediato un mar de puños en alto y la imprecación final de “¿Soy libre?” cayó en un profundo vacío, pues nadie la contestó. Quizás es que ya se había desconectado del rollo hace tiempo. Un impecable espectáculo quedabien. Solo faltó un llamamiento para salvar a las ballenas.

A nosotros, más allá de la libertad, la pregunta que se nos quedó en el tintero fue la siguiente: ¿Y esto es punk? La respuesta solo cabría con una negación rotunda, a no ser que pensemos en la palabra punk como un mero reclamo, un término utilizado únicamente para llamar la atención, como las camisetas de The Clash o Ramones en el H&M. Los Sex Pistols se mearían en algo así.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


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