martes, 29 de mayo de 2018

THE FLAMING SIDEBURNS + SUMISIÓN CITY BLUES: EL EVANGELIO DE LOS SUICIDAS


Kafe Antzokia, Bilbao

La etiqueta del malditismo se ha mancillado tanto en la época contemporánea que en cuanto sale a colación el término uno enseguida se pone en guardia ante una nueva ocurrencia del mundo gafapastil. Esos que se apropiaron de la agonía existencial de Joy Division o banalizaron el legado de Bukowski hasta reducirlo a una mera sucesión de borracheras. Y no hablemos ya de esa expropiación forzosa de la palabra “post punk”, que ya sirve para catalogar casi cualquier cosa que no tenga que ver con la rabia de los tres acordes originaria. Subversión cero.

Pero todavía queda la resistencia, supervivientes de otros tiempos cuya autenticidad sigue echando para atrás y se convierten en la nota discordante entre el habitual pensamiento borreguil reflejo de los tiempos actuales. Ahí entraría esa suerte de supergrupo de veteranos de la escena llamado Sumisión City Blues, entre los que destaca el vocalista Pela, heredero de una tradición de salvajismo sobre las tablas que se remonta a Iggy Pop, Stiv Bators o Johnny Thunders, irredentos noctívagos que no rehuyeron el contacto con sustancias prohibidas y cuya actitud incendiaria marcaría a generaciones futuras.

 No suele suceder que los teloneros superen a los cabezas de cartel, pero a veces se dan ese tipo de conexiones cósmicas y casi dan ganas de pirarse después de ver un derroche de adrenalina sin igual. ¿Cómo alguien podría atreverse a salir a escena cuando previamente se ha producido una combustión espontánea cuya deflagración todavía puede palparse en el ambiente?

Eso sucedió aquella noche en el Kafe Antzokia desde que Sumisión City Blues extendieron su particular evangelio de cuchillas de afeitar en una parroquia que no estaba precisamente abarrotada. San Pela Evangelista arengó a los fieles con la convicción de un mesías autoproclamado y que no tiene reparo en demostrar su poder en cuanto se tercia la ocasión. Y las guitarras del pluriempleado San Joseba de Arimatea se fundieron a la perfección con las de San Anti Apóstol evocando a legendarias parejas de hachas de la historia del rock como Keith Richards y Ron Wood.

El tratado de decadencia “Mundo mejor” sirvió para elevarse de la cochambre y situarse con pleno derecho entre lo más selecto de la elegancia lumpen, letras corrosivas que beben indudablemente del punk y de glorificadores de bajos fondos como Burning o Dogo y los Mercenarios. Y el sacerdote maldito Pela recordó asimismo aquellos tiempos lejanos en los que “era imposible que en el 88 con Kortatu un fotógrafo se metiera en la primera fila”. Oremos.

“No pensaba en ti” desató aullidos entre la congregación antes de un “Sólo Tú” que materializó como pocas veces el santo y seña del culto establecido con frases para enmarcar y la notable aportación a los coros del gran Joseba B. Lenoir. El voceras esquivó incluso algún beso que le lanzaron al aire soltando perlas como “¿Qué pasará cuando te diga que te quiero?”. Munición preparada para contrarrestar los envites de Cupido.

San Pela Evangelista y San Joseba de Arimatea
No demasiada esperanza quedaría en ningún corazón tras escuchar “Obedece”, otro paseo por las zonas más marginales del alma. Y “Saben todo de ti” pilló al santo encargado de las voces apoyado en un monitor como si estuviera en el sofá de su casa. “Os creéis la hostia por salir un lunes, mentira, ya lo predijo Paloma San Basilio”, dijo antes del rollito medio funk de “Mentira”. Los creyentes pidieron más salmos, pero ya se había acabado el tiempo de eucaristía, solo quedaba esperar hasta una próxima misa para desarrapados y demás gente de malvivir. La fuerza de su fe es incontestable.

Supervivientes de aquella mítica escena escandinava que explotó a mediados de los noventa, The Flaming Sideburns regresaban a la península con su formación original encabezada por el expatriado argentino Jorge Eduardo “Speedo” Martínez, al que el paso del tiempo no le ha sentado demasiado bien y cuyo aspecto recordaba al de Ian Astbury en sus horas más bajas antes de que renaciera de sus cenizas en el último festival Azkena. De hecho, su entrada a las tablas podría calificarse de cualquier manera excepto de triunfal cuando se pegó una toba espectacular en un intento de ejecutar un salto que su actual forma física no le permitía.


Apelaron al rock n’ roll añejo con “Bama Lama Loo” y se pudo comprobar desde el inicio que su vocalista andaba algo pasado de vueltas con acrobacias forzadas en las que podría darse un morrazo tranquilamente. Pero al tipo eso le dio lo mismo, pues se subió sin problemas a uno de los monitores, lanzó gritos espasmódicos y hasta tocó de vez en cuando la pandereta recordando de nuevo al cantante de The Cult.

Con un histrionismo deudor de Lux Interior, se acordó de “los sobrevivientes de los 90” en “Street Survivor” y rindieron tributo a los clásicos garajeros 13th Floor Elevators con “Reverberation”, si no me equivoco. Y bordando el rizo de los movimientos imposibles, Eduardo Martínez se encaramó en la barandilla que subía al segundo piso antes de “World Domination”, pura ortodoxia abrasiva a lo The Stooges.


Regresaron para unos bises, pero se notaba que el hombre no podía ya ni con los huevos y nos recordó a aquel famoso episodio de Astbury en el Azkena gritando “señor piso” en un estado claramente etílico. Amagaron con el “Demolición” de Los Saicos previamente a la incendiaria “Loose My Soul” y no se cortaron a la hora de mandar sentarse a la peña antes de que al líder desatado le diera por hacer el pino.

Y para el final no faltaron de nuevo los homenajes a los pioneros como el “Lucille” de Little Richards y hasta un fragmento del “Surfin’ Bird” popularizado por Ramones o The Cramps, una piedra angular en el rollo garajero. No estuvo mal, pero ya veníamos noqueados de antes con el incontestable evangelio de los suicidas. Fervientes devotos a partir de ahora.

TEXTO: ALFREDO VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN





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