Sala Stage, Bilbao
Hay que dejar de vez en cuando los prejuicios en casa. Por
mucho que el entorno provoque auténtica repulsión. Porque el talento de verdad
no entiende de etiquetas ni de mentes cerradas y cuando tenemos a un grupo dejándose
la piel en el escenario lo demás pasa a ser anecdótico, da igual que les llamen
indies aunque hagan rock potente o que sus conciertos se llenen de tanta gente
guapa como en un mitin de Ciudadanos.
A los madrileños Dinero siempre les catalogaron en el ámbito
del gafapastismo, pese a que lo suyo tenga en realidad más que ver con el rock
alternativo contemporáneo tipo Muse o Biffy Clyro que con Vetusta Morla. ¿Qué
hacer para que tanto plumilla desinformado cese en su error de apreciación?
Pues bien fácil, sacar un disco todavía más cañero que el anterior y que
entonces alguien los tenga lo suficientemente cuadrados para seguir afirmando
que hacen indie. Todo un acto de chulería con estilo.
Pero no hay que llevarse a engaño, en sus bolos predominan
las chicas guapas, machos tatuados también encantados de haberse conocido y
hasta algún descarriado con camisa de rayas. Se montan pogos recatados a años
luz del salvajismo punk, todo muy fino, con un sentido prodigioso de la
contención, sin llegar a desmelenarse por completo.
Ha pasado ya una década desde que irrumpieran en el panorama
patrio para aportar algo de seriedad entre tanto postureo de festival y todavía
mantienen su tirón de convocatoria, a tenor de lo visto aquella noche en la
sala Stage. Eso de situarse entre dos aguas a veces da resultado, ya que lo
mismo pueden abrazar un rock enérgico sin fisuras digno de estadios, si
existiera justicia en este mundo, que la atmósfera hedonista de las pistas de
baile y los estribillos tarareables.
Y tal vez a modo de reivindicación de principios, Dinero no dudaron en confiar un
arranque trepidante a su reciente álbum ‘Año Cero’ con su tema homónimo o la no
menos adictiva “Mata Hari”. Siguieron en esta racha con “Dinamita” y
“Purasangres”, que a estas alturas ya se ha convertido en todo un himno en su
trayectoria. La peña estaba ya desfogada y empezaron a arreciar los elogios
hacia el batería Ekain, al que llamaban “Thor”
y alguno hasta gritaba “¡Toca una de
Cobra!”, en referencia a su otro proyecto, quizás el más popular por estos
lares.
El repertorio de la velada no tuvo apenas mácula, el gran
nivel demostrado en su último lanzamiento no desentonaba en absoluto con otros
trallazos como “Nada”, capaz de quitar de un plumazo cualquier tontería indie.
Ya no son un trío, pero la base rítmica sigue siendo igual de aplastante en las
distancias cortas, no eran de extrañar las alabanzas hacia Ekain, una auténtica
locomotora en escena y principal responsable de la pegada que destilan en sus
bolos.
“Estáis tremendamente
guapos, quiero un hijo vuestro”, dijo el voceras Sean para agradecer el
entusiasmo bien tempranero de los asistentes antes de alcanzar uno de los
puntos álgidos de la velada con “Cómo, Cuándo, Quién”, donde hubo saltos,
vueltas de peonza y hasta féminas que pusieron morritos. Sin perder el frenesí
del momento, enlazaron con “Duelo de Titanes” y legaron quizás el tramo más
intenso de la noche. Para desfallecer.
Aflojaron el ímpetu con un corte nuevo que no llegó a entrar
en el disco, según explicó Sean antes de bajar de las tablas para unirse al
respetable que le hicieron el preceptivo corro de inmediato. Sin aflojar lo más
mínimo, echaron la vista atrás hasta su debut con “Trastorno bipolar” antes de
anunciar que se irían pero que volverían como mínimo “Una noche más”, uno de
los cortes con mayor potencial de ‘Año Cero’ que se coreó como un auténtico
himno, se va a convertir en una imprescindible en el repertorio seguro.
Y para despedirse recurrieron a “Mentiras”, otro clásico del
primer disco cuyo estribillo fue coreado a pleno pulmón, con pausa incluida
para recobrar el aliento. La confianza que tienen depositada en su último disco
llega al punto de que deciden abrir los bises con “Armas sin filo” y luego
reivindican los orígenes en “El momento perfecto”, puro testamento de
supervivencia que cobra mayor sentido, si cabe, tras los cambios de formación
que han sufrido en los últimos años.
El broche ideal se alcanzó con “En invierno”, cuyo ritmo a
lo Franz Ferdinand puso al personal a botar como si no hubiera un mañana. Una
predisposición favorable que valió antes a Sean para acordarse del papel de las
bandas teloneras, esas que los ignorantes musicales se pierden deliberadamente
y afirmar sin cortapisas que “Follar,
como tocar, es maravilloso”. Que no se pierda el hedonismo.
Un recital titánico que certificó una vez más la fortaleza de
los madrileños encima de un escenario. No se necesita tampoco demasiado para
distanciarse años luz de la vacuidad gafapastil, un puñado de temazos
indiscutibles y toneladas de actitud a granel, lo suficiente para desterrar
cualquier atisbo de falta de personalidad. Puro rock del de sudar.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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