Kafe Antzokia, Bilbao
Los epílogos tienen algo de tristeza inequívoca. Son el
anuncio de algo que se acaba y probablemente no volverá nunca, o por lo menos
no en una larga temporada. Partir de un puerto o alejarse por una calle sin
volver la vista atrás, aunque la tentación invite a hacer lo contrario. Hay
determinadas cosas de las que es necesario alejarse para poder crecer como
persona, dejar de ser un yonqui sentimental, o un “juguete del destino”, como diría Hamlet, y liberarse de todo
aquello pernicioso para el espíritu.
Pero a veces no resulta sencillo, siempre existe la
posibilidad de retomar las historias inconclusas y para evitar esto la mejor
solución es zanjarlas de un plumazo. Algo así pensaría la cantautora guipuzcoana
Anari cuando a finales del año pasado editara el EP ‘Epilogo Bat’, una especie
de continuación compuesta por temas descartados de su anterior ‘Zure Aurrekari
Penalak’ que podría catalogarse dentro del concepto tan anglosajón de spin off, es decir, gloriosas sobras que
prolongan la vida útil de un producto sin que eso implique necesariamente una
merma de calidad al respecto.
Una multitud con notable presencia de hembras empoderadas se
dio cita aquella noche en el Kafe Antzoki bilbaíno, alguna era incluso tan true que hasta recriminaba a los que no
hablaban en euskera. Es genial que los conciertos de esta rapsoda de Azkoitia
se conviertan en toda una reivindicación de las raíces y de la cultura vasca,
pero tampoco nos pasemos hasta llegar al punto del amedrentamiento, máxime
cuando en la comunidad existen dos lenguas oficiales y ambas merecen idéntico
respeto.
Dejando de lado ese desagradable incidente producto de la
intolerancia, Anari volvió a
facturar un recital tan intenso como desgarrador al tocar desde el comienzo la
fibra sensible con la marcha fúnebre “Intro (Geure Alde)” y seguir insuflando
el poso doliente con “Laugarren Azalberritzea”, un canto estremecedor acerca de
los nuevos nacimientos que uno se va encontrando por la vida, ya sean
románticos, existenciales o financieros. Pura emoción contenida.
Sin apartarse un milímetro del EP ‘Epilogo Bat’, continuaron
en la presentación del mismo con “Parentesian Arteak”, fiel reflejo de su
estilo intimista, antes de evocar en “Piromania” la dulce historia de una mujer
gallega que incendió un monte con velas aromáticas. Una de las cimas de la
velada estuvo sin duda en “Epilogoa”, en plan grand finale con su canto a los ansiolíticos, dietas macrobióticas
y todas esas cosas que “la industria de
la tristeza” fabrica para nosotros.
Culminado el recorrido íntegro por lo último editado, la
prolongación natural era el desgarro de “Ametsen Eraiste Neurtua”, que no
desmereció en absoluto en esa oda a la tristeza infinita que parecen muchas de
las canciones de Anari. Desde luego hay que pillar el asunto con ganas,
contraindicado totalmente en casos de leve o moderado bajón de espíritu. Pero
si uno es capaz de aguantar el chaparrón íntimo descubrirá una belleza
arrebatadora en estas composiciones casi desnudas a flor de piel.
Al igual que en ocasiones precedentes, no hay que restar
mérito a los acompañantes de órdago de la barda euskaldun, entre los que
destacaba Ander Mujika de Napoka Iria o Karlos Osinaga de Lisabö, que en
ocasiones tomó un protagonismo decisivo. Y también andaban por ahí Ager Isunza
y Rubén Garatea de Audience, al violín y al acordeón respectivamente, todo un
combo de primer nivel que consiguió un sonido inmaculado como pocas veces hemos
oído.
Una lástima que pasara casi desapercibida entre el personal
ese homenaje al maestro Nick Cave con “The Ship Song”, una pieza que ya
interpretó en ese mismo escenario en ese imborrable Izar & Star junto a
Tulsa. Y “Orfidentalak” retomó de nuevo la miseria y la desesperación más
absoluta, pura depresión en vena, ni The Cure ni hostias.
Un bolo impresionante de principio a fin, la peña aulló de
lo lindo y los gritos bramando más temas fueron estruendosos. “¡Efemerideak!”, solicitó un espontáneo
y la Patti Smith vasca cumplió el deseo de inmediato en solitario y a capella. El tipo quedó tan satisfecho
que no pudo evitar tararearla mientras se liaba un porro.
Pese a que lo suyo podría encuadrarse en una especie de folk
rock tristón, no extraña que en ocasiones bordee el post rock en los
desarrollos instrumentales o las fantasmagorías deudoras de Nick Cave. Un collage unido en torno a esos
sentimientos recurrentes del que ha tocado fondo y va levantando el vuelo poco
a poco. Reencarnación o muerte.
La rapsoda se estiró bastante en los bises y no faltó su
mítico “Gu”, en la que Karlos Osinaga se animó a cantar una parte de la misma,
algo que se volvió a repetir en “Amua” y así desconcertar a los que pensábamos que
con la anterior daría por finiquitado el recital. Pero eso es algo habitual en
su repertorio, con finales que en realidad están llenos de principios.
Otra noche de enmarcar de una artista con una personalidad
ya apabullante en el panorama vasco, pues no se nos ocurren otros ejemplos en
un rollo similar o parecido siquiera. Una dama doliente cuya voz resuena cada
vez con más fuerza. Es lo normal, su obra es un continuo renacer del ave Fénix.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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