Kafe Antzokia, Bilbao
Hay música que casi no se entendería sin el humo de
cigarrillos. Ni tampoco sin el tintinear de copas. Nada de vulgares reuniones
de borrachos, aquí hablamos de gente con clase, caballeros y damas expertos en
mantener la compostura e ignorar los efectos adversos del alcohol. Y de fondo,
bajo una luz tenue, suena una melodía que tal vez embriague tanto como los
fuertes licores espirituosos que sirven en el local. Un garito de los de antes
en los que te recibía la niebla de la nicotina con una densidad tal que a veces
hasta picaban los ojos del veterano fumador.
En un ambiente similar se crió la explosiva cantante y
pianista de rhythm & blues Sister Cookie, que ya siendo una adolescente
comenzó a patearse los tugurios de la
escena retro londinense hasta recalar en sitios de indudable prestigio del
estilo del Lady Luck Club, donde se convirtió en toda una estrella gracias a
sus versátiles actuaciones que combinaban soul, rock n’ roll primigenio, ska,
góspel o el inevitable rhythm & blues. Una mezcolanza que se erigía en su
principal valor ante tanto encorsetamiento de género.
Tras acompañar a bandas como Mambo Jambo, Ray Collins Hot
Club o Soulful Orchestra, esta dama de origen nigeriano venía en solitario a la
península en una gira que la anunciaba como a una auténtica diva en lo suyo.
Bueno, tal vez exageraran un poco, porque tampoco contaba con demasiado
material propio para pegar una escucha previa, la mayoría de sus canciones se
componía por versiones ajenas, pasadas por el tamiz de su portentosa voz, eso
sí.
Nada hacía presagiar que un pleno puente el Kafe Antzoki
registrara una más que considerable afluencia de peña pudiente y elegante, con
la media de edad elevada por las nubes. Debido a la cantidad de gente que
ocupaba las escaleras destinadas a fotógrafos, la propia artista incluso tuvo
que pedir permiso para poder subir al escenario, algo inaudito y que reflejaba
la absoluta expectación creada en torno a su figura.
Precedida por una solvente banda que ejecutó una intro
instrumental, la diva de ébano Sister
Cookie salió whisky en mano e hizo gala de un desparpajo total sin que se
supiera a ciencia cierta si era provocado por la bebida o tal vez estuviera en
su naturaleza parlanchina. El primer pico llegó con “Unchain My Heart” de Ray
Charles, que popularizara posteriormente Joe Cocker, más cercana a la original
que a la del león de voz aguardentosa, pero que supo manejar con la dignidad
necesaria, una de esas piezas para perderse en un mar de humo.
“Trouble” de Elvis Presley fue otra de las tonadillas mejor
recibidas por ese público maduro que tampoco exigía demasiado el año bisiesto
que les tocaba salir. Y en “He Is The Boy” cambió por completo de rollo con un
ska en el que sobresalió ese saxofonista que se antojó una de las estrellas de
la velada, haciéndose notar y reivindicando su espacio frente a un resto de
compañeros a los que no se podía achacar falta de pericia.
El “Funnel of Love” de Wanda Jackson no anduvo desprovisto
de clase y en el “I Put A Spell On You” de Screamin’ Jay Hawkins el vaso de
whisky que llevaba en la mano cobró relevancia y se transformó en algo más que
un simple objeto. Un complemento indispensable en la canción que otorgaba
credibilidad a una de las composiciones más sensuales de todos los tiempos.
Decían algunos que la diva no estaba en su mejor momento
vocal, aunque un servidor desde la vanguardia no escuchó demasiadas
irregularidades al respecto, más bien lo contrario, brilló con luz propia y
demostró que posee el talento suficiente para dedicarse en cuerpo y alma a esa
trayectoria en solitario, que acaba de inaugurar, como quien dice. No se puede
estar viviendo por los siglos de los siglos del cancionero ajeno, por muy bien
que esté interpretado.
A veces se la notaba empero un poco sofocada, tal vez por
ello desapareció de improvisto de escena y dejó el muerto a sus acompañantes,
que tuvieron cada uno su minuto de gloria. El contrabajista aporreaba las
cuerdas mientras silbaba, el guitarrista se arrancó con unos punteos deudores
del surf rock y finalmente el batería, tras darle al asunto durante un rato, se
levantó y golpeó sus baquetas en el contrabajo creando un curioso efecto.
El saxo se desató en “Keep Your Hands On The Plow” antes de
que la inmensa londinense presentara “How Could I Help But Love You” como una “sensual canción de amor”. Y el líquido
elemento a su vera volvió a hacerse notar en “Please Mister Jailer”, un blues
de copa y puro que anchaba su paleta estilística.
Quizás abusara un tanto del sonido ska, al llevar a ese
terreno el “Summertime” de George Gershwin, aunque el toque añejo lo convertía
en algo perfectamente digerible para aquellos que odiamos a muerte ese género.
Tuvo la diva incluso un arrebato de amor fraternal al confesar que el whisky le
hacía “amarnos más”, ya se sabe que
con tres o cuatro copas se empieza a querer a todo el mundo.
Y sin despegarse de su querido amante, entonó “Work Song”,
previamente a unos bises que la concurrencia exigió a grito pelado. No retornar
de ipso facto hubiera sido de sinvergüenzas, pues apenas llevaban una hora
sobre las tablas, pero la morena agradecida aprovechó para presentar a la
banda, marcarse unos bailecitos descalza y finiquitar con un “Shakin’ All Over”
de Johnny Kid & The Pirates con punteos surf rock tarantinianos donde se
lució de lo lindo el guitarrista.
Eso de terminar antes para prolongar los bises es un truco
vetusto de los inicios de la humanidad, pero hay que destacar que por lo menos
la señora correspondiera al personal irrumpiendo en escena hasta dos veces más
con “Where’s My Money”, diciendo que “su
dinero estaba en todos nosotros”, y con el clásico de Ray Charles “What I’d
Say”, en la que los fieles contestaron con aullidos tribales.
Un recital respetable, digno, aunque por debajo de las expectativas
creadas, y con una diva que parecía bañada en whisky, dada su notable afición y
ensalzamiento de esta bebida. Dicen los expertos en la materia que la edad solo
indica el tiempo que ha estado en un barril, no lo bueno que es. ¿Podría
aplicarse lo mismo a este huracán negro?
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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