Sala Santana 27, Bilbao
Hay que saber reírse de uno mismo. Incluso aunque no haga ni
puta gracia. Es de sobra conocido que las desgracias tienden a relativizarse si
se mira el lado irónico de las cosas o si uno se imagina que en realidad
vivimos en un escenario con un decorado cutre cartón piedra en el que un ser
superior dirige desde arriba nuestros designios como si fuéramos vulgares
marionetas. Ahí funcionaría de maravilla esa máxima vital con la que siempre
trata de impresionar la gente digna de que lo único inevitable es la muerte.
Quizás la escucha por separado del cantautor catalán The New
Raemon o de los getxotarras Mc Enroe no invite precisamente al frenesí o al
desmelene. Por eso mismo estaban tan seguros de que su proyecto conjunto
funcionaría que hasta se permitieron ironizar sobre su supuesta tristeza en un
anuncio promocional. Una colaboración que se inició a partir de una llamada de
teléfono tras años de admiración mutua y de coincidir en conciertos y
festivales. Dos almas muy diferentes pero que cuando se juntan pueden
empastarse sin fisura alguna y alcanzar la perfección absoluta de las
verdaderas obras maestras.
Muchos sabían que lo de aquella noche era un evento tal vez
irrepetible y por eso a pesar de la jornada desapacible una considerable
multitud se congregó en el piso superior de la sala Santana. Se había montado
además el entorno propicio para la velada con un photocall de Jack Daniel’s con una especie de decorado de madera y
fotos de señores respetables con bigote. El sombrero parecía un complemento
imprescindible para afrontar la velada.
Al tinglado montado por la popular marca de whisky hizo
referencia Eneko, alma máter de Mobydick,
proyecto unipersonal intimista que evoca al Springsteen del ‘Nebraska’ o
aquellos campos de algodón con sus negros pasándolas canutas mientras el
terrateniente se fuma un puro en su porche. Había que estar preparado para
aguantar su rollo tan relajado, pero bastaba escuchar esa voz rotunda, con autoridad,
para enmudecer de inmediato y reconocer la valía de este cantautor que
reconoció haber estado varias veces de fiesta en la sala, pero “nunca tocando”, y hasta hizo gala de
cierto humor negro al afirmar que cuando dejó de ir “había hasta cuchilladas”. Un grande en lo suyo.
Como no podía ser de otra manera, dado el típico tiempo
norteño que acompañaba en el exterior, The
New Raemon & Mc Enroe iniciaron el recital con “Lluvia y Truenos” y
demostraron al instante que en las distancias cortas las voces de Ramón
Rodríguez y Ricardo Lezón también encogen el alma. Todo un torrente de
emociones explosionaban durante ese pistoletazo de un romance llamado “La
Carta” y a continuación “Malasombra”, el reverso desdichado que siempre
encontramos en cada historia de amor.
Gritaban por ahí “Ramón,
guapo”, pero ellos seguían a lo suyo, desgranando el fruto de su
colaboración que en directo no desmerece en absoluto. La complicidad entre
ambos vocalistas era asombrosa y a veces hasta se descojonaban solos. Ricardo
incluso confesó que en las actuaciones Ramón suele encargarse de las
presentaciones y demás, pero que esa noche estaba más callado de lo habitual.
Cualquier oído poco avezado pensará que en realidad ambos
compositores son muy similares, pero nada más lejos de la realidad, ya que
mientras que en The New Raemon existe un matiz más irónico en las letras que
tal vez le emparente con Nacho Vegas, en Mc Enroe no hay espacio para dobles
sentidos o ambigüedades, lo suyo es pura desesperación en vena, confesiones
para momentos de bajón en los que no se ve la luz ni de refilón. Ambos están
unidos en la tristeza, por supuesto, aunque les diferencia la manera de
afrontarla. Hundirse en la miseria sin más o reírse de lo ridículo de la
situación.
El deje a lo The Smiths de “Gracia” precedió a la leve
crítica social de “Espantapájaros” y en “Por fin los ciervos” confesaron que
ese iba a ser uno de los posibles títulos del disco, pero que se decidieron por
‘Lluvia y Truenos’ debido a las frecuentes inclemencias meteorológicas cada vez
que salían con la banda al completo. Música que de veras conjura las tormentas,
no solo las emocionales.
Ambos cantantes se erigieron en estrellas totales relegando
al resto de competentes acompañantes a un muy discreto segundo plano, aunque
fundamental para que todo funcionara sin estridencias. Y en otro alarde de
sinceridad, reconocieron que no tocaban bises porque no creían en esos “falsos clímax”, por lo que lo de gritar
al final en este caso no tendría sentido alguno. Todo un alarde de autenticidad
de los que ya no se estilan.
Por fortuna, todavía quedaba traca por explotar y Ramón
presentó “Cristo de los faroles” como “la
canción más alegre que tiene Ricardo”, antes de añadir que “estaría contento ese día”. Y si el
vocalista de Mc Enroe brilló en esta pieza con cierto regusto al Nacho Vegas
decadente de los inicios, casi se pudo alcanzar un éxtasis sentimental con la
soberbia interpretación de “Cuando rugen las flores”, hasta Ricardo se aclaró
los ojos. Inmenso.
La intensidad no se aminoró con “Caballos y Palmeras”, con
Ramón recogiendo el testigo a la voz principal, antes de compartir las tareas
vocales en “La Palma”, una suerte de homenaje a la mítica calle del barrio madrileño
de Malasaña. Y Ricardo también tuvo la oportunidad de adentrarse en el
repertorio ajeno de The New Raemon con “Lo bello y lo bestia”. Muy interesante
resultó este travestismo del cancionero, a la par que confirmaba su envidiable
sintonía.
De alcanzar la gloria fueron los instantes que nos brindaron
estos descomunales compositores, lo único malo fue que todo se pasó demasiado
rápido y ya sabíamos de sobra que era inútil desgañitarse solicitando más
temas. Una pena, porque su coalición de la tristeza tiene un poder apabullante
encima de un escenario. Piel de gallina.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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