Kafe Antzokia, Bilbao
Hoy en día las etiquetas en muchos casos se otorgan a la
ligera, sin la menor justificación de ello y a veces únicamente desde un punto
de vista comercial que permita llamar la atención. Una ceremonia de la
confusión en la que se producen situaciones curiosas cuando uno acude a un
espectáculo en teoría musical y acaba viendo otra cosa completamente distinta.
No pasa nada, somos tipos abiertos con un vasto abanico cultural que también
aprecian otras formas de expresión, pero no juguemos al despiste con el
personal, por favor. A los eventos hay que llamarlos por su nombre.
Que al famoso colectivo de arte protesta Pussy Riot vaya
unido el término punk huele más a jugarreta de marketing para vender un producto
supuestamente provocador que a una mera intención de encasillar su música en
dicho género, habida cuenta de que si uno repasa sus composiciones las
guitarras son un elemento más bien anecdótico, con una clara predominancia de
la electrónica o el indie convencional. Ni siquiera la apelación al feminismo o
a los derechos LGTB les proporciona un aura transgresora, pues hace tiempo que
ambos movimientos entraron a formar parte de ese buenismo imperante ante el que
no cabe añadir matiz alguno sin que a uno lo cataloguen de fascista.
Pese a que en este colectivo eran 10 en un principio, para
esta gira de ‘Riot Days’ solo queda María Aliójina, autora del libro homónimo
en el que se basa el espectáculo y una de las arrestadas por las autoridades
rusas por vandalismo tras aquel sonado episodio en la Catedral de Cristo
Salvador de Moscú en el que tras hacer la señal de la cruz tocaron una canción
en la que pedían a la madre de Dios que echara a Putin del poder. Ya se sabe
que en lo relativo al orden, los rusos no se andan con chiquitas, así que el
resultado fue un escrito de acusación de 2.800 páginas y dos años de reclusión
allá por los Urales. Que no se pierdan las viejas costumbres.
Después de semejante historieta a la que habría que añadir
un presunto envenenamiento de uno de sus miembros que les forzó a cancelar su
participación en el Donostia Festibala el pasado septiembre, era de esperar que
el morbo se incrementara tanto como si fuera un mitin de Vox. De hecho, aunque
su ideología no tenga nada que ver, comparten bastantes cosas con ese partido
ultraderechista. Por ejemplo, ambos se tratan de fenómenos de moda que van de
políticamente incorrectos, una ensoñación que contagia a no pocos seguidores,
cuando lo que en realidad ofrecen es algo más antiguo que el chotis. No han
inventado nada. Lo de las performances está ya más visto que el tebeo. Y desde
el famoso urinario de Duchamp cualquier supuesta provocación en el mundo del
arte conviene no tomársela demasiado en serio.
Pero antes de meternos de lleno en el engañaviejas de la
velada, conviene subrayar que las únicas guitarras potentes que escuchamos
durante la noche fueron las de New Day,
el nuevo proyecto de la ex Dover Amparo Llanos, que como era de esperar tampoco
se aparta demasiado de la sombra alargada de su antigua banda, aunque en
ocasiones se atisbe un mayor acercamiento a la electrónica. Para pasar el rato
ni tan mal.
Porque lo de Pussy
Riot fue un timo en toda regla para cualquier aficionado a la música en
general. Una prueba de que gran parte de los asistentes no sabía lo que se les
venía encima estuvo en el comentario de sorpresa de una chica en primera fila: “¡Pero si no tienen instrumentos! ¿Dónde
están?”. Y en efecto así era, pues por ahí se veía un teclado, algo de
percusión y una mesa en medio con una cantidad considerable de botellas de agua
que llevaba a pensar que no eran para consumo propio salvo inesperado ataque de
sed colectivo. En escena se encontraba la mente pensante del proyecto María
Aliójina, Kiryl Masheka y el dúo electrónico AWOTT (Asian Women On The
Telephone). Dos tíos y dos tías, ambiente paritario en suma para no ofender la
sensibilidad feminazi predominante en la sala.
De entrada, Alexander Cheparukhin, productor de todo el
meollo, anuncia el evento como si aquello fuera lo más transgresor del mundo y
nos incita a comportarnos de la manera “más
punk posible”, menos mal que no le hicieron demasiado caso, pues de lo
contrario podría haberse llevado algún que otro escupitajo. Una chica eslava
guapilla se sitúa al lado de una trompeta disonante que da paso a un documental
en pantalla grande con subtítulos en el que se suceden imágenes muy cambiantes
que a veces costaba bastante seguir.
La líder del proyecto empieza a declamar con una tonalidad
vigorosa a medio camino entre un rito ortodoxo y un mitin político. Los
clásicos pasamontañas de colores que casi se han convertido en la marca
corporativa de Pussy Riot no tardan en aparecer, e incluso una máscara de osito
panda aporta el toque freak. Y se suceden los mensajes con consignas que
mezclan religión del tipo “María, sé
feminista”. En fin, recemos para que la masculinidad tóxica del fecundador
Espíritu Santo no sea un impedimento.
Entre el rito ortodoxo y el mitin político. |
La historia del juicio ocupa una parte importante de la
narración, no en vano la propia María participó activamente en el proceso
repreguntando a los testigos y cuestionando la naturaleza de los cargos y el
procedimiento. “El fiscal no entiende que
no odio a nadie”, se puede leer por ahí y uno piensa en farsas judiciales
como las que suceden en nuestro país, donde se piden más de 20 años por una
declaración política. Menos mal que ese tipo de cosas tan antidemocráticas solo
suceden en Rusia.
Eso de mirar hacia las alturas es un tanto incómodo, la verdad sea dicha, por lo que seguir el argumento de la obra de principio a fin te podría granjear una tortícolis como mínimo, pero de vez en cuando conseguimos quedarnos con ideas, como esa que decía que el aislamiento puede modificar el comportamiento de un individuo. Algo muy ruso, sí señor.
Y de vez en cuando los diferentes componentes se acercaban
al frente como en una discoteca y hasta ululaban cual almas en pena. Hablaron
de la vida en un campo de concentración donde uno solo es “un cuerpo” antes de un grito desgarrador y de que a Kiryl le
entrara un siroco y empezara a lanzar agua indiscriminadamente al público. ¿Así
que las botellas eran para eso? Pues como haya por ahí algún activista a favor
del plástico va a sufrir de lo lindo, está muy de moda ahora.
O sea que en esto consistía la provocación, en arrojar agua
y ya. Pues vaya. “Nadie debe ser como
todos los demás”, otro mensaje supuestamente revolucionario que ya lo
cantaban The Kinks allá por mediados de los sesenta en “I’m Not Like Anybody
Else”. Se os han adelantado, chatos. Y el “Abajo
la policía” tampoco es mucho más afortunado, pues The Exploited ya contaban
con una pieza titulada “Police Shit” que no se andaba con medias tintas de si
policía arriba o abajo.
“La revolución no es
un camino de rosas. Es una batalla entre el presente y el pasado”. Vale, sí
compramos esa frase de Fidel Castro, un tipo con una inteligencia y oratoria
descomunal, aunque no sé si al Comandante le hubiera agradado este espectáculo
o que utilizaran sus palabras para reforzar otro mensaje radicalmente distinto
al que él defendía. Por ahí no había ni banderas rojas ni símbolos comunistas,
¿apropiación ideológica?
El episodio de la huelga de hambre mostró caras compungidas
entre las presentes, habría que ver si la misma piedad aparecería en los
linchamientos virtuales de las redes sociales. El lema “Libertad para los presos políticos” alzó de inmediato un mar de
puños en alto y la imprecación final de “¿Soy
libre?” cayó en un profundo vacío, pues nadie la contestó. Quizás es que ya
se había desconectado del rollo hace tiempo. Un impecable espectáculo quedabien.
Solo faltó un llamamiento para salvar a las ballenas.
A nosotros, más allá de la libertad, la pregunta que se nos
quedó en el tintero fue la siguiente: ¿Y esto es punk? La respuesta solo cabría
con una negación rotunda, a no ser que pensemos en la palabra punk como un mero
reclamo, un término utilizado únicamente para llamar la atención, como las
camisetas de The Clash o Ramones en el H&M. Los Sex Pistols se mearían en
algo así.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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