Sala Azkena, Bilbao
Los mensajes buenrollistas dominan nuestra vida. A
cualquiera que se aparte del pensamiento totalitario contemporáneo se le acusa
de “cenizo”, “hater” o ese tan socorrido “machista”
que ya sirve de comodín cuando se exponen las vergüenzas de uno públicamente.
Por fortuna, ya pasó la moda de Paulo Coelho, aunque todavía le dejen escribir
libros, y pocos se acuerdan ya de esas tazas o camisetas con repulsivos
mensajes positivistas que en realidad a lo único que ayudan es a hundirse en la
miseria. Hay que reivindicar más los tiros de cal viva.
Eso hacen precisamente los madrileños con presencia
malagueña Biznaga, que hablan alegremente de cuerpos en putrefacción, maneras
muy distintas de buscarse la ruina o de caminar por el puente de los suicidas,
asuntos que deberían provocar sarpullidos a todos esos abraza árboles alérgicos
a lo escabroso. Pero tampoco es que lo hagan por regodearse en el mal rollo
gratuito, sino que simplemente siguen la senda que ya marcaron antes en nuestro
país piedras angulares del siniestrismo y el punk como Parálisis Permanente o
Eskorbuto. Simple devoción a los maestros.
Les hemos visto ya infinidad de veces, hemos perdido ya la
cuenta, pero algún año hemos llegado a contar hasta tres bolos suyos, y siempre
nos ha parecido muy curioso que tengan predicamento en el mundillo indie cuando
su música no tiene nada que ver con eso, podría decirse incluso que se trata de
lo opuesto. En sus recitales uno no verá por ejemplo a los mismos tipos que se encuentra
en grupos tipo Radiocrimen o Rat-Zinger, hay un paisanaje más refinado, pero
los pogos se montan con idéntico entusiasmo, eso sí.
Si algo agrada de Biznaga es que siempre se sabe a lo que se
va. Conciertos relámpago que no llegan a la hora, creo que ni siquiera a los 45
minutos, de hecho, no hacen bises, por lo que resulta inútil desgañitarse al
final, y los temas se suceden sin apenas pausa. A degüello. Nunca se exprimió
con tanto entusiasmo discos tan concisos.
Ante una multitud bastante considerable para encontrarnos en
plenas fiestas, Biznaga abrieron la
veda con los ecos castizos de “Cul de Sac”, como viene siendo su costumbre en
los últimos tiempos. Le tomó el relevo “Brigadas Enfadadas”, que debería ser el
himno de una futura revolución contra los ofendiditos, la bilis que nunca
falte. Ni en los antros ni en los billares.
El fervor del personal había quedado demostrado más que de
sobra desde el comienzo, pero no se cortaron en pedir que “si se puede dar un poco más de hostias, mejor”. El casi saqueo a
Parálisis Permanente de “Fiebre” valió para que algún espontáneo se lanzara
desde las diminutas escaleras en una acción que parecía más de chiste que de
puro desfase. Y no descuidaron esa vena tradicionalista vía Gabinete Caligari
que tanto mola en “Mala Sangre” y que en su lanzamiento más reciente han dejado
un tanto de lado en pos de la inmediatez punk.
Sin aflojar ni para respirar, la visceral “Nigredo” cayó
como un mazazo sobre susceptibles antes de que anunciaran una pieza sobre “anarquistas” en “Héroes del No”. Suelen
tener de vez en cuando arrebatos graciosos y en esta ocasión nos contaron que siempre
les confunden con vascos y
preguntaron si a nosotros también nos pasaba. Lo cierto es que la primera vez
que les vimos en el piso superior del Antzoki, la camiseta de rayas “borroka” que llevaba el cantante le
habría hecho pasar desapercibido por Somera o las Siete Calles.
Nos pareció que adelantaron alguna pieza nueva que iba en la
línea punk de su material reciente y “Adalides de la Nada” provocó pogos
tremendos y cánticos a pleno pulmón. El batera Milky, que llevaba bombo
personalizado con su nombre, no se cortó a la hora de solicitar a la
concurrencia recomendaciones para salir luego de farra y por ahí se escucharon
cosas como “A casa” o “A la ría”. O a picarse debajo del puente
de San Antón, faltó decir. Que no sea por planes interesantes.
Pillaron carrerilla con “Una nueva época del terror”,
“Máquinas blandas” y “Una ciudad cualquiera”, que dedicaron “a Bilbao y sus gentes”. Los pogos no
cesaron ni por asomo, lo suyo con unos cortes frenéticos que preconizan la
inmediatez. Y “Mediocridad y Confort” indujo de nuevo a la muchedumbre a
invadir el escenario y saltar desde allí como si fuera un trampolín. Nunca les
molaron los simulacros, si hay que liarla, se lía.
Otro bolazo que les consolida como ídolos del no, de la
negación total ante el buenrollismo imperante que nos quieren meter hasta por
los ojos. El telón que colgaron al fondo que decía “Nadie. Nunca. Nada. No” era toda una declaración de principios sin
parangón. He ahí las claves para vivir a tumba abierta. Por muchos años.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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