Kafe Antzokia, Bilbao
Hay ciertos grupos que destilan un aire de respetabilidad
que casi echa para atrás. Quizás con demasiado postureo, todo el mundo entiende
que lo suyo es de otra dimensión, por lo que la cascada de elogios es incesante
y hasta obligada. Y cuando no se produce, el efecto se asemeja a aquella escena
de las películas en la que el párroco pregunta a los congregados de una boda si
alguien conoce algún motivo por el que no deba celebrarse dicho enlace. La visión
en el fondo de una mano levantada causa de inmediato la indignación y un
silencio sepulcral al tiempo que los asistentes tratan de averiguar quién será
el atrevido insensato.
Con los bilbaínos Atom Rhumba pasa algo similar desde que
irrumpieran en el panorama a mediados de los noventa, gozaran del beneplácito
de la crítica especializada y se montara en torno a ellos una especie de
leyenda que, después de verles en directo, podemos afirmar que tampoco es para
tanto. No hay que quitarles empero el mérito de haber conseguido un sonido
propio alejado de cualquier cliché o encorsetamiento estilístico, lo cual ya
debería ser una carta de presentación inmejorable en los tiempos que corren en
los que ya está todo inventado.
Rober!, indolente líder de Atom Rhumba. |
Recién reactivados tras un parón discográfico de casi una
década, estaba previsto que presentaran en un Kafe Antzoki abarrotado su
regreso al ruedo ‘Cosmic Lexicon’ en medio de un ambiente exquisito dada su
reputación de banda de culto. Pero el ambiente fue prácticamente lo opuesto,
con uno de los públicos más maleducados que nos hemos encontrado en mucho
tiempo. Una proliferación alarmante de cacatúas que impedía seguir el show
incluso en las primeras filas, ese lugar antaño sagrado donde se suelen situar
los que les gusta la música de verdad.
Con semejante proporción de criaturas molestas, había que
tener desde luego un par para plantarse con un Theremín, el primer instrumento
electrónico, como Javier Díez Ena y
entregarse a una sinfonía de hipnóticos ruiditos que al final acabó teniendo su
punto para fans de Kraftwerk y de los sintetizadores primigenios. Su
espectáculo estuvo además reforzado por un cuidado montaje audiovisual con
predilección por las imágenes de tipos atléticos realizando acrobacias que
podrían encajar en un mitin nacionalsocialista de los años 30. Pero hubo
también piezas exóticas, homenajes al Berlín industrial o a surfistas y hasta “perversiones” de Duke Ellington. Muy
entretenido, sí señor.
Javier Díez Ena enfrascado en su Theremín. |
Tras una intro más bien rara en la que no se sabía si
verdaderamente iba a tocar allí alguien, Atom
Rhumba se sumergieron en ritmos noctívagos de primeras con “The Sea In You”
antes de que en “Organised Man Blues” desataran esa prodigiosa versatilidad
característica suya que en ocasiones descoloca un poco. Pero en el fondo aquí
de lo que se trata es de eso, de sorprender con giros imposibles.
Acostumbrado a ver a Joseba Irazoki en solitario o en
proyectos vanguardistas de difícil digestión, resultó un tanto chocante
contemplarlo en otra faceta más comedida, más de asalariado que cumple su función
sin demasiadas estridencias, igual que hace por ejemplo con el asturiano Nacho
Vegas. El líder con cara de malote Rober!, por su parte, comandó el peso de la
actuación, salvo por las monumentales demonstraciones de su soberbio batería, e
incluso exhibió cierto desprecio hacia el respetable por su falta de
entusiasmo. Razón no le faltaba ante ese murmullo molesto que en ocasiones
amenazaba con silenciar a la propia banda. Ya ni siquiera se respeta la primera
fila. Quizás haya que encontrar un nuevo uso para ese extintor situado en un
lado del escenario.
El aire incendiario de “Voy cableado” precedió a los
falsetes a lo The Darkness de “Stella” y el single “Tumba gris” tampoco era
mala opción para que no decayera el interés por su atmósfera fantasmagórica no
exenta de garra. “Pompas de sangre y miel” contribuyó a incrementar el cuelgue
general antes de entregarse al rollo garajero y hasta protopunk de “Home Made
Prozac”. Rock añejo, psicodelia, dejes surf rock, algo de funk…aquí cabía
cualquier cosa. Esa es seguramente su grandeza.
El indolente líder no tuvo reparo en ceder la guitarra a uno
de los fans de las primeras filas, que resultó ser un viejo conocido de la
escena, Álvaro Brutus de Morraia y un sinfín de proyectos experimentales. Los
gritos de “¡Aúpa Barakaldo!” arreciaron
y en este estado de ánimo no desentonaba la frenética “The Secret Dance
Society” con alaridos a lo Iggy Pop. Otra exhibición de músculo que terminó con
el batería conocido como “Etxebestia”
sentando cátedra a las baquetas una vez más.
“Solo aplaudís las
cañeras, no tenéis corazón”, censuró el voceras Rober! antes de un “I’m
Coming” que podría haber cantado James Brown pese a su halo de distorsión. Y
“Body Clock”, de nuevo con falsetes, puso a las hembras a bailotear antes de
que el supremo mesías del escenario amenazara con no volver si no armábamos “un jaleo del copón”. Chulería al poder.
En las tablas es lo suyo, nadie quiere gente humilde.
Una pausa que sirvió para que las cotorras se hicieran
fuertes y algunos deseáramos una fumigación masiva de tan molesta subespecie.
Rober! tuvo que ponerse borde con razón y afirmar “Si os calláis, empiezo” para que esta plaga indeseable depusiera
su actitud. El blues humeante de “Red Turning Blue” serenó los ánimos
charlatanes antes de que recuperaran los falsetes espasmódicos en “Fat
Jackson”. Una actitud incendiaria que no perdieron en “You’re The Only Story”
ni en “Istingako Mutikoa”, que valió para descender a un valle de acoples y
alaridos en el que hasta se cayó un micro.
De actitud andan sobrados, eso es innegable, pero tal vez en
su continuo perfeccionamiento del arte de epatar pierdan algo de frescura en el
camino. En este aspecto la disyuntiva es clara y a la vez muy vieja: cabeza o
corazón. Habrá que amputar algo.
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO
VILLAESCUSA
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