lunes, 10 de junio de 2024

TULSA + BASURITA: INTENSO VIAJE EMOCIONAL

 

Kafe Antzokia, Bilbao

 

Hay artistas que poseen una voz tan poderosa que cualquier intento de encasillarles en un único estilo resulta por completo infructuoso. Es entonces cuando se utiliza la coletilla “de autor” para dar forma a lo indefinible y que la mayoría se haga a la idea de que hablamos de música por encima de etiquetas. Aléjense sectarios e inmovilistas, solo espíritus atrevidos y sin complejos, por favor.

 

Tulsa

Que en los tiempos actuales de inmediatez y de captar la atención en treinta segundos se siga apostando por los discos conceptuales ya indica toda una voluntad inquebrantable a prueba de bombas. Miren Iza, en su séptimo trabajo ‘Amadora’, se abre en canal para recuperar las vidas anónimas de esas madres que se dejaron la piel para criar a una familia que no recibieron el reconocimiento adecuado.

Era una propuesta arriesgada, puesto que se trataba de hurgar en viejas heridas y de mirar hacia ese interior que algunos prefieren evitar, pero los fieles arroparon de forma modesta a la artista en su concierto con banda en el Kafe Antzokia bilbaíno. Tal vez no estuviera la sala a reventar, pero los que allí estuvimos salimos convencidos de que habíamos visto uno de los mejores bolos del año.

Basurita
 

Calentaron el ambiente los getxotarras Basurita, combo de veteranos de la escena indie con miembros de El Inquilino Comunista, Cujo o Los Clavos que no suelen fallar nunca en directo. Dedicaron “El gran feliz” a Ricardo Lezón de McEnroe, que estaba presente entre el público, y a buen seguro que su cóctel de melodías pop y guitarras chirriantes en la estela de The Jesus & Mary Chain o The Velvet Underground no se le indigestó a nadie. Un entremés de altura.

Frente a gente que pone el piloto automático en el escenario, lo que Tulsa ofrecieron aquella noche fue una mezcla entre performance teatral y concierto al uso, un espectáculo cuidado de esos que se contemplan una vez cada ciento en viento y que desde luego merecería más atención que la que normalmente suele ocupar.

Tulsa

Con el guiño a las tradiciones vascas de “Santamártir” evocaron de un plumazo el ambiente fantasmagórico de Nick Cave con una banda muy competente en la que destacaban la pluriempleada batería Mariana o la propia Miren, que esa noche nos legó una interpretación de mucho nivel. Diríamos que fue sin duda la mejor vez que la habíamos visto.

“Una parte de mí” nos sumergió en una suerte de viaje emocional protagonizado por Amadora, una señora que también se enamora de su psiquiatra, pero llega a preguntarse por la verdadera naturaleza de ese afecto en “¿Amor o transferencia?”. El aspecto intimista sobresalió del mismo modo en “Cuando venga el león pálido”, con momentos de poner piel de gallina, antes de “Laguna”, otro corte reposado con evidente carga emotiva.

 

“No quiero hacer historia” supone un auténtico alegato en la época de las redes sociales y el ansia por aparentar, a contracorriente total, una punzada antes de embestir de nuevo de manera emocional con “Tacones lejanos”, que podría ser un más que digno homenaje a todas las madres del mundo. El altar particular de cada uno.

Tras un primer tramo centrado en su último lanzamiento, no se olvidaron tampoco de material pretérito como “Gran fuerza domadora”, que lo mismo funde el toque lúgubre de Cave o el primer Nacho Vegas con la PJ Harvey más atormentada. Una maravilla en la que Miren nos obsequió con una interpretación monumental.

 

Y en este descenso a las profundidades del corazón hubo “Destrucción mutua asegurada”, que “también podría llamarse Tinder”, según relataba la vocalista. Recordó las calles de Bilbao y confesó ganas de “enamorarse como ya no se puede” antes de “Los amantes del puente”, una cartografía sentimental similar a la que muchos poseen en la memoria cargada de lugares por donde uno ya no puede o ya no quiere pasar. Héroes por un día nada más.

Las canciones se iban deshilachando una tras otra como si formaran parte de un gran concepto y en “La boda” metió una crítica incisiva a ese sector insensible de la sociedad que basa su vida en la ostentación y en la pura apariencia. Y “Centauros” implicó una de las cimas indiscutibles de la velada con el respetable coreando a pulmón el título del tema. Qué pedazo voz la de Miren, dominando diversos registros y transmitiendo una emoción sin igual.

 

Seguramente entre los fans de Tulsa existan todo tipo de seres peculiares, como aquellos que acostumbran a toquetear la fruta antes de elegir, algunos les odiarán, pero Miren hasta les dedica la canción “Melocotón”, con cierto aire a lo Billy Idol. Este fue otro de los instantes más recordados de un show que se quedó en uno de sus puntos álgidos previamente a los bises.

Regresaron con una versión en euskera del corte “Yo no soy Penélope” y recuperaron ímpetu con una genial “Atalaya”, donde Miren se puso en plan mesiánica y pegó gritos como Iggy Pop o Jim Morrison. Enorme. Justo después se comenzaron a escuchar gritos de “señora” que fueron replicados por parte del público hasta que se respondió a la pregunta de “¿A dónde va, señora?” con “A la mierda todos los que lo dicen así”. Otro dardo envenenado hacia vetustos comportamientos sociales.

“La estrella” funcionó a modo de epílogo, evocando la electrónica de New Order y proporcionando frases con atisbos de esperanza como que “la vida empieza otra vez”. No olvidemos que todas las noches oscuras terminan con un radiante amanecer.

Un intenso viaje emocional como el de aquella noche no se vivía todos los días, pero los privilegiados que tuvimos el placer de estar allí lo recordaremos sin duda durante una buena temporada. Un show de gran nivel que recupera ese vicio inconfesable de los artistas de antaño de transmitir sensaciones por doquier. De cátedra.  

 

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