Kafe Antzokia, Bilbao
Si de verdad hubiera que conservar algo en formol por los
siglos de los siglos, eso debería ser la música con agallas, esa que no se
arruga ante nada ni nadie y que todavía sigue escandalizando a timoratos y
demás ralea aborregada. Parece mentira a estas alturas de la película, pero un
servidor continúa convencido de que sobreviven reservas de autenticidad en
pleno siglo XXI. Son muy escasas, de acuerdo, pero al igual que Bukowski cuando
encontraba a un verdadero espíritu libre, uno sabe que está ante una de ellas porque
se siente muy bien a su alrededor, tanto que podría beber hasta reventar por
puro placer o entregarse a cualquier otro vicio embriagante.
No todos los días se contempla un vendaval de autenticidad
como el que asoló el piso de arriba del Antzoki durante la visita de los
reunificados canadienses The Black Halos. Himnos anfetamínicos que rinden
tributo a Iggy Pop & The Stooges, Dead Boys, Johnny Thunders, Hanoi Rocks y
demás leyendas del glam punk de jeringuilla. Un chute en vena de rock n’ roll y
de actitud como pocas veces hemos visto últimamente.
Y a pesar de no tratarse de un grupo de masas, había una
considerable multitud ese día entre semana, con unas cuantas chicas de esas a
las que les ponen los malotes y bastantes emocionados fans que se agolparon a
escasos metros de las estrellas aprovechando la intimidad que ofrece el garito.
Hubo hasta un espontáneo que se subió un par de veces al escenario y se lanzó
luego como si estuviera en un estadio de grandes dimensiones. Cada cual con su
trueno particular.
Guardando todos luto por la vida, The Black Halos no tardaron en desplegar su macarrismo al tuétano
con “Shooting Stars” y “No Tomorrow Girls”, mientras el voceras Billy Hopeless
exhibía pose hierática con glamour a lo Jyrki de The 69 Eyes o Joey Ramone, lo
mismo se ahorcaba con el cable del micro que lanzaba japos al aire y los
pillaba con la mano al vuelo, un poco asqueroso, vale, pero no esperábamos
modales refinados dignos de caballero inglés.
El quinqui Billy Hopeless, con esposas y botella de Jack Daniel's |
Y para confraternizar con el respetable aludió a su amistad
con el legendario cantante y promotor cultural fallecido Kike Turmix, al que
consideró su “hermano mayor”, que le
decía que no parecía canadiense por su nivel de chaladura. “Seguro que en realidad eres vasco, porque estás tan jodido como yo”,
contó que le aseguró el líder de The Pleasure Fuckers.
Acompañados por el guitarrista madrileño Star Mafia Boy y el
miembro fundador Rich Jones, oficiaron muy a piñón fijo, sin apartarse lo más
mínimo de los parámetros establecidos, temas de dos y tres minutos y a
cascarla, ¿para qué entretenerse con divagaciones? Esto era música desde las
entrañas, con todo lo bueno y lo malo que conlleva.
El hacha madrileño Star Mafia Boy. |
El quinqui Billy Hopeless asumió su alcoholismo sin
problemas al admitir que le gustaba beber cada día y por eso dedicó su inmensa
oda a la decadencia “50 Bourbon Street” a los camareros “que me mantienen vivo”, según afirmó. Una interpretación enorme en
la que cedió a la concurrencia una botella entera de Jack Daniel’s y le volvió
a las manos casi vacía. ¿Qué esperaba, hombre de Dios? Aquí se arrampla con
cualquier donación a la causa.
El repertorio fue un tanto corto, apenas superaron la docena
de cortes, pero como suele decir el tópico, muy intenso. Sonaron “Fossil Fuel”
y “Geisterbahn II”, las dos nuevas composiciones que han colgado en su bandcamp para certificar su vuelta al
ruedo, y pepinazos del calibre de “Jane Doe” o la ramoniana “Lost In The ‘90s”,
mientras el descontrolado vocalista simulaba disparar a la peña o lamía las
esposas que le colgaban de la muñeca. Sus tonos no eran una maravilla en
directo, pero suplía esa carencia con una entrega descomunal a las tablas, un frontman escuela Stiv Bators total.
Y por supuesto se sumergió en las masas un par de veces,
elogió la amistad de farra de Star Mafia Boy y hasta el bajista hizo de
traductor simultáneo al presentar una
canción “sobre nosotros, sobre mierda
como yo”, endiosamientos cero, la antítesis de las estrellas de rock,
criaturas de cloaca que se retuercen y se revuelcan en su fango por pura
diversión, sin remilgos de ningún tipo.
El bolo se tornó fugaz y para cuando queríamos darnos cuenta
ya estaban con los bises, en los que se acordaron del “Deuce” de Kiss en clave
punkarra y levantaron mástiles al unísono igual que Gene y Paul. Y finiquitaron
esta glorificación de la cochambre con la apabullante versión de The Misfits
“Where Eagles Dare” con el tío Billy improvisando una suerte de “devilock”, ese peinado popularizado por
Jerry Only basado en el hijo de Lily y Herman de La Familia Monster.
La verdad es que uno tampoco tenía claro qué esperar de los
canadienses por las múltiples críticas que los calificaban de nefastos o de
simples borrachos en directo, aunque acabamos encantados por su actitud
visceral y macarra al extremo. Que se jodan los virtuosos y los picajosos
preocupados por tonterías más propias de La Scala de Milán que de un concierto
de rock. Su ardiente aliento a Bourbon echa para atrás.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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