Satélite T, Bilbao
Hay cosas completamente desconocidas para el ser humano en
las que uno nunca había reparado, pese a tenerlas muy cerca. Ese cuadro en el
garito de cabecera que lleva ahí toda la vida y un buen día uno descubre que
ocupa un lugar relevante en el universo y entonces se pregunta por qué nunca se
había fijado antes. Algo similar sucede con la escena rockera portuguesa, se da
por sentado que deben existir por esos lares grupos, conciertos y demás, pero
tampoco parece que lleguen demasiadas noticias al respecto. ¿Habrá vida
inteligente?
Lo cierto es que antes de desembocar en el océano Atlántico
el río Tajo forma un estuario conocido como ‘Mar da Paha’. Tenemos en una
orilla a la todopoderosa capital Lisboa, y al otro lado, un tanto eclipsada por
la presencia de la metrópoli, Barreiro, foco de resistencia en lo que al rock
se refiere. Allí The Act-Ups son casi una institución, con una trayectoria que
se remonta a principios del siglo actual y compuestos por tipos con nombres tan
evocadores como Johnny Intense o Nick Nicotine. Hacía falta para consolidar el
culto la creación del sello discográfico Hey, Pachuco!, una especie de
organización endogámica en la que sus miembros alternan entre una banda y otra
con total naturalidad.
Por esos motivos la oportunidad de catar a este interesante
combo del país luso se antojaba única, incluso aunque la competencia fuera
fuerte, con el autosuficiente one man Scott H. Biram tocando a escasos metros. Pero
en el Satélite T hace tiempo que existe una clientela consolidada que acude a
los bolos en las circunstancias más adversas, muchos andaban por allí aquella
tarde noche, así que vivimos otro de esos bolos recogidos, sin agobios y con
atmósfera eminentemente familiar.
A The Act-Ups se
les nota que han comido mierda para regalar, por lo que no les asusta lo más
mínimo batirse el cobre ante un reducido grupo de fieles. Su peculiar mezcla de
garage, punk y soul contiene los ingredientes necesarios para llevar a ebullición
cualquier recinto, un ejemplo constatable sería ese “Death On You” que los
emparenta con la furia desatada de unos MC5 o Iggy Pop & The Stooges. Aroma
a garito humeante.
Están muy vinculados a Los Chicos, sí, aquella banda que
siempre andan de gira, de hecho, si no me equivoco, la posibilidad del bolo
surgió a partir de una recomendación suya. Y al igual que los madrileños, su
campo de acción en lo musical es bastante amplio al abarcar una considerable
paleta de estilos, lo mismo pueden evocar el protopunk salvaje o el soul
desgarrador de antaño que abrazar la turbia oscuridad de Joy Division en
“Friendzone”, con un riff y un estribillo que recuerda en cierta manera al
“Love Will Tear Us Apart”.
El cuelgue congénito de The Cramps también anda por ahí, así
como el histrionismo y esos alaridos que casi constituyen un instrumento más.
Volviendo a la comparación con Los Chicos, los portugueses son también un grupo
de fiestón, de esos que conectas de inmediato con su rollo aunque no hayas
escuchado previamente ni una canción suya. Poseen ese carisma de los malditos
que se dejan querer y ofrecen su talento sin cortapisas ni prostituirse para
aquel que lo quiera recoger. No venden la moto, esto es lo que hay, al que no
le guste, puerta.
Pero por la reacción de la familia congregada parecía que sí
gustaba porque de vez en cuando se formaban pogos íntimos de dos o tres
personas que allí se vivían como si fueran de cientos de seres. Se chocaban
palmas con la satisfacción del trabajo bien hecho y por su enorme versatilidad
no se tornaban pesados en ningún momento. Eran de la vieja escuela, esto es,
sin enredarse en tediosos discursos o innecesarios peloteos, dejar que las
canciones hablaran, concatenando unas con otras atropelladamente con actitud
punk. Así deberían ser todos los conciertos.
Sabían manejar además muy bien los silencios, acelerando el
ritmo como locos cuando tocaba y suavizando y recargando las atmósferas en
ciertos momentos para saborear el colocón. Porque también disponían de una
vertiente hippie o psicodélica que cortaban abruptamente con esos alaridos de
voz rasposa cual lija que valdrían para interpretar algún tema de Tom Waits. El
influjo noctívago de la coz cantante.
Se les veía disfrutar y este halo de positividad se
traslucía en “Alive Again”. El entusiasmo se contagiaba a las primeras filas
hasta el punto de que uno podría pillar tranquilamente la pandereta que estaba
en el escenario y animarse a acompañar las canciones, como hizo una chica sin
cortarse un pelo. Y ya en el culmen de la interactividad, el vocalista no dudó
en ceder la guitarra a uno de los fans para que rasgara las cuerdas hasta que
se le cayeran las manos. Brutal. Esto sí que era pura participación.
Ante un final tan épico, la parroquia exigió casi de
inmediato el regreso a las tablas y los tipos parecían realmente agradecidos,
aquello no era un mero postureo. Ahí anduvieron muy finos también al recurrir a
una versión apabullante del “Land Of A Thousand Dances” de Wilson Pickett,
plagada de alaridos selváticos que confirmaban lo que nos contó minutos antes
el cantante acerca de su intención de perder la voz en este bolo. Auuuu.
Desde luego Los Chicos cuentan con unos hermanos
espirituales muy decentes en el país vecino, con un directo tan incendiario
como el suyo y una actitud auténtica de esas que echa para atrás. Unos
predicadores del desierto que jamás implorarán una gota de agua por mucho que
se estén muriendo de sed. Curtidos a muerte.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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