Sala Wurlitzer,
Madrid
Existen momentos que conviene vivir en primera persona, ser
el protagonista absoluto de la acción y hasta intervenir en ella, según
aconsejaban los maestros del periodismo gonzo como Hunter S. Thompson, que en
la piedra angular del género, el artículo ‘El Derby de Kentucky es decadente y
depravado’, pasaba por completo del evento principal para centrarse en la
descripción de una multitud alcohólica y enfervorizada a la que en absoluto le
interesaba el espectáculo por el que pagaba la entrada.
Ese no era ni por asomo el caso de la noche de post punk
agónico y contemporáneo que se montó en la madrileña sala Wurlitzer, cuyos
horarios intempestivos para los que curraran al día siguiente no fueron
inconveniente alguno para que al final se registrara una entrada respetable con
una multitud que acabó rendida a los cabezas de cartel belgas. Una banda de
esas que dan un golpe sobre la mesa y de inmediato todos los ojos no pueden
apartar la vista del escenario. Una atracción hipnótica similar a la que
provocan ciertos artistas o esas almas libres de las que hablaba Bukowski.
Pero no todos los oficiantes de aquel aquelarre para amantes
de lo oscuro oficiaron con idéntica intensidad. Los aztecas Pain Rills nos supieron a poco con su “freak show” minimalista que abusaba de
pregrabados y una voz monocorde que no transmitía demasiado. Lograron evocar
interesantes atmósferas, eso sí, y lo de utilizar máscaras de carnaval
veneciano también tenía su punto, pero pasados unos minutos ya dejaron de
despertar interés tanto en lo visual como en lo musical. Para pasar el rato.
Pain Rills y su freak show. |
Gritos de “¡Viva San Antonio!” y aullidos se escucharon
cuando irrumpieron en escena los californianos Second Still con su post punk vigoroso de bastante más fuste que
los anteriores y con una vocalista oriental muy bailonga con tonos que remitían
a Siouxsie. Vale, no inventaban la rueda, pero es indudable el atractivo que
poseen temas como “Recover” con ese
rollo etéreo que recuerda a Cocteau Twins y otras figuras de la escudería 4AD.
Su propuesta fue ganando encanto a medida que avanzaba su tiempo sobre las
tablas y al final se crecieron en “Try” con sus punteos y repeticiones
hipnóticas a lo The Fall. La ovación se tornó estruendosa, lo que revela su
sintonía absoluta con el respetable, que escuchó con atención como si de una
clase magistral se tratara. Hay que seguirles la pista.
Los californianos Second Still convencieron a gran parte del respetable. |
Si la anterior vez que estuvieron Whispering Sons en la península muchos pronosticaron su pronta
desaparición debido a una lucha de egos inherente a su talento desmedido, esta
vez volvieron a noquear a los congregados y a buen seguro se llevaron una
nutrida porción de adeptos a la causa. Su andrógina vocalista Fenne Kuppens
demostró desde el inicio con sus puñetazos al aire que sabe de sobra lo que
hace falta para subirse a un escenario y concentrar todas las miradas. Aparte
de agallas, dispone de ese punto de cuelgue necesario y subversivo del que
hacía gala Ian Curtis de Joy Division, o Iggy Pop en otro ámbito. Esa sensación
de que en sus bolos podría pasar cualquier cosa.
Como si se hubiera criado en Detroit en vez de en un país
aburrido tan frío como sus instituciones europeas, Fenne confrontó al público
igual que lo harían las británicas Savages mirando al infinito con el mar de
fieles en lontananza y quizás pensando en emular el episodio bíblico de Moisés
y que aquello se dividiera en dos mitades a una señal suya. No convenía
contrariar a una tipa que pasaba sin despeinarse del trance místico a los
movimientos pugilísticos contra un enemigo invisible.
Whispering Sons en pleno éxtasis espiritual. |
“White Noise” evocó el desapego gélido del verdadero post
punk, una etiqueta hoy en día tan manoseada que lo mismo vale para clasificar a
grupos siniestros que a indies que nada tienen que ver con dicho género. Eso
sí, necesitan ponerse las pilas en el aspecto compositivo porque su material
todavía se antoja demasiado escaso con un EP y unos pocos singles editados. La
vuelta al estudio debería ser la máxima prioridad.
Pero como los expertos pistoleros, consiguieron sacar pleno
rendimiento a sus escasos proyectiles, uno de los más contundentes fue “Wall”,
uno de sus temas bandera que si hubiera justicia en este mundo atronaría en
todas las sesiones góticas con fuste. Los aullidos arreciaron, y con razón,
algo que posee todavía más mérito por la actitud puramente underground de los belgas. Sin presentaciones ni brasas estériles
de por medio, solo música en su plenitud. Bueno, eso y los peculiares
movimientos de su vocalista, que quizás a algún ortodoxo le pudieran parecer
excesivos, aunque siempre será preferible eso a la desmedida proliferación de
gatos de escayola que no sabes si están vivos o muertos. Todo al servicio de
una puesta en escena que no pasa desapercibida y que deja en la lona a la
mayoría de grupos contemporáneos de su rollo.
La santa Fenne mirando al infinito. |
El final fue apoteósico, con Fenne subida de nuevo al
monitor mirando desafiante a los presentes y adquiriendo la dignidad de una
santa a la que solo faltó ungir a los fieles de las primeras filas. Una suerte
de aparición mariana que desde luego contagió el fervor religioso en algunos
que no dudaron en gritar: “¡Esta es la
juventud del Papa!”. Pues nada, para la próxima a ver si alguien cursa
invitación para el señor Francisco.
Lo que sí es cierto es que aquello se convirtió en un
auténtico punto de no retorno, un evento después del cual costaba acomodarse de
nuevo a la rutina, igual que los aviones llega un momento en el que solo les
queda seguir hacia delante y volver atrás se convierte en una opción inviable.
Encrucijadas del destino como la que viven los belgas protagonistas de la
noche. Su despegue no tiene vuelta de hoja.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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