Kafe Antzokia, Bilbao
La etiqueta del malditismo se ha mancillado tanto en la
época contemporánea que en cuanto sale a colación el término uno enseguida se
pone en guardia ante una nueva ocurrencia del mundo gafapastil. Esos que se
apropiaron de la agonía existencial de Joy Division o banalizaron el legado de
Bukowski hasta reducirlo a una mera sucesión de borracheras. Y no hablemos ya
de esa expropiación forzosa de la palabra “post punk”, que ya sirve para
catalogar casi cualquier cosa que no tenga que ver con la rabia de los tres
acordes originaria. Subversión cero.
Pero todavía queda la resistencia, supervivientes de otros
tiempos cuya autenticidad sigue echando para atrás y se convierten en la nota
discordante entre el habitual pensamiento borreguil reflejo de los tiempos
actuales. Ahí entraría esa suerte de supergrupo de veteranos de la escena
llamado Sumisión City Blues, entre los que destaca el vocalista Pela, heredero
de una tradición de salvajismo sobre las tablas que se remonta a Iggy Pop, Stiv
Bators o Johnny Thunders, irredentos noctívagos que no rehuyeron el contacto
con sustancias prohibidas y cuya actitud incendiaria marcaría a generaciones
futuras.
No suele suceder que los teloneros superen a los cabezas de
cartel, pero a veces se dan ese tipo de conexiones cósmicas y casi dan ganas de
pirarse después de ver un derroche de adrenalina sin igual. ¿Cómo alguien
podría atreverse a salir a escena cuando previamente se ha producido una
combustión espontánea cuya deflagración todavía puede palparse en el ambiente?
Eso sucedió aquella noche en el Kafe Antzokia desde que Sumisión City Blues extendieron su
particular evangelio de cuchillas de afeitar en una parroquia que no estaba
precisamente abarrotada. San Pela Evangelista arengó a los fieles con la
convicción de un mesías autoproclamado y que no tiene reparo en demostrar su
poder en cuanto se tercia la ocasión. Y las guitarras del pluriempleado San
Joseba de Arimatea se fundieron a la perfección con las de San Anti Apóstol
evocando a legendarias parejas de hachas de la historia del rock como Keith
Richards y Ron Wood.
El tratado de decadencia “Mundo mejor” sirvió para elevarse de
la cochambre y situarse con pleno derecho entre lo más selecto de la elegancia
lumpen, letras corrosivas que beben indudablemente del punk y de glorificadores
de bajos fondos como Burning o Dogo y los Mercenarios. Y el sacerdote maldito
Pela recordó asimismo aquellos tiempos lejanos en los que “era imposible que en el 88 con Kortatu un fotógrafo se metiera en la
primera fila”. Oremos.
“No pensaba en ti” desató aullidos entre la congregación
antes de un “Sólo Tú” que materializó como pocas veces el santo y seña del
culto establecido con frases para enmarcar y la notable aportación a los coros
del gran Joseba B. Lenoir. El voceras esquivó incluso algún beso que le
lanzaron al aire soltando perlas como “¿Qué
pasará cuando te diga que te quiero?”. Munición preparada para
contrarrestar los envites de Cupido.
San Pela Evangelista y San Joseba de Arimatea |
No demasiada esperanza quedaría en ningún corazón tras
escuchar “Obedece”, otro paseo por las zonas más marginales del alma. Y “Saben
todo de ti” pilló al santo encargado de las voces apoyado en un monitor como si
estuviera en el sofá de su casa. “Os
creéis la hostia por salir un lunes, mentira, ya lo predijo Paloma San
Basilio”, dijo antes del rollito medio funk de “Mentira”. Los creyentes
pidieron más salmos, pero ya se había acabado el tiempo de eucaristía, solo
quedaba esperar hasta una próxima misa para desarrapados y demás gente de
malvivir. La fuerza de su fe es incontestable.
Supervivientes de aquella mítica escena escandinava que
explotó a mediados de los noventa, The
Flaming Sideburns regresaban a la península con su formación original
encabezada por el expatriado argentino Jorge Eduardo “Speedo” Martínez, al que
el paso del tiempo no le ha sentado demasiado bien y cuyo aspecto recordaba al
de Ian Astbury en sus horas más bajas antes de que renaciera de sus cenizas en
el último festival Azkena. De hecho, su entrada a las tablas podría calificarse
de cualquier manera excepto de triunfal cuando se pegó una toba espectacular en
un intento de ejecutar un salto que su actual forma física no le permitía.
Apelaron al rock n’ roll añejo con “Bama Lama Loo” y se pudo
comprobar desde el inicio que su vocalista andaba algo pasado de vueltas con
acrobacias forzadas en las que podría darse un morrazo tranquilamente. Pero al
tipo eso le dio lo mismo, pues se subió sin problemas a uno de los monitores,
lanzó gritos espasmódicos y hasta tocó de vez en cuando la pandereta recordando
de nuevo al cantante de The Cult.
Con un histrionismo deudor de Lux Interior, se acordó de “los sobrevivientes de los 90” en “Street
Survivor” y rindieron tributo a los clásicos garajeros 13th Floor Elevators con
“Reverberation”, si no me equivoco. Y bordando el rizo de los movimientos
imposibles, Eduardo Martínez se encaramó en la barandilla que subía al segundo
piso antes de “World Domination”, pura ortodoxia abrasiva a lo The Stooges.
Regresaron para unos bises, pero se notaba que el hombre no
podía ya ni con los huevos y nos recordó a aquel famoso episodio de Astbury en
el Azkena gritando “señor piso” en un
estado claramente etílico. Amagaron con el “Demolición” de Los Saicos
previamente a la incendiaria “Loose My Soul” y no se cortaron a la hora de
mandar sentarse a la peña antes de que al líder desatado le diera por hacer el
pino.
Y para el final no faltaron de nuevo los homenajes a los
pioneros como el “Lucille” de Little Richards y hasta un fragmento del “Surfin’
Bird” popularizado por Ramones o The Cramps, una piedra angular en el rollo
garajero. No estuvo mal, pero ya veníamos noqueados de antes con el
incontestable evangelio de los suicidas. Fervientes devotos a partir de ahora.
TEXTO: ALFREDO
VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN
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