Satélite T, Bilbao
Uno nunca se cansará de repetir por mucho que pasen los años
que la verdadera prueba de fuego para un grupo sigue siendo el directo. Al
margen de las modas del momento, la promoción más o menos acertada o el hábil
manejo del autobombo en las redes sociales, todavía el cara a cara conserva ese
halo de autenticidad capaz de crear una carrera casi de la nada o hundir en el
fango a aquellos que no terminan de entender ese código tácito que debería
imperar en cualquier garito medianamente serio.
Y lo mejor de todo es que no existe sustituto alguno para
eso, pues nada puede compararse a la sensación de presenciar a escasos metros a
unos tipos dejándose la piel, en la mayoría de los casos sin una gran
recompensa de por medio. Porque aparte de las consabidas megaestrellas que
movilizan a los ignorantes que no saben de música, algunos cruzados permanecen
en sus trece indiferentes a los vaivenes del mercado, si es que de verdad eso
alguna vez influyó en el recóndito underground.
Los de Donosti la liaron parda. |
La épica siempre ha envuelto a los guipuzcoanos Nuevo
Catecismo Católico, desde aquella mítica promesa de no abandonar la banda si no
era “con los pies por delante”, pese a que han sufrido también cambios de
formación como el común de los mortales. Pero lo que no ha variado un ápice
desde que iniciaran su trayectoria en 1992 es su voluntad inquebrantable de
tocar, tocar y tocar, a la antigua usanza, sin planes a largo plazo que valgan.
Gran expectación se palpaba en el ambiente festivo de la
Semana Grande bilbaína, con el garito a rebosar de peña, dentro y en las
terrazas exteriores, casi repitiendo la hazaña del día anterior cuando Sex
Museum agotaron las entradas en el mismo recinto. Los tipos además se hicieron
de rogar al aparecer en el último momento, probar un rato y enseguida ya
estaban listos para dar el callo.
Tal vez en un alarde de humildad por su tardanza Nuevo Catecismo Católico extendieron el
evangelio con “Aquí llega Dios” y su cantante con melena a lo Ramones no tardó
en sumergirse en la muchedumbre en busca de calor humano. Aquí no cabían
presentaciones aburridas ni peroratas inútiles, era una descarga de pura
adrenalina, con temas casi atropellándose unos contra otros, a los que solo les
faltaba añadir “one, two, three, four”.
“Prefiero estar en el suelo” parecía una sutil ironía con su
vocalista lanzándose cada dos por tres por encima del respetable y “No quiero obedecer”
seguía la tónica a piñón fijo, sin aflojar en absoluto. Y “Generación Perdida”
evocó el nihilismo adolescente de un Johnny Thunders, antes de que “Life Is A
Lie” remitiera a la garra escandinava de Backyard Babies o Turbonegro.
El cantante prefería estar en el suelo. |
No podría decirse desde luego que destacaran por su
originalidad o por intentar inventar la rueda, pero ni falta que hacía, les
bastaban unas premisas básicas que podría entender todo el mundo y que no
requerían comerse la cabeza lo más mínimo. No era el momento de las ínfulas
intelectualoides.
“Tú y yo podemos comprenderlo” sirvió para que el personal
levantara el puño en alto y reivindicara los riffs directos al tuétano. El
fiestón continuaba su curso y uno de sus guitarras acabó subido a burros, como
si fueran unas megaestrellas totales. Pocas veces hemos visto semejante entrega
a las tablas.
Las ironías de la vida volvían a aparecer en el tramo final
en “Odio la velocidad”, a toda leche, por cierto. Si hubiera que describir con
un adjetivo la descarga de esa noche ese sería salvaje, pues aquello solo
podría calificarse de salvajismo, 45 minutos de tralla punkarra que se llevaban
cualquier cosa a su paso con el ímpetu de un tren de mercancías, un auténtico
descenso a las profundidades del infierno, por el calor sofocante que
padecimos, por lo menos.
El único parón durante el bolo fue para pillar de la barra
un pintxo de Bilbao que el vocalista deglutió in situ sin compasión antes de preguntarnos con cierta coña si
éramos más de Barón Rojo u Obús. La broma devino en una descomunal versión del
“Search & Destroy” de Iggy Pop & The Stooges, que mezcló castellano e
inglés, al tiempo que el estribillo incitaba a buscar destrucción. No era para
menos, el ambiente reggaetonero de ciertas txosnas ya hubiera merecido una
buena lluvia de Napalm, ese dulce olor por la mañana que amaba el Coronel
Kilgore en ‘Apocalypse Now’.
Ya nos lo advirtieron los de Donosti nada más salir a
escena: “Lo que veis es lo que hay”.
Sin trampa ni cartón. Un ejercicio de sinceridad de esos que debería realizar
cada uno frente al espejo al levantarse igual que si fueran gárgaras. Es
necesario purificarse de vez en cuando, despojarse de lo accesorio y sentir la
misma esencia. El rock n’ roll, los vatios, el sudor. Todo eso.
TEXTO: ALFREDO
VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN
No hay comentarios:
Publicar un comentario