martes, 22 de mayo de 2018

WHISPERING SONS + SECOND STILL: EL PUNTO DE NO RETORNO


Sala Wurlitzer, Madrid

Existen momentos que conviene vivir en primera persona, ser el protagonista absoluto de la acción y hasta intervenir en ella, según aconsejaban los maestros del periodismo gonzo como Hunter S. Thompson, que en la piedra angular del género, el artículo ‘El Derby de Kentucky es decadente y depravado’, pasaba por completo del evento principal para centrarse en la descripción de una multitud alcohólica y enfervorizada a la que en absoluto le interesaba el espectáculo por el que pagaba la entrada.

Ese no era ni por asomo el caso de la noche de post punk agónico y contemporáneo que se montó en la madrileña sala Wurlitzer, cuyos horarios intempestivos para los que curraran al día siguiente no fueron inconveniente alguno para que al final se registrara una entrada respetable con una multitud que acabó rendida a los cabezas de cartel belgas. Una banda de esas que dan un golpe sobre la mesa y de inmediato todos los ojos no pueden apartar la vista del escenario. Una atracción hipnótica similar a la que provocan ciertos artistas o esas almas libres de las que hablaba Bukowski. 


Pero no todos los oficiantes de aquel aquelarre para amantes de lo oscuro oficiaron con idéntica intensidad. Los aztecas Pain Rills nos supieron a poco con su “freak show” minimalista que abusaba de pregrabados y una voz monocorde que no transmitía demasiado. Lograron evocar interesantes atmósferas, eso sí, y lo de utilizar máscaras de carnaval veneciano también tenía su punto, pero pasados unos minutos ya dejaron de despertar interés tanto en lo visual como en lo musical. Para pasar el rato.

Pain Rills y su freak show.
 Gritos de “¡Viva San Antonio!” y aullidos se escucharon cuando irrumpieron en escena los californianos Second Still con su post punk vigoroso de bastante más fuste que los anteriores y con una vocalista oriental muy bailonga con tonos que remitían a Siouxsie. Vale, no inventaban la rueda, pero es indudable el atractivo que poseen temas como “Recover” con ese rollo etéreo que recuerda a Cocteau Twins y otras figuras de la escudería 4AD. Su propuesta fue ganando encanto a medida que avanzaba su tiempo sobre las tablas y al final se crecieron en “Try” con sus punteos y repeticiones hipnóticas a lo The Fall. La ovación se tornó estruendosa, lo que revela su sintonía absoluta con el respetable, que escuchó con atención como si de una clase magistral se tratara. Hay que seguirles la pista.

Los californianos Second Still convencieron a gran parte del respetable.
 Si la anterior vez que estuvieron Whispering Sons en la península muchos pronosticaron su pronta desaparición debido a una lucha de egos inherente a su talento desmedido, esta vez volvieron a noquear a los congregados y a buen seguro se llevaron una nutrida porción de adeptos a la causa. Su andrógina vocalista Fenne Kuppens demostró desde el inicio con sus puñetazos al aire que sabe de sobra lo que hace falta para subirse a un escenario y concentrar todas las miradas. Aparte de agallas, dispone de ese punto de cuelgue necesario y subversivo del que hacía gala Ian Curtis de Joy Division, o Iggy Pop en otro ámbito. Esa sensación de que en sus bolos podría pasar cualquier cosa.

Como si se hubiera criado en Detroit en vez de en un país aburrido tan frío como sus instituciones europeas, Fenne confrontó al público igual que lo harían las británicas Savages mirando al infinito con el mar de fieles en lontananza y quizás pensando en emular el episodio bíblico de Moisés y que aquello se dividiera en dos mitades a una señal suya. No convenía contrariar a una tipa que pasaba sin despeinarse del trance místico a los movimientos pugilísticos contra un enemigo invisible.

Whispering Sons en pleno éxtasis espiritual.
“White Noise” evocó el desapego gélido del verdadero post punk, una etiqueta hoy en día tan manoseada que lo mismo vale para clasificar a grupos siniestros que a indies que nada tienen que ver con dicho género. Eso sí, necesitan ponerse las pilas en el aspecto compositivo porque su material todavía se antoja demasiado escaso con un EP y unos pocos singles editados. La vuelta al estudio debería ser la máxima prioridad.

Pero como los expertos pistoleros, consiguieron sacar pleno rendimiento a sus escasos proyectiles, uno de los más contundentes fue “Wall”, uno de sus temas bandera que si hubiera justicia en este mundo atronaría en todas las sesiones góticas con fuste. Los aullidos arreciaron, y con razón, algo que posee todavía más mérito por la actitud puramente underground de los belgas. Sin presentaciones ni brasas estériles de por medio, solo música en su plenitud. Bueno, eso y los peculiares movimientos de su vocalista, que quizás a algún ortodoxo le pudieran parecer excesivos, aunque siempre será preferible eso a la desmedida proliferación de gatos de escayola que no sabes si están vivos o muertos. Todo al servicio de una puesta en escena que no pasa desapercibida y que deja en la lona a la mayoría de grupos contemporáneos de su rollo. 

La santa Fenne mirando al infinito.
 El final fue apoteósico, con Fenne subida de nuevo al monitor mirando desafiante a los presentes y adquiriendo la dignidad de una santa a la que solo faltó ungir a los fieles de las primeras filas. Una suerte de aparición mariana que desde luego contagió el fervor religioso en algunos que no dudaron en gritar: “¡Esta es la juventud del Papa!”. Pues nada, para la próxima a ver si alguien cursa invitación para el señor Francisco.

Lo que sí es cierto es que aquello se convirtió en un auténtico punto de no retorno, un evento después del cual costaba acomodarse de nuevo a la rutina, igual que los aviones llega un momento en el que solo les queda seguir hacia delante y volver atrás se convierte en una opción inviable. Encrucijadas del destino como la que viven los belgas protagonistas de la noche. Su despegue no tiene vuelta de hoja.   

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


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