martes, 27 de junio de 2017

RAFA BERRIO: SOLO ANTE EL ABISMO



Kafe Antzokia, Bilbao

Muchas veces se pasa por alto el tremendo acto de valor que supone subirse a un escenario y plantarse ahí en medio ante unos completos desconocidos. Hace falta tener agallas para “desnudarse sin quitarse el traje”, como diría el maestro Nacho Vegas, y ejercer el exhibicionismo sentimental, ya sea por escrito o incluso cara a cara. Despojarse de la ropa a la manera convencional es algo al alcance de cualquiera con poca vergüenza, no entraña ningún mérito. Abrir el alma de par en par sí que debería ser toda una hazaña.

Bajo el título de ‘El Cabaret de un Hombre Solo’ el reputado cantautor donostiarra Rafa Berrio presentaba un espectáculo minimalista acompañado únicamente de una guitarra acústica y las preceptivas copas para que no decaiga la inspiración. Una suerte de alto en el camino en el que contemplar desde otra perspectiva una trayectoria en la que ha habido álbumes más rockeros, otros más intimistas o poéticos, pero siempre con un peculiar sello de la casa marcado por la desesperación y cierta angustia vital. No hace demasiado el propio Berrio participó en un montaje con textos de Cioran, el profeta definitivo del nihilismo, titulado ‘Abolir el alma’.


Con el verano recién inaugurado no se podían esperar multitudes en el piso superior del Antzoki. Las filas de sillas daban a entender que se trataba de algo muy selecto, para algunos escogidos, aunque posteriormente se fuera llenando también la barra, el lugar adecuado para disfrutar de una sesión de malditismo. Nada mejor que permanecer acodado casi en penumbra con los perros viejos, un whisky con hielo o cubata y un cigarrito si obviamos esa inquisitorial ley que ha acabado con la atmósfera decadente de bastantes garitos.

Sin demasiada pompa ni aire alguno de grandeza, Rafa Berrio inició el recital con la soberbia “Las mujeres de este mundo”, que incluye frases tan lapidarias como “yo me moriré un día borracho junto a una tapia” o “no me haré de rogar con despedidas interminables”. “Simulacro” tomó el relevo sin concesión al pensamiento positivo ni demás soplapolleces de libros de autoayuda, muy digna le quedó en las distancias cortas, sin echar de menos las orquestaciones de la pieza original. 


Anunció entonces “una canción de amor” antes de añadir “¿Acaso hay alguna que no lo sea?” y arrancarse con “Cómo iba yo a saber”, otro testimonio de desgana vital acogido con un silencio sepulcral. “Niente mi piace” es todo un catálogo de sentencias descorazonadoras teñidas de nostalgia que podrían encajar con la filosofía de Schopenhauer y su concepto de ataraxia, ese estado perfecto del sabio, a su entender, al que le da igual morir que vivir “porque ha comprendido que él no es tan importante como se creía, que sólo es una piececita del todo que va mucho más allá de lo que le envuelve”.

“El mundo pende de un hilo” aborda la incapacidad de amar a través de metáforas como las hojas muertas que caen por su propio peso y llegados a este punto Berrio sintió la necesidad de pedir una botella de vino para seguir regando a las musas. Hemos de reconocer que nos asustamos bastante ante la idea de un recital acústico, pero lo cierto es que aquello tampoco se hizo cansino en ningún momento por la fuerza de esas letras que te obligan a prestar atención de inmediato.


Y en “Santos Mártires Yonkis” se acercó al Lou Reed de la época del 'New York' por su poso poético suburbano antes de reivindicar su condición de cantautor maldito con “Saturno”, procedente de un disco que ya estaba descatalogado, según relató. “Me ofrecieron reeditarlo, pero dije que no”, añadió para echar más leña al fuego. Este tipo de detalles fueron los que engrandecieron un bolo recogido y familiar en el que hasta se podían pedir temas a viva voz, pese a que la respuesta mayoritaria del artista ante las sugerencias fuera que no le apetecía. Su desgana vital desde luego no era impostada.

“Oh, verdad desnuda” soportó sin problemas la translación acústica dado su carácter eminentemente orquestal en estudio, al igual que la intimista “Como Cortés”. Una de sus últimas colaboraciones para el séptimo arte ha sido para ‘La Reconquista’ de Jonás Trueba, una obra que aborda los instantes luminosos de las pasiones adolescentes. De eso precisamente habla “Arcadia en Flor” a través de “cosas que no lo son” y “palabras borrosas que te hicieron llorar”. Toda una delicatessen.


Las sugerencias del respetable seguían arreciando como cuando uno solicitó “No solo de amor (del aire también se vive” y para reforzar el argumento no dudó en añadir “En Gorliz te quedó muy bien”. Pero al autor ni siquiera eso le conmovió y se decantó finalmente por “El amor es una cosa rara”, arrabalera y con cierto aire cabaretero que podría agradar a Bunbury. Y para poner el colofón a tanta desgana vital se antojaba perfecta “La alegría de vivir”.

Todavía hubo más al recuperar de nuevo la poesía urbana vía Lou Reed de “Mis ayeres muertos”, donde rasgó la guitarra con ímpetu ante el aplauso generalizado, o “En las lindes del fin”, que habla de “esa inútil pasión de vivir”. Y en esa tesitura taciturna no extrañaba que propusiera “Abolir el alma” porque “no hay otra salida”. No future.

Pues superó las expectativas este peculiar ejercicio de un hombre solo ante el abismo, un tipo que marcó el camino a Nacho Vegas o Pablo Und Destruktion en su búsqueda de la belleza a través del dolor. El brillo de la jeringuilla antes de suministrar la dosis.
                                                          
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



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