Satélite T, Bilbao
Dicen que los mejores planes son aquellos que surgen de
improvisto sin ningún tipo de premeditación. En esta categoría entrarían sin
duda aquellos bolos que pillan a principios de semana y que uno tampoco espera
que sean la bomba. Pequeños tentempiés que sirven de evasión ante la rutina
laboral y ayudan a sobrellevar el día a día. Deberían consagrarse estos
paréntesis que sientan al cuerpo como un buen lingotazo tras una estresante
jornada, un antídoto para soportar esa locura inherente a la cotidianeidad.
De idéntica filosofía evasiva presumía el doble cartel de
punk californiano de esa noche formado por Maniac y Suspect Parts, una gira
levantada desde el más puro underground
que nos ofrecía una oportunidad única de disfrutar de dos pedazo bandas que no
se suelen prodigar demasiado por estos lares. El encanto de sentirse parte de
un circuito reducido al margen de las grandes promotoras y que debería
preservarse como bien cultural de inabarcable valor.
Ya imaginábamos que con mal tiempo reinante andaríamos
cuatro gatos por el Satélite T, que sigue apostando por una envidiable
programación de combos internacionales, pero siempre hemos alabado el carácter
intimista de los conciertos reducidos. Apenas una veintena de personas se juntó
allí para acabar casi con los tímpanos taladrados debido al ensordecedor
volumen. Un placer para paladares selectos a prueba de ruido.
Oficiaron en primer lugar Suspect Parts, con un cantante y guitarrista que hablaba perfecto
castellano, aunque tampoco necesitaba hacerse tanto el simpático para caer en
gracia. La tralla ramoniana de “City Burning” se antojaba aval más que
suficiente para prestarles atención, eran unos auténticos orfebres de las
melodías con temas redondos que se quedaban a la primera escucha y unos coros
muy trabajados a lo Buzzcocks, caso de “To Stone”.
Los cachondos Suspect Parts. |
Tenían también cierto enfoque power pop en la línea de sus
compatriotas Redd Kross, y como hemos dicho antes, su voceras era un frontman absoluto que conocía tan bien
el idioma que no dudó en incitar a brindar al grito de “Salud, hijos de puta”. Y se quedó por completo con el personal
cuando nos mandó agacharnos a todos para hacernos una confesión: “I hate the perroflautas” porque según él
no creen en nada y agasajó a la concurrencia diciendo que cantaban “much better than the perroflautas”.
Divertidos a más no poder y con una garra superior a bastantes combos que
llenan estadios, una demostración de lo que debería ser un recital enérgico y
entretenido.
Finalistas según la prestigiosa revista LA Weekly en la
categoría de mejor banda de Los Ángeles, Maniac
también han destacado por sus potentes directos a la antigua usanza, sin
excesivos artificios, valiéndose únicamente de distorsión a raudales y una
actitud profesional que les lleva a dejarse la piel sin importar el número de
asistentes. Y la escasa concurrencia respondió a trallazos directos como “Party
City” con pogos íntimos de tres o cuatro personas, al tiempo que su
guitarrista, que era el mismo cachondo del grupo anterior, pedía chupitos y
decía que con alcohol todo sonaba mejor.
Dos grupos, idéntica actitud. |
Tal vez fueran excesivamente lineales en su rollo, pero
resulta complicado permanecer impasible ante descargas de adrenalina del
calibre de “Forts” o sutiles concesiones a la melodía en plan “Calamine”. Lo
cierto es que no aflojaron el pistón en ningún momento, por lo que pese a su
simpleza se tornaron tremendamente disfrutables, aunque quizás nos agradaran
más los precedentes en escena por su versatilidad.
Si en estudio ya llaman la atención por su ímpetu, en las
distancias cortas no se amilanan ni por asomo y los cortes añaden revoluciones
sin pudor. Con una duración que no llega ni a los dos minutos, “All Right,
Okay” patea culos y podría incendiar cualquier garito en el que el personal
anduviera borracho y con ganas de farra un sábado por la noche, un chute en
vena que acelera el ritmo y se sube a la cabeza como el vino más peleón.
A este respecto, al volver para los bises, el guitarrista
gracioso dijo que necesitaban “veinte chupitos”
a modo de combustible y alguno comenzó a cantar aquello de “Ya no quedan
más cojones, Eskorbuto a las elecciones” en alusión a la banda más honrada del
mundo.
Los californianos no iban tampoco desprovistos de valores,
pues es en tales reducidos lances donde un grupo demuestra si es una estrellita
presuntuosa de cartón piedra o por el contrario pertenece a los bajos fondos,
al selecto underground, la alta
alcurnia de la música que no se mezcla con las aborregadas masas. Un pedigrí
inimitable.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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