Kafe Antzokia, Bilbao
Hay algunos que prefieren los trajes, otros la ropa que se
cae a pedazos. La de veces que habremos escuchado en la infancia y de
adolescente aquello de “Vas como un
pordiosero”. Daba igual que respondiéramos que en realidad nos gustaba ir
así y que era una cuestión de principios, nadie parecía entender una aparente
dejadez que no era tal, sino reivindicación de los objetos personales con alma
que tras un tiempo considerable pasan a formar parte de tu propia trayectoria
vital y resulta complicado desprenderse de ellos.
Una actitud que seguramente comparten los germanos Zodiac
con su indisimulada admiración hacia los sonidos de los setenta y esa filosofía
de antaño de tirar millas, cuando las bandas se hacían grandes en base a sus
directos. Enseñanzas que parecen haber seguido al milímetro los de Münster con
una carrera ascendente que cristalizó en una primera gira como cabezas de
cartel en Alemania el año pasado, producto de la cual registraron su reciente
álbum en vivo ‘The Road Tapes Vol.1’.
Y ahora se embarcaban en esa misma empresa por la península,
una propuesta arriesgada para cualquier grupo con aspiraciones a ser profetas
más allá de su tierra. Ya habían recorrido con anterioridad la piel del toro,
dejando gratas sensaciones entre la concurrencia en aquella gira que
compartieron junto a los colosos en su rollo Spiritual Beggars.
Tal vez fuera por esa saturación de conciertos que nos
comentaba una colegui, pero lo cierto es que los alemanes no consiguieron
arrastrar a multitudes en su estreno por su cuenta en estos lares. Apenas una
treintena de personas se animaron a acercarse a un recinto que se les quedó
inmenso, habida cuenta de que habían cambiado además el bolo al piso de abajo
del Antzoki, renunciando de esta manera a la intimidad que siempre proporciona
la planta superior.
Merece destacarse una vez más que es en estos lances donde
se forjan los auténticos profesionales, esos capaces de marcarse un recital de
órdago ante unos escasos fieles. Zodiac pertenecen
sin duda a esa insigne estirpe y así nos lo hicieron saber desde el comienzo
con “Drown”, primer corte de su maqueta del 2011 y todo un guiño a sus inicios.
Pese a que en un principio pudieran hacer gala de esa
frialdad tan propia de la Europa norteña, no tardaron en desfogarse poco a poco
con el hard rock con agallas de “Horrorvision” y captaron de inmediato el
interés de los presentes con “A Bit Of Devil”, donde sacaron a relucir unos
coros compenetrados y un considerable rodamiento en escena.
Iban tomando confianza con el expectante respetable y el
voceras Nick Van Delft trataba de romper el hielo, aunque sea a base de
tópicos, como al reivindicar la libertad de pensamiento en el enérgico medio
tiempo “Believer”, de aire clásico y con ese regusto en el paladar de los
caldos de calidad. Su competencia era incuestionable, eso se advertía en las
piezas extensas en las que se liaban la manta a la cabeza y se dejaban llevar por
una suerte de improvisaciones calculadas, aunque esto pueda parecer una
contradicción en sí misma.
Tuvieron a bien combinar las divagaciones con los disparos
certeros, caso de “Moonshine”, un in
crescendo no exento de contundencia, o “Swinging On The Run”, en la que
hablan del negocio discográfico, “un
lugar no muy adecuado para entrar”, según afirmaron. Aquí aprovechó el
cantante para explayarse a las seis cuerdas y nos legó un solo mayúsculo, muy
reseñable además su habilidad en este aspecto.
Preguntaron si nos gustaba “el blues de la vieja escuela” y ante la abrumadora respuesta se
arrancaron con “Blue Jean Blues”, uno de los puntos álgidos de la noche y una
auténtica delicatessen para sibaritas, esos que gustan saborear las sobremesas
de copa y puro. Una vieja canción de ZZ Top a la que insuflan vida propia y un
sentimiento a la altura de la original, alguno incluso soltó un “¡Wow!”. Había que ser de piedra para no
sucumbir a los encantos de un blues eléctrico en la escuela del “Since I’ve
Been Loving You” de Led Zeppelin. Pura crema.
Cambiaron de tercio con las cabalgadas a lo Thin Lizzy de
“Holding On” y “Free” evocó punteos hendrixianos y el aroma vetusto de la
cuenca del Misisipi. La poca afluencia no impidió que fueran vitoreados en
repetidas ocasiones, en especial cuando homenajearon al maestro Neil Young en
la inmensa “Cortez The Killer”, muy fiel a la original y bordando las partes
instrumentales, a las que añadieron una potencia inédita. Ante tanto despliegue
de clase era complicado permanecer impertérrito, por lo que muchos no pudieron
evitar aplaudir de improvisto. Normal, aquello era un manjar muy exquisito.
Habíamos entrado en calor hacía tiempo, e incluso teníamos
algún fan en primera fila que se sabía todas las canciones, pero anunciaron que
“Coming Home” sería la última, otra inmensidad para degustar en sus más de
quince minutos en directo. Volvieron a sobresalir en el tema de los punteos y a
consagrarse unos expertos en el asunto, pues no es fácil mantener la atención sin
caer en el aburrimiento o en la masturbación inmisericorde de mástiles. Poseían
clase, o talento, que cada cual lo llame como quiera.
Parecía que nadie se animaría a pedir bises en un principio,
pero al final se escucharon los consabidos gritos de aprobación, por lo que
retornaron para una única propina. Un catálogo de tres discos en estudio ya
hubiera dado para estirarse un poco más, pero nos quedamos con el espíritu de
esos vaqueros desgastados, esos que olían a aceite y gasolina y que podrían
hacer a cualquier hombre feliz si los consiguiera recuperar. El valor de las
pequeñas cosas.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
No hay comentarios:
Publicar un comentario