Satélite T, Bilbao
La autenticidad no es un valor al alza, más bien escasea, y encontrarse
tal cualidad por ahí de repente casi se asemeja a un acto divino, algo similar
a esas inusuales conversaciones en las que puede percibirse una simbiosis total
y uno empieza a creer de veras en la conexión cósmica. Cosas así suceden muy
raramente, los farsantes que van de cultos o interesantes proliferan por
doquier, por lo que siempre conviene hacer la prueba del algodón y asegurarse
de que no nos topamos con uno de esos seres cuya sabiduría únicamente proviene
de la Wikipedia.
Andrés Herrera, alias ‘Pájaro’, rezuma sentimiento genuino
por los cuatro costados, como era de esperar en un tipo que no tiene reparo en
declararse, aparte de rockero, “flamenco,
cofrade y bético”. Aunque suene un poco a tópico, es uno de esos hombres
hechos a sí mismos, como dirían los yanquis, pues comenzó a tocar la guitarra a
los nueve años y a los diez abandonó el conservatorio porque se aburría. Y no
se le ocurrió otra cosa para progresar que observar a sus maestros mayores e
imitarles luego en casa durante horas y horas. A los 30 se escapó a la tierra
de las oportunidades y allí adquirió diversos fundamentos técnicos, pese a que
para entonces ya había participado en la grabación de varios discos.
Si su pasada visita a la capital vizcaína en plenas fiestas
en formato acústico ya había servido para reconocer el terreno y que muchos
hablaran maravillas de este seiscuerdista antaño acompañante de Kiko Veneno o
Pata Negra, se volvió a repetir un éxito de convocatoria en otra nueva edición
de la ya consolidada sesión dominical Rabba Rabba Hey. Y visto lo visto, esto
ya solo puede ir para arriba.
Con el corazón en un puño, Pájaro recrearon la magistral introducción “Apocalipsis” que evoca
paisajes polvorientos, ponchos y tipos duros de los que mascan tabaco. Para
saltar lágrimas fue asimismo “Costa Ballena”, otra instrumental de las de
alcanzar el éter, sobre todo si uno contempla a pocos metros a una banda tan
solvente a las tablas, era algo sobrenatural, sin exagerar un ápice.
“El Pudridero” siguió confirmando que aquello no era ni
medio normal, con el líder Andrés Herrera soltando de vez en cuando sus
chascarrillos y un guitarrista a su vera inmenso, con tanto sentimiento como
pose rockera. Una especie de cuadratura del círculo se antojó la épica
“Sagrario y Sacramento” al fundir a ZZ Top con el spaghetti-western al tiempo
que el vocalista repartía bendiciones judías y anunciaba “fuego sacramental”. La cólera de un Dios desbocado.
El universo de este canalla sevillano abarca muchos recovecos,
desde el surf rock hasta blues, swing o incluso esa Semana Santa que por el sur
alcanza la categoría de culto desmedido. Un ejemplo de esto último sería “Danza
del fuego”, una composición original de Manuel de Falla que en sus manos suena
a gloria bendita. Habría que mencionar a este respecto el rotundo sonido del
que disfrutamos en la velada, si las guitarras no expulsaron fuego, poco
faltaría.
Pero el andaluz no iba de digno ni mucho menos, pues bromeó
en repetidas ocasiones con los fieles al afirmar por ejemplo que no diría nada
de Carrero Blanco porque si le metían en la cárcel podría “hacer amigos”. Reivindicó las esencias de su terruño al lado del
blues y de Chuck Berry y se puso elegante con “Guarda Che Luna”, una tonadilla
para cantar a la ventana de una amada a la manera de un tuno.
La trompeta recuperó el protagonismo en “Viene con Mei”, que
con su rollo bailongo incitó a moverse a las señoras, antes de tornarse
romántico y rememorar los encuentros con bellas desconocidas en “Bajo sol de
media noche”. Y en esta línea continuaron maldiciendo los parajes devastados
por el amor en “Perchè”, pero sin regodearse en la miseria, manteniendo la
compostura, calándose un sombrero, encendiendo un cigarrillo y alejándose lentamente
con paso firme. Hasta nunca, baby.
En “Tres pasos al cielo” la sensación de despedida
prevaleció por completo, aunque insuflaron al final cierto poso a lo M Clan y
los punteos fueron realmente de órdago, con solos doblados a lo Thin Lizzy que
provocaron la admiración de las féminas. “¡Me
los como!”, decían por ahí, y no tardaban en contestar: “¡Tú y todos!”.
El tono árido de “Luces rojas” sirvió para desatar un
espectacular duelo de guitarras en el que hubo hasta miraditas amenazantes
antes de sumergirse en el blues crepuscular de garito a lo Guadalupe Plata en “TLP”
y terminar acercándose al hard rock sin ambages al acelerar casi tanto como en
la versión del “Train Kept A-Rollin’” de Aerosmith. Una impresionante estampa
con tres mástiles levantados al cielo y alcanzando un éxtasis eléctrico.
Una melodía inspirada por Nino Rota volvió a desatar las
hostilidades entre seiscuerdistas, la batalla en esta ocasión fue implacable y
muy equilibrada con los hachas pasándose punteos entre ellos como si fuera una
patata caliente. Inmenso. Puro virtuosismo y pasión.
Los bises no se hicieron de rogar y concedieron sin
arrugarse “Palo Santo”, tema fronterizo con trompeta, un preludio perfecto para
“Santa Leone”, donde el aliento de los buitres calentó más que nunca. Y “Las
criaturas” que permanecen atrapadas en nuestra conciencia precedieron a un
nuevo aquelarre de mástiles en el que hasta se gritó “¡Gora Euskadi y el PCE!”. Salud, camaradas.
De sentar cátedra fue la visita de este ángel del desierto,
capaz de medirse a coyotes y desatar montañas de polvo a su paso. Un artista
como la copa de un pino como pocas veces se ha visto en el panorama patrio. Que
el ala de su sombrero frente al sol se distinga cuanto antes.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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