lunes, 7 de mayo de 2018

RUFUS T. FIREFLY: Y EL AULLIDO DEL VIENTO SE HIZO CANCIÓN


MAZ Basauri, Social Antzokia (Basauri)

Conseguir llamar la atención es algo de lo más complicado que existe en plena época de las redes sociales, con miles de post y noticias que demandan nuestra inmediata consideración. La lucha encarnizada por lograr que un par de ojos reposen en un objeto o en unas líneas determinadas se ha convertido en una auténtica jungla que ha relegado prácticamente al ostracismo a miles de cosas antaño valiosas. Nadie tiene tiempo para nada, así que al igual que los cowboys del Lejano Oeste más vale desenfundar primero y apuntar bien antes de que llegue el siguiente para comerse la tostada.

Por eso mismo la gesta de los madrileños Rufus T. Firefly cobra más relevancia si cabe. Porque existen muchas bandas que despuntan, casi tantas como chicas guapas, pero pocas que alberguen en su interior un espíritu que enamore y te haga elevarte varios metros por encima del suelo. Una suerte de viaje astral a miles de kilómetros de distancia en el que las fronteras entre lo electrónico y lo orgánico se difuminan, conceptos como etiquetas o géneros se antojan obsoletos y uno percibe esa sensación de formar parte de un todo indivisible que engloba desde los seres más desarrollados hasta el más insignificante de los microorganismos.


Una idea similar aparece en el álbum ‘Magnolia’, un “alegato en defensa de la naturaleza, el arte y el amor”, según sus propios creadores. Una celebración de la vida que entronca en cierta manera con la contracultura de los sesenta y traza un sinuoso recorrido hasta llegar a la postmodernidad de Muse o Radiohead. Un verdadero pensamiento alternativo al margen de las modas o dictados del momento.

En menos de un año ya les habíamos visto tres veces a los de Aranjuez en diversas circunstancias como festivales tipo BBK Live o Sonorama y hasta en selectos garitos abarrotados con fans de Pink Floyd entonando sus temas a pleno pulmón. Y en la jornada inaugural del MAZ Basauri junto a Sidonie tampoco podría decirse que estuvieran solos, puesto que agotaron entradas en el marco de una cita que va creciendo en cada edición, a pesar de que algunos vagos sigan pensando que pillar el metro para ir a un concierto es poco menos que ir al fin del mundo.

Según viene siendo habitual en esta gira, Rufus T. Firefly comenzaron con ese in crescendo de poso embriagante llamado “Tsukamori”, probablemente de los mejores inicios de disco que hemos escuchado en los últimos tiempos. Y el teclado tan alegre como hipnótico de “El Halcón Milenario” contribuyó a que nuestra alma quisiera abandonar la carcasa mortal. Pero si existe un aspecto que es imposible obviar cuando se acude a uno de sus bolos es la notable presencia de la batería de Julia, todo un despliegue de talento con cada golpe en el lugar adecuado y algo especial que casi te impide fijarte en lo que resta del escenario. Un poder de atracción inefable.


“Cisne Negro” confirma la solidez de su último lanzamiento en las distancias cortas, al igual que “Última noche en la tierra”. Era impresionante que con dichos cortes la mayoría del personal permaneciera como las vacas al pasar el tren, es decir, lo mismo que les sucedió cuando tocaron en el BBK Live. Es evidente que necesitan hacer mayor trabajo de campo por la zona norte para que el personal empiece a conocerlos y ya entonces cante las canciones en los conciertos.

Otro de los detalles que revela la pasta de la que están hechos es su forma de apiñarse en torno a la batería de Julia, igual que si estuvieran en un local de ensayo o en un salón de casa. Y eso que han tocado en recintos de proporciones considerables. Frente a estrellitas que necesitan grandes despliegues para verse realzadas, ellos optan por el minimalismo en ese aspecto, la cercanía con el público, que tiene la impresión de contemplar a unas leyendas con maneras de andar por casa. La sencillez inapelable desprovista de ego.


Un dardo directo al corazón se antojaba “Pulp Fiction”, también con un pegadizo teclado que no se despega de la cabeza desde que esa melodía entra en nuestra existencia. Y a un servidor le conquista asimismo “Pompeya” por su aire a lo Muse total bordeando en ocasiones el industrial y con una parte instrumental final con sacudidas a lo Wolfmother de quedarse verdaderamente anonadado. Más motivos para enamorarse de Julia.

La declaración de amor freak “Nebulosa Jade” volvió a sobrecoger una vez más, en especial sus referencias a John Bonham o Harrison, aunque no estamos seguros si los jóvenes millennials del respetable sabrían quiénes eran esos señores. El viaje psicodélico siguió con “Magnolia” mientras recordábamos la voz de Bowie antes de que se desbocaran con los instrumentos en uno de esos intervalos que les ganan el cielo. 


Ya nos habían llevado muy lejos, por lo que era hora de despejarse, lavarse la cara y bañarse en las aguas setenteras del “Río Wolf”, que desató toda una tormenta eléctrica. Lástima que lo ajustado del formato impidiera que se estiraran con bises, pero esperemos que regresen por la zona con la mayor brevedad posible. Como cabezas de cartel, por supuesto.

Dado que Sidonie no entran dentro de nuestras apetencias musicales, huimos del recinto ipso facto, aunque dudamos profundamente que los catalanes superaran lo de Rufus T. Firefly, una banda con un abanico estilístico tan inabarcable como su talento. Cualquiera que todavía no les conozca, está perdiendo el tiempo y quizás hasta la vida. Esa noche el aullido del viento se hizo canción.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


   

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