Sala BBK, Bilbao
Hay artistas que no necesitan sermones grandilocuentes ni
posturitas para enganchar al personal. Es lo que sucede con aquellos que tienen
composiciones de la envergadura suficiente para dejar que hablen por sí solas y
todo el mundo preste atención de inmediato como si se tratara de una verdadera
clase magistral. Toda una gesta en la época contemporánea en la que casi
siempre se habla a gritos y apenas se escucha a los interlocutores. El arte de
la conversación hace tiempo que quedó sepultado por el gallinero de las redes
sociales.
En este contexto se erige en triunfadora la voz certera y
sin estridencias de José Ignacio Lapido, guitarrista y principal compositor de
los míticos granadinos 091, aparte de columnista en prensa y escritor de
guiones y música para televisión. Desde 1996 lleva embarcado en una trayectoria
en solitario en la que ha hecho gala de lo que él ha llamado la “ética de la resistencia”, esto es, no
desanimarse por los altibajos ni tampoco permitir que se suba demasiado el pavo
a la cabeza. Como tal vez le pasaría hace un par de años cuando con la
reunificación de su antigua banda llenaron salas y gozaron de todo el éxito que
no obtuvieron en el momento de su separación.
Tras ese alto en el camino salpicado de flores, tocaba
retomar la faceta personal de siempre con ‘El alma dormida’, un álbum dedicado
a su madre fallecida cuyo mismo título evoca las famosas ‘Coplas a la muerte de
su padre’ de Jorge Manrique. Una sala abarrotada de señores y algunos niños
demostró que sus trabajos siguen despertando un interés considerable, que
quizás no sea tanto como el de 091, pero que vale incluso para que se publiquen
libros analizando sus letras, caso de ‘En cada lamento que se hace canción’ de
Jordi Vadell.
Con la pompa que imprimía la selecta Sala BBK, Lapido comenzó ampuloso y
americanizado, rememorando en ocasiones a Tom Petty, con unos acompañantes de
auténtico lujo que recordaban por su prodigiosa compenetración a la E Street
Band de Springsteen. El rock n’ roll vigoroso de “Nuestro trabajo” servía para
enganchar al personal, pero también para recalcar que no se trataría de una
velada estridente o de guitarras que despidieran fuego, sino de algo
tranquilito, de vermut de los domingos.
La electricidad siguió controlada en “Lo creas o no” y en
“Mañana quién sabe” se acercó al rock de autor inofensivo a lo Leiva o Quique
González. La peña se fue animando con los guitarrazos de “¡Cuidado!” y hasta un
señor emocionado que daba palmas en primera fila se puso a preguntar a los
niños de al lado si les gustaban las canciones, etc. La típica retahíla del
brasas común. Ni respetan a los menores.
El granadino anunció que cambiaría de tercio para la
reposada “Como si fuera verdad”, aunque probablemente sea una de las mejores
piezas de ‘El alma dormida’ y que por su tono la podría cantar Bunbury. Pilló
acústica para “Estrellas del purgatorio” antes de alcanzar uno de los puntos
álgidos de la velada con “Dinosaurios”, con cierto deje castizo a lo Pereza. El
señor megafan del que hablábamos en el anterior párrafo pidió “Palo cortao” de
091 y el chaval de al lado saltó “¡Esa la
había pedido yo!”, a lo que respondió el hombre con ganas de conversación: “¿Las estudias en el cole o qué? ¡Te las
sabes todas!”.
Estaba lleno de espectadores veteranos, sí, pero allí no
había cotorras, pues todo el mundo prestaba tanta atención como si fuera un
recital de música clásica. La verdad es que era complicado aburrirse con temas
enérgicos del calibre de “Noticias del infierno” que bordeaban el hard rock, o
con las ínfulas springsteenianas de “Lo que llega y se nos va”. Pero si algo
caracterizaba al bolo del ex 091, es que había valles y picos, así que no
extrañó que explotara su vertiente más sentimental en “Algo me aleja de ti”, en
la que se escapó algún “¡Wow!”
producto de la intensidad alcanzada.
Y con cierto aire jocoso anunció “La versión oficial” como
una canción sobre “catedráticos” y “rectores”, en alusión al polémico
máster de Cifuentes, aunque confesara que se escribió con “varios meses de antelación”. El country melancólico de “No hay
prisa por llegar” precedió a la rockera “La antesala del dolor”, en la que
hasta el teclista se mostró desfogado. Otro ejemplo de menú equilibrado.
Sin que flaqueara ni un instante esa simbiosis absoluta entre
Lapido y sus músicos se despidieron reivindicando el poso rockero con riffs de
infarto. La vuelta empero se tornó más sosegada con “En el ángulo muerto”, en
la que se escucharon comentarios de aprobación entre los mayores como “Muy bien, chaval”. Un jovencito de casi
sesenta palos.
“La hora de los lamentos” siguió la senda emocional y
“Cuando el ángel decida volver” evocó parajes desérticos para calarse sombrero.
La respuesta fue tan abrumadora que el granadino tuvo que regresar por segunda
vez para “En la escalera de incendios” y “Cuando por fin”, ideal esta última
para finiquitar un recital de altura de rock maduro, pero no por ello carente
de fuerza.
Dos horas pasadas se cascó esta alma discreta de 091 sin que
nos invadiera el sopor en ningún momento, lo único que echamos en falta es que
en el recinto no hubiera barra de bar, pese a que juraríamos que lo vimos
anunciado por ahí. Un detalle insignificante frente al buen hacer contemplado,
con base sólida y sin levantar la voz. A veces la serenidad es un valor al
alza.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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