Kafe Antzokia, Bilbao
Hoy en día cualquiera va de alternativo, indie o cómo diantres quiera llamar uno
a esa estúpida manía de sentirse especial, por un lado, pero luego comulgar con
los gustos aborregados de la mayoría de tapadillo. Nunca desaprovecharemos la
mínima ocasión para denunciar ese postureo tan habitual que parece casi moneda
de cambio imprescindible para moverse en la contemporaneidad.
Porque no son pocas las bandas que se vanaglorian de
dirigirse a exquisitas minorías, pero luego firman contratos con
multinacionales y su pose de divos absolutos resta credibilidad por completo a
cualquier tipo de mensaje que se trate de transmitir. Ya en el advenimiento del
movimiento punk se distinguía entre los macarras de postín criados entre
algodones procedentes del entorno universitario y los auténticos discípulos
nihilistas, currelas bregados en los bajos fondos como Mark E. Smith de The
Fall, que dejaron la escuela a los 19
años y renegaban de cualquier atisbo cultureta.
Un poco de ambas vertientes poseen los también británicos
The Wave Pictures, que funden las dos tradiciones y sirven además de puente en
términos musicales entre EE UU y Reino Unido al evocar lo mismo a The Smiths o
Dr. Feelgood que a The Velvet Underground o al influyente Jonathan Richman.
Todo ello aderezado de una frenética actividad en estudio que les lleva a
acumular varios discos al año y convertirse en una rara avis en un panorama musical plagado de vagos redomados que se
tiran casi un lustro para sacar algo decente.
Tal vez por su reputación de grupo de culto, lo cierto es
que estos londinenses de adopción consiguieron congregar en el piso superior
del Kafe Antzoki a una nutrida multitud de peña sofisticada, alguna chica con
sombrero y una ingente masa puretil que parecía conocer al dedillo su
discografía. De vez en cuando se veían por ahí abducciones mentales con
determinados punteos y hasta una especie de fiestón íntimo al lado del
escenario.
Hay que reconocer que eran simpáticos los chavales de The Wave Pictures, con ese punto
entrañable de unos Erasmus recién llegados y que adoptarías instantáneamente
por su pinta de pardillos. Por eso nos agasajaron solo con sus voces a capella en “Sweetheart” antes de
remontarse casi una década atrás con “Just Like A Drummer” y retomar el pulso
reciente con la homónima “Great Big Flamingo Burning Moon”.
Nos agradó el aire lánguido a lo The Smiths de “Better To Be
Loved”, de hecho, su vocalista y guitarra David Tattersall ha sido comparado
con Morrissey por su habilidad para conjugar lo ridículo con lo sublime. Y en
“Now I Want To Hoover My Brain Clean” se sumergieron en los sonidos más
blueseros y demostraron su absoluta competencia en dicho terreno con unos
punteos de impresión. Se les notaba un rodamiento en escena apabullante.
Llevaban con ellos a una suerte de percusionista que bebía
copas de vino y que bien podría tratarse del típico colega fumado con un
inmenso mundo interior porque lo mismo se sentaba al fondo como si estuviera en
el salón de casa que se unía al cantante para los coros. Todo un miembro
multiusos que aportó cierto desenfado al conjunto. Los pobres a veces parecían
demasiado sositos, vamos, que uno no se los llevaría de fiesta, vaya.
Pero sin duda uno de los momentazos de la noche fue cuando
el batería dio un paso al frente para lanzar un arrebatador soliloquio musicado
llamado “Now You Are Pregnant” con una letra sencillamente deslumbrante en la
que mezclaban a Johnny Cash con resentimiento profundo hacia ex novias, sus
acompañantes y estrofas tan lapidarias como aquella que dice: “No necesito terapia, porque tengo
cigarrillos”. Ni Morrissey hubiera hilado tan fino, una agradable chaladura
que nos ganó de inmediato para su causa.
Las leyendas del pub rock británico Dr. Feelgood constituyen
una referencia indisoluble a su sonido y a colación del reciente EP dedicado a
la figura de Wilko Johnson rescataron el tema homónimo “Canvey Island Baby”.
Siguieron con la épica de garito en “Chestnut”, donde casi se puede sentir el
ambiente humeante de madrugada, y en “Bamboo Dinner In The Rain” volvieron a
desplegar solos blueseros, de esos con los que una chica situada al lado del
escenario vibraba en cada nota. Ya lo hemos dicho, el verdadero fiestón de la
velada estaba en un lateral de la sala.
Poco después, los inglesitos se arrancaron con una
confesión, necesitaban un “hit”, y
por su afabilidad uno pensó que podría adoptarlos en cualquier momento y hacer
un poco como los ángeles que andan entre los vivos que protagonizan ‘El cielo
sobre Berlín’, pasarles la mano por el hombro y decirles: “Tranquilos, chicos, ya os llegará la oportunidad, no desesperéis”. Su
faceta desgraciada a lo The Smiths retornó con una soberbia “Tiny Craters In
The Sand” que cristalizó en un solo de batería aplaudido hasta la saciedad.
Los bises no tardaron en llegar con “Sleepy Eye”, que el
voceras Tattersall afirmó haber compuesto con 15 años, antes de un cierre muy
coral con “Like Smoke” que desagradó infinitamente a nuestra compi de
conciertos. Y la verdad es que eso de hacernos cantar a estas alturas estaba un
poco fuera de lugar, no eran horas, aparte de que alargaron la pieza hasta lo
indecible, pero nos quedaremos con la simpática imagen del colega fumado de las
percusiones entonando con cerveza en mano. Ahí se palpaba felicidad.
Había tantos repertorios posibles como los casi veinte
discos de estudio que atesoran y, según nos comentaron posteriormente, a
algunos no les convenció su tono excesivamente relajado. Pero, ¿qué quieren?
Era un día entre semana, tampoco apetecía desenfrenar como si no hubiera un
mañana. Tocaba tumbarse en el diván y entregarse a una terapia de cigarrillos.
Freud estaba equivocado.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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