Satélite T, Bilbao
Las giras de míticas leyendas de una época siempre llevan
añadido un grado considerable de suspicacia. ¿Estarán en forma? ¿O más bien
deberían dedicarse a mirar obras? Esas suelen ser las preguntas que cualquiera
con dos dedos de frente se haría en semejante tesitura, aunque no pocas veces
conviene dejarse llevar y olvidarse por un momento de formalismos, sabedor de
aquella paradoja que dice que los mejores planes son los inesperados
precisamente.
Los madrileños La Frontera en realidad nunca se fueron, pese
a que a finales de los noventa tuvieron algunos parones en los que el vocalista
Javier Andreu aprovechó para sacar su disco en solitario ‘Libro de cuentos’. Conscientes
de que nadie dura en el candelero por los siglos de los siglos, ya habían
catado de sobra las mieles del éxito en los gloriosos años ochenta cuando temas
suyos como “Judas el Miserable” o “El Límite” eran radiados sin piedad en
radiofórmulas y se convertían casi en himnos generacionales.
Javier Andreu, en perfecto estado vocal. |
Lo que nunca cambió a lo largo de sus tres décadas de
actividad fue el continuo contacto con su público. Incluso en los inciertos
periodos en los que las ventas no acompañaban, buscaron a sus seguidores en
grandes o pequeños escenarios, recordándoles que estaban vivos, que su espíritu
se mantenía infatigable y que ni siquiera una solitaria travesía en el desierto
arrugaría lo más mínimo sus ganas de arder de nuevo bajo el sol.
Hacía tiempo que no dejaban caer los sombreros por la capital
vizcaína, pero con una fecha de entradas agotadas y otra en la que si no
vendieron todo el papel poco faltaría, quedó bien claro que su poder de
convocatoria no ha menguado en absoluto por la zona norte. Ellos mismos durante
el bolo recordaron la primera vez que estuvieron en Bilbao, en la época “punk” de la ciudad, es decir, esa urbe
gris e industrial que nada tenía que ver con la actual metrópoli de diseño para
jubilados.
No faltó una soga en el escenario. |
Con un ambiente asfixiante en cuanto a afluencia donde había
que luchar por el codiciado espacio vital, La
Frontera desenfundaron de inmediato las pistolas con “Viento Salvaje” y la
springsteeniana “Mi dulce tentación”, apelando ya de entrada a la nostalgia y a
las juergas épicas. Había muchos puretas entre el respetable, es verdad, pero
era asimismo muy reseñable la presencia de chicas jóvenes que daban color a una
muchedumbre variopinta unida por la devoción a un grupo que sin duda forma
parte de la historia del rock en castellano.
Nos avisaron de que su repertorio sería de infarto y eso se
estaba cumpliendo al milímetro con su himno “Volverán los buenos tiempos” que
sigue la mejor tradición del sonido New Jersey. El estado vocal de Javier
Andreu era para descubrirse por completo, clavando cada nota igual que si
escucháramos el disco en estudio, mientras a su vera, Toni Marmota, el otro
alma del grupo, derrochaba actitud detrás de su sombrero de copa y sus gafas de
sol.
Toni Marmota, pegado a su eterno sombrero. |
“La Ciudad” engrosaba sin problemas la ristra de clásicos y
“Siete Calaveras” levantaba la polvareda del Lejano Oeste que se metía en los
ojos y no cesaba con “La ley de la horca”, esa que tal vez se debería aplicar a
día de hoy ante tanto chorizo y jeta institucional. Con semejantes piezas
aullarían hasta los chacales a la luz de la luna.
Cambiaron los parajes áridos por los mares en “Las Aventuras
del Capitán Achab” y se alcanzó uno de los puntos álgidos de la velada con el
homónimo “La Frontera” y el inevitable “El Límite”, que elevó las gargantas
hasta el infinito. Pudimos seguir mascando tabaco con otro tipo conocido que
responde al nombre de “Juan Antonio Cortés” y por supuesto se esperaba que se
uniera también a la fiesta “Judas El Miserable”, que desató bailes en el
recinto como si aquello fuera un rodeo. Todo un cancionero frenético ante el
que se antojaba inevitable mantener la atención.
Javier Andreu advirtió de su naturaleza bipolar porque eran “románticos” y “rockeros”. “¡Y géminis!”,
añadió Toni Marmota, antes de arrancarse con “Aunque el tiempo nos separe”, una
pieza que “les emociona” en sus
propias palabras y que fue uno de los pocos respiros que nos concedieron. No
tardaron en recuperar fuelle con “Pobre Tahúr”, otro momento para calzarse
camperas y soltar un “yihaaa”, y
rematar con la rockabilly “Cielo del sur”, en la que se levantó todo un
horizonte de manos levantadas. Seguro que nunca lo podrán olvidar.
Y sin flojear se marcharon hasta las vías del ferrocarril en
“Cuatro Rosas Estación” antes de finiquitar con la adaptación “Viva Las Vegas”
popularizada por Elvis, el perfecto colofón desértico. Todavía les quedaba
pólvora en la recámara con “Duelo al sol” y mirarnos fijamente a los ojos
mientras imaginábamos que sonaba una trompeta de fondo y los buitres revoloteaban
alrededor. Sin miedo a las balas.
“Tren de medianoche” apeló de nuevo a los recuerdos y sirvió
para que se despidieran de la primera de sus dos noches en Bilbao con los
ánimos exaltados y con muchos esperando que siguieran tocando otra hora más por
lo menos. Que la locomotora circulara toda la noche, como decía el clásico de
Tiny Bradshaw, Howard Kay y Lois Mann.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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