martes, 26 de abril de 2016

THE MORLOCKS: DÍA DE RESURRECCIÓN



Sala Satélite T, Bilbao

A veces no queda otra que mudar de piel. Dar por cerrada una etapa y adentrarse en un nuevo periodo sin mirar atrás ni descuidar aquella esencia que permanece en lo más profundo del ser. Dejar que la ruleta vital gire hasta desembocar en mil y un transformaciones que confieran sentido a todo ese proceso de caer y levantarse ad nauseam. Un motivo supremo que justifique tantas penurias, las horas sin dormir y el continuo trasegar de un lugar a otro, esa suerte de aislamiento social a consecuencia de la vida en carretera.

Las leyendas del garage punk The Morlocks han soportado ya a estas alturas una cantidad considerable de reencarnaciones que no se entenderían si no fuera por pura afición al arte. Siempre pivotando alrededor de la peculiar figura de su líder Leighton Koizumi, presente desde los tiempos de su debut ‘Emerge’ allá por 1985 y que pasó una década en el trullo por un oscuro asunto con un camello que incluyó un secuestro. 


Tras una larga temporada a la sombra, lo primero que hizo Koizumi al salir fue reflotar The Morlocks, aunque sin ninguno de los miembros originales. Su último trabajo de estudio data de 2008 y ha habido que esperar casi otra década para una enésima reunificación en la que ha juntado a lo más granado del garage punk europeo como los Fuzztones Oliver Pilsner o Rob Louwers a la base rítmica y a las guitarras Bernardette (Sonny Vincent, The Gee Strings) y Marcello Salis (Gravedigger Five).

Toda una formación de lujo que unido a su aura mítica posibilitó que el Satélite T registrara una notable afluencia de público a las puertas del fin de semana. Y es que uno echaba un vistazo a sus fotos de promo con sombreros y estética pseudogótica y casi que entraban de inmediato ganas de ir. Y si encima te ponías leer la hoja de prensa en la que decían cosas como “su directo va a fundirte la mente, hacer que tus oídos sangren y dejarte con esa sensación de querer más”, la peregrinación hacia el garito era ya un hecho.


Porque desde los primeros acordes estaba claro que The Morlocks serían una bomba de relojería, un soplamocos en la cara con la intensidad de Iggy Pop & The Stooges, la sensualidad de The Cramps y las agallas hardrockeras de The Cult, de hecho, en cuanto a gestos, su vocalista clavaba sus movimientos a lo Ian Astbury, aparte de cierto parecido físico al morrisoniano británico en su época gloriosa, no en su posterior mutación en indigente.  

Apelando a la entrepierna desde el comienzo con “Sex Panther”, no tardaron en quedarse con el personal y su bolo fue subiendo en intensidad gracias a su energética revisión de Howlin’ Wolf “Killing Floor” y rescatando a los siempre resultones Flamin’ Groovies en su clásico “Teenage Head”. Y con cierta arrogancia el voceras de pinta indígena dijo que compuso su colosal “My Friend The Bird” cuando “nuestros padres todavía estaban follando”. Bueno, tranquilo, relaje usted paquete.


Y del misticismo saltaron de un plumazo a su último sencillo “Time To Move”, que podrían haberla firmado The Chesterfield Kings, o incluso de The Dandy Warhols, todo un derroche de adrenalina ideal para las distancias cortas con guitarrazos que valían su peso en oro. Aminoraron el ritmo con la cara B del mentado lanzamiento “Hang Up”, pero no esa actitud incendiaria que parece inherente a ellos, el cantante era tan guay que soltaba un “¡Wow!” casi en cada canción y en ocasiones se asemejaba a un animal desbocado que en cualquier momento podría causar un estropicio, un elefante suelto en una cacharrería.

Pero por ahí no había figuras delicadas de porcelana que merecieran preservarse, sino una multitud expectante que ya para entonces estaba más que desperezada y hasta montaba pogos en las piezas frenéticas tipo “One Ugly Child”, el viejo tema de Downliners Sect que Koizumi ya interpretaba con su otra banda Gravedigger Five. Al igual que sus compis de género The Sonics, en directo abusaban demasiado de catálogo ajeno, aunque hay que reconocer que el lavado de cara al que las sometían era considerable, por lo que muchas veces uno no se daba ni cuenta del expolio.


Alternaron con habilidad la urgencia garajera con el poso psicodélico y el aroma vintage, con un espectacular frontman que lo mismo intentaba derruir las barreras entre artistas y respetable encaramándose a la barra de separación del escenario que se tiraba al suelo como si fuera a invocar a Manitú. “Abrasivos”, los definieron desde las filas de atrás, y no erraron en absoluto.

Quizás fieles a la ortodoxia punk, no se estiraron mucho en el repertorio, apenas una hora estuvieron sobre las tablas, pero sus pildorazos caían con verdadera contundencia sobre los fieles y tras semejante repaso no creo que abundaran los insatisfechos en el garito. Concedieron un par de bises, el lisérgico “You Don’t Know” de Roky Erickson y la declaración de principios “Born Loser” de su glorioso debut ‘Emerge’. Para dejar claro que lo suyo no es una simple moda pasajera entronizada por el gafapastismo.


Allá por 1999 la revista Spin Magazine metía la pata de forma épica al asegurar que Leighton Koizumi había muerto debido a su falta de actividad durante una década y una noticia confusa en torno a un asunto de drogas. Lejos de morder el polvo, esa noche demostró que sigue más vivo que nunca, con una vitalidad envidiable y ganas para aguantar por lo menos una larga temporada. Un milagro digno de un día de resurrección.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA



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