MAZ Basauri, Social
Antzokia (Basauri)
Conseguir llamar la atención es algo de lo más complicado
que existe en plena época de las redes sociales, con miles de post y noticias
que demandan nuestra inmediata consideración. La lucha encarnizada por lograr
que un par de ojos reposen en un objeto o en unas líneas determinadas se ha
convertido en una auténtica jungla que ha relegado prácticamente al ostracismo
a miles de cosas antaño valiosas. Nadie tiene tiempo para nada, así que al
igual que los cowboys del Lejano Oeste más vale desenfundar primero y apuntar
bien antes de que llegue el siguiente para comerse la tostada.
Por eso mismo la gesta de los madrileños Rufus T. Firefly
cobra más relevancia si cabe. Porque existen muchas bandas que despuntan, casi
tantas como chicas guapas, pero pocas que alberguen en su interior un espíritu
que enamore y te haga elevarte varios metros por encima del suelo. Una suerte
de viaje astral a miles de kilómetros de distancia en el que las fronteras
entre lo electrónico y lo orgánico se difuminan, conceptos como etiquetas o
géneros se antojan obsoletos y uno percibe esa sensación de formar parte de un
todo indivisible que engloba desde los seres más desarrollados hasta el más insignificante
de los microorganismos.
Una idea similar aparece en el álbum ‘Magnolia’, un “alegato en defensa de la naturaleza, el
arte y el amor”, según sus propios creadores. Una celebración de la vida
que entronca en cierta manera con la contracultura de los sesenta y traza un
sinuoso recorrido hasta llegar a la postmodernidad de Muse o Radiohead. Un
verdadero pensamiento alternativo al margen de las modas o dictados del
momento.
En menos de un año ya les habíamos visto tres veces a los de
Aranjuez en diversas circunstancias como festivales tipo BBK Live o Sonorama y
hasta en selectos garitos abarrotados con fans de Pink Floyd entonando sus
temas a pleno pulmón. Y en la jornada inaugural del MAZ Basauri junto a Sidonie
tampoco podría decirse que estuvieran solos, puesto que agotaron entradas en el
marco de una cita que va creciendo en cada edición, a pesar de que algunos
vagos sigan pensando que pillar el metro para ir a un concierto es poco menos
que ir al fin del mundo.
Según viene siendo habitual en esta gira, Rufus T. Firefly comenzaron con ese in crescendo de poso embriagante llamado
“Tsukamori”, probablemente de los mejores inicios de disco que hemos escuchado
en los últimos tiempos. Y el teclado tan alegre como hipnótico de “El Halcón
Milenario” contribuyó a que nuestra alma quisiera abandonar la carcasa mortal.
Pero si existe un aspecto que es imposible obviar cuando se acude a uno de sus
bolos es la notable presencia de la batería de Julia, todo un despliegue de
talento con cada golpe en el lugar adecuado y algo especial que casi te impide
fijarte en lo que resta del escenario. Un poder de atracción inefable.
“Cisne Negro” confirma la solidez de su último lanzamiento
en las distancias cortas, al igual que “Última noche en la tierra”. Era impresionante
que con dichos cortes la mayoría del personal permaneciera como las vacas al
pasar el tren, es decir, lo mismo que les sucedió cuando tocaron en el BBK
Live. Es evidente que necesitan hacer mayor trabajo de campo por la zona norte
para que el personal empiece a conocerlos y ya entonces cante las canciones en
los conciertos.
Otro de los detalles que revela la pasta de la que están
hechos es su forma de apiñarse en torno a la batería de Julia, igual que si
estuvieran en un local de ensayo o en un salón de casa. Y eso que han tocado en
recintos de proporciones considerables. Frente a estrellitas que necesitan
grandes despliegues para verse realzadas, ellos optan por el minimalismo en ese
aspecto, la cercanía con el público, que tiene la impresión de contemplar a
unas leyendas con maneras de andar por casa. La sencillez inapelable
desprovista de ego.
Un dardo directo al corazón se antojaba “Pulp Fiction”,
también con un pegadizo teclado que no se despega de la cabeza desde que esa
melodía entra en nuestra existencia. Y a un servidor le conquista asimismo
“Pompeya” por su aire a lo Muse total bordeando en ocasiones el industrial y
con una parte instrumental final con sacudidas a lo Wolfmother de quedarse
verdaderamente anonadado. Más motivos para enamorarse de Julia.
La declaración de amor freak
“Nebulosa Jade” volvió a sobrecoger una vez más, en especial sus
referencias a John Bonham o Harrison, aunque no estamos seguros si los jóvenes millennials del respetable sabrían
quiénes eran esos señores. El viaje psicodélico siguió con “Magnolia” mientras
recordábamos la voz de Bowie antes de que se desbocaran con los instrumentos en
uno de esos intervalos que les ganan el cielo.
Ya nos habían llevado muy lejos, por lo que era hora de
despejarse, lavarse la cara y bañarse en las aguas setenteras del “Río Wolf”,
que desató toda una tormenta eléctrica. Lástima que lo ajustado del formato
impidiera que se estiraran con bises, pero esperemos que regresen por la zona
con la mayor brevedad posible. Como cabezas de cartel, por supuesto.
Dado que Sidonie no entran dentro de nuestras apetencias
musicales, huimos del recinto ipso facto, aunque dudamos profundamente que los
catalanes superaran lo de Rufus T. Firefly, una banda con un abanico
estilístico tan inabarcable como su talento. Cualquiera que todavía no les
conozca, está perdiendo el tiempo y quizás hasta la vida. Esa noche el aullido
del viento se hizo canción.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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