Kafe Antzokia, Bilbao
El rock tiene bastante de ritual, de ceremonia litúrgica.
Unos cuantos mortales que se reúnen alrededor de un escenario, al igual que
antaño se arremolinaban en torno a una hoguera para adorar a un macho cabrío y
llegaban al éxtasis mediante diversas sustancias alucinógenas. Los conciertos
son los aquelarres de la modernidad, eventos en los que lo mismo puedes
experimentar una revelación absoluta que te obligue a convertirte al culto de
inmediato o una profunda decepción capaz de hacer abjurar de sus principios al
más firme devoto.
Mucho de eucaristía pagana siempre han tenido los shows de
los hispano-argentinos Capsula, con un chamán como Martín Guevara con esa
habilidad innata de las grandes estrellas para meterse al público en el
bolsillo y conseguir que se fundan en un alma sola que salta frenéticamente
cual presa de un ataque epiléptico. No es de extrañar que experimentaran esta
sensación de comunión las 60.000 personas que abarrotaron el Estadio Único de
La Plata durante el tramo argentino de la última gira de Pearl Jam, fans
confesos de la banda.
Pese a que el personal tardó en llegar, estaba claro que la
presentación de ‘Santa Rosa’ en el Antzoki bilbaíno se transformaría en todo un
acontecimiento a la altura de la tormenta eléctrica que da nombre a su disco a
punto de salir.
Pocos andaban por ahí todavía cuando apareció el también
argentino Francisco Nogal, un tipo
con guitarra a lo Chris Isaak que empezó y terminó rindiendo homenaje a los
clásicos con el “Play With Fire” de los Stones y el “Hey Hey My My (Into The
Black)” de Neil Young. Entre medias aprovechó para dar cancha a su obra en
solitario ‘Eclipse de luna’ y aunque su rollo noctívago intimista no era lo más
adecuado para entrar en harina un viernes noche, no desagradó a modo de
entremés. La BSO adecuada al pasar por un pueblo maldito de carretera.
En otra onda más animada se movían las getxotarras Moonshakers, combo eminentemente
femenino estilo The Pretenders o The Bangles, que en un inicio se tornaron
demasiado poperas, pero a medida que avanzaba el show ganaron empaque al
acercarse al post punk elegante de las tan en boga británicas Savages. Contaron
con el apoyo de unos cuantos conocidos en las primeras filas que se hicieron
notar y contagiaron el ambiente de fiestón absoluto, aunque aún necesitan pulir
las composiciones y paliar cierto estatismo en escena. Ya adquirirán
consistencia.
Las getxotarras Moonshakers. |
A la hora de definir lo que se entiende por un espectáculo
salvaje, tal acepción debería figurar justo al lado del grupo Capsula, a tenor de lo que hemos
contemplado en directo las tres ocasiones que los hemos visto. Porque pocos
existen con ese grado de entrega a la causa del rock n’ roll y que puedan
fusionar sin problemas post punk, psicodelia, blues y un ímpetu incendiario
deudor de Iggy Pop & The Stooges.
Con el apabullante pistoletazo de salida de “Mejor no hablar
de ciertas cosas”, se materializó una suerte de ritual vudú en el que la
muchedumbre se agitaba casi a punto de entrar en trance. Martín Guevara desde
el mismo comienzo adoptó el papel de sumo sacerdote, un médium para
alcanzar un estado superior de
conciencia que otorgaba a las piezas la dignidad requerida. Alucinante cuando
en plena eclosión noise anticipó la llegada de un tornado y al mismo tiempo los
abrigos volaron por el recinto, como si verdaderamente hubieran traspasado el
campo de acción de un fenómeno meteorológico extremo.
El chamán Martín Guevara. |
Añadieron poso blues con “Dirty Rat” y la tormenta adquirió
proporciones bíblicas con “Tierra girando”, a la vez que se contagiaban de la
fantasmagoria y fuerza poética de Nick Cave & The Bad Seeds. Como es
habitual, uno de los momentos cumbre del recital estuvo en “Communication”,
donde Martín extendió la palabra entre los fieles desde abajo del escenario y
la adrenalina subió hasta cotas estratosféricas.
El temporal arreció con “What’s In The Mirror”, aunque antes
el voceras sufrió un arrebato nostálgico al darse cuenta de que “éramos la última generación que íbamos a
poder tocarnos”. Y es que la concepción de los bolos que entienden los
hispano-argentinos es muy a la vieja usanza, con un frontman que casi parece un caballo desbocado dando saltos por ahí
y elevando el mástil al cielo como si aquello de verdad tuviera un significado,
un culto en el que se santifican las seis cuerdas y la visceralidad al extremo.
A su vera se encuentra su inseparable bajista desde 1999
Coni Duchess, que otorga el contrapunto elegante a tanto salvajismo y
proporciona tonos vocales hipnóticos para inducir al trance. Procedente de
escuelas de arte visual, dicen que es en parte responsable del acercamiento del
grupo a los sonidos más oscuros del noise o post punk.
Con voluntad arqueológica se entregaron al “Ikusi eta Ikasi”
de Delirium Tremens, grupo ochentero de Mutriku “nunca lo suficientemente reivindicado”, en opinión del inquieto
vocalista. Y en la homónima “Santa Rosa” bendijeron a las primeras filas
tocando la frente a varios asistentes, la unción eléctrica preceptiva para
ingresar en la hermandad.
La danza alrededor del fuego de “Flood” nunca falta en su
catálogo en directo, antes de que literalmente dejara colgada la guitarra en el
aire, a modo de última ofrenda a los dioses. Y después de semejante éxtasis,
los bises se exigieron a grito pelado, en los que recurrieron a la versión de
The Stooges “I Need Somebody”, “una
canción que hacíamos cuando éramos enanos adolescentes y no teníamos alma
todavía”, confesó Martín.
Y para mantener las agallas intactas recurrieron a otra de
sus clásicas, “Voices Underground”, con toda la sala agitándose como si les
fuera la vida en ello. Dado que el gran Duque Blanco había fallecido hace pocos
meses, nada mejor que finiquitar con una abrasiva revisión del “Suffragette
City”, con el estribillo atronando en las gargantas, parando durante un breve
intervalo y luego recreándose con saña. De cátedra.
Esa noche no cabe duda de que conjuraron a la tormenta, una
que por su rotundidad apenas se acierta a distinguir, como aquella que impidió
que unos piratas holandeses asaltaran la ciudad de Lima allá por 1615. Son
descargas así las que provocan toda una cascada de leyendas y mitos en torno a
hechos extraordinarios. Un aguacero torrencial de rock n’ roll de fuerza
imparable.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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