lunes, 22 de enero de 2018

ATOM RHUMBA: EL ARTE DE EPATAR



Kafe Antzokia, Bilbao

Hay ciertos grupos que destilan un aire de respetabilidad que casi echa para atrás. Quizás con demasiado postureo, todo el mundo entiende que lo suyo es de otra dimensión, por lo que la cascada de elogios es incesante y hasta obligada. Y cuando no se produce, el efecto se asemeja a aquella escena de las películas en la que el párroco pregunta a los congregados de una boda si alguien conoce algún motivo por el que no deba celebrarse dicho enlace. La visión en el fondo de una mano levantada causa de inmediato la indignación y un silencio sepulcral al tiempo que los asistentes tratan de averiguar quién será el atrevido insensato.

Con los bilbaínos Atom Rhumba pasa algo similar desde que irrumpieran en el panorama a mediados de los noventa, gozaran del beneplácito de la crítica especializada y se montara en torno a ellos una especie de leyenda que, después de verles en directo, podemos afirmar que tampoco es para tanto. No hay que quitarles empero el mérito de haber conseguido un sonido propio alejado de cualquier cliché o encorsetamiento estilístico, lo cual ya debería ser una carta de presentación inmejorable en los tiempos que corren en los que ya está todo inventado.

Rober!, indolente líder de Atom Rhumba.
 Recién reactivados tras un parón discográfico de casi una década, estaba previsto que presentaran en un Kafe Antzoki abarrotado su regreso al ruedo ‘Cosmic Lexicon’ en medio de un ambiente exquisito dada su reputación de banda de culto. Pero el ambiente fue prácticamente lo opuesto, con uno de los públicos más maleducados que nos hemos encontrado en mucho tiempo. Una proliferación alarmante de cacatúas que impedía seguir el show incluso en las primeras filas, ese lugar antaño sagrado donde se suelen situar los que les gusta la música de verdad.

Con semejante proporción de criaturas molestas, había que tener desde luego un par para plantarse con un Theremín, el primer instrumento electrónico, como Javier Díez Ena y entregarse a una sinfonía de hipnóticos ruiditos que al final acabó teniendo su punto para fans de Kraftwerk y de los sintetizadores primigenios. Su espectáculo estuvo además reforzado por un cuidado montaje audiovisual con predilección por las imágenes de tipos atléticos realizando acrobacias que podrían encajar en un mitin nacionalsocialista de los años 30. Pero hubo también piezas exóticas, homenajes al Berlín industrial o a surfistas y hasta “perversiones” de Duke Ellington. Muy entretenido, sí señor.

Javier Díez Ena enfrascado en su Theremín.
 Tras una intro más bien rara en la que no se sabía si verdaderamente iba a tocar allí alguien, Atom Rhumba se sumergieron en ritmos noctívagos de primeras con “The Sea In You” antes de que en “Organised Man Blues” desataran esa prodigiosa versatilidad característica suya que en ocasiones descoloca un poco. Pero en el fondo aquí de lo que se trata es de eso, de sorprender con giros imposibles.

Acostumbrado a ver a Joseba Irazoki en solitario o en proyectos vanguardistas de difícil digestión, resultó un tanto chocante contemplarlo en otra faceta más comedida, más de asalariado que cumple su función sin demasiadas estridencias, igual que hace por ejemplo con el asturiano Nacho Vegas. El líder con cara de malote Rober!, por su parte, comandó el peso de la actuación, salvo por las monumentales demonstraciones de su soberbio batería, e incluso exhibió cierto desprecio hacia el respetable por su falta de entusiasmo. Razón no le faltaba ante ese murmullo molesto que en ocasiones amenazaba con silenciar a la propia banda. Ya ni siquiera se respeta la primera fila. Quizás haya que encontrar un nuevo uso para ese extintor situado en un lado del escenario.


El aire incendiario de “Voy cableado” precedió a los falsetes a lo The Darkness de “Stella” y el single “Tumba gris” tampoco era mala opción para que no decayera el interés por su atmósfera fantasmagórica no exenta de garra. “Pompas de sangre y miel” contribuyó a incrementar el cuelgue general antes de entregarse al rollo garajero y hasta protopunk de “Home Made Prozac”. Rock añejo, psicodelia, dejes surf rock, algo de funk…aquí cabía cualquier cosa. Esa es seguramente su grandeza.

El indolente líder no tuvo reparo en ceder la guitarra a uno de los fans de las primeras filas, que resultó ser un viejo conocido de la escena, Álvaro Brutus de Morraia y un sinfín de proyectos experimentales. Los gritos de “¡Aúpa Barakaldo!” arreciaron y en este estado de ánimo no desentonaba la frenética “The Secret Dance Society” con alaridos a lo Iggy Pop. Otra exhibición de músculo que terminó con el batería conocido como “Etxebestia” sentando cátedra a las baquetas una vez más.



“Solo aplaudís las cañeras, no tenéis corazón”, censuró el voceras Rober! antes de un “I’m Coming” que podría haber cantado James Brown pese a su halo de distorsión. Y “Body Clock”, de nuevo con falsetes, puso a las hembras a bailotear antes de que el supremo mesías del escenario amenazara con no volver si no armábamos “un jaleo del copón”. Chulería al poder. En las tablas es lo suyo, nadie quiere gente humilde.

Una pausa que sirvió para que las cotorras se hicieran fuertes y algunos deseáramos una fumigación masiva de tan molesta subespecie. Rober! tuvo que ponerse borde con razón y afirmar “Si os calláis, empiezo” para que esta plaga indeseable depusiera su actitud. El blues humeante de “Red Turning Blue” serenó los ánimos charlatanes antes de que recuperaran los falsetes espasmódicos en “Fat Jackson”. Una actitud incendiaria que no perdieron en “You’re The Only Story” ni en “Istingako Mutikoa”, que valió para descender a un valle de acoples y alaridos en el que hasta se cayó un micro.

De actitud andan sobrados, eso es innegable, pero tal vez en su continuo perfeccionamiento del arte de epatar pierdan algo de frescura en el camino. En este aspecto la disyuntiva es clara y a la vez muy vieja: cabeza o corazón. Habrá que amputar algo.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



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