La Nube, Bilbao
La proliferación de combos retro ha llegado a un nivel
agobiante. Si uno empieza a contar la cantidad de bandas fieles a los sonidos
setenteros probablemente se tire un rato considerable, salen hasta de debajo de
las piedras, oiga. Y casi es imposible no encontrar cada semana un bolo de este
palo por las inmediaciones, la burbuja concertil que nos comentaba hace no
demasiado cierto promotor se palpa como nunca en ese género vetusto cuyos
practicantes prefieren el calificativo de atemporal.
En pleno barrio de Santutxu paraban en esta ocasión los
italianos Ape Skull, otros seguidores a tope de Cream, Jimi Hendrix y demás
luminarias añejas. Formados como Colorsound, este trío tuvo bien claro desde el
inicio que lo suyo eran las divagaciones psicodélicas, el poso bluesero y la
contundencia stoner. Sin descuidar los preceptivos homenajes a los clásicos, no
tardaron en grabar temas propios y comenzar a tirar millas a la vieja usanza,
la única manera realmente efectiva de llegar a las masas.
El batería y vocalista de Ape Skull en pleno trance. |
Con un disco nuevo en ciernes, los romanos presentaban su
último largo ‘Fly Camel Fly’ de 2015, todo un símbolo de supervivencia y de
reconocimiento a aquellos que son capaces de aguantar largas travesías en el
desierto. De hecho, ellos nunca se plantearon cambiar el mundo, ni siquiera
tenían un objetivo definido aparte de crear sus propias composiciones y
extender la palabra por el globo terráqueo. Ese toma y daca recíproco que está
en la base de las ambiciones de cualquier grupo, la inevitable comunión con los
acólitos.
Apenas una veintena de personas se congregaron en la
parroquia de La Nube un día entre semana sin otras propuestas reseñables
alrededor. Los habituales del garito y poco más. Pero el concurso del
hombre-orquesta Belly Hole Freak
engatusó de primeras por su autenticidad con aroma del Mississippi. El tipo
tocaba platillos con el pie, punteaba de manera competente, cantaba con
vozarrón pantanoso y todavía le sobraba tiempo para sacudir unos cascabeles que
llevaba en las botas camperas. Todo un elogio a la autosuficiencia que se tornó
bastante entretenido, e incluso a la larga superó a los cabezas de cartel.
El aullante Belly Hole Freak. |
Aceleraba y aminoraba a su antojo el ritmo de su locomotora
particular y una vez que uno se montaba era imposible saltar en marcha.
Golpeaba con saña el suelo y aquello a veces se asemejaba a una especie de
ritual vudú. Muy grande este peculiar santero que rendía culto a las ciénagas,
el fango y la insalubridad musical.
Estaba claro que Ape
Skull no iban a inventar la rueda, pero una porción mínima de inventiva ya
se hubiera agradecido, pues se dedicaron a fusilar sin reparos a todas aquellas
figuras insignes del blues progresivo setentero que sería muy tedioso mencionar
de nuevo aquí. También poseían un leve matiz contemporáneo vía Radio Moscow, y
al igual que estos, había que estar provisto de una pasta especial para
aguantarlos un martes. Si te entraban por el lugar equivocado, no había nada
que hacer.
Su nivel a las tablas quedaba fuera de cuestión con temas
tan sólidos como “A Is For Ape”, “My Way” o “Early Morning” y esos punteos a lo
Hendrix con desarrollos instrumentales de quitarse el sombrero. Adolecían
empero de cierto estatismo, quizás favorecido por el hecho de que su cantante
era el batería y los otros dos compis apenas se movían de su rincón estipulado.
La voz era una de esas con poso añejo, con perfume intenso,
con la solera de los buenos caldos, es decir, los ingredientes para conseguir
calar en el respetable ahí se ofrecían a la vista, pero les faltó definir la
jugada y provocar por lo menos una mínima reacción entre la concurrencia, que
los observó con total indiferencia a excepción de una marchosa rubia pin up.
La cosa incluso llegó a mayores cuando a medida que avanzaba
el bolo la peña comenzaba a desertar, tal vez por el horario del metro o por la
sensación de haber contemplado ya lo que los italianos tenían que brindar, no
daban más de sí, como hemos dicho, no
era descabellado que sus eternas pajas instrumentales te pillaran con el pie
cambiado.
Tuvieron momentos inspirados, no lo negamos, por ejemplo,
ese intervalo de hermandad hippie durante el “Heya Heya” de los krautrockeros
alemanes Jeronimo, daban ganas de revolcarse por el fango. Y el final lo
levantaron un poco también con “Kids In The Kitchen” y esas notas reminiscentes
al “Voodoo Child” hendrixiano.
Dada la espantada general, ni siquiera se pidieron bises, se
dieron por sentados y recordó la penosa vez aquella durante un BBK Live en la
que Franz Ferdinand tuvieron casi que suplicar que les dejaran tocar más, hay
que mantener la dignidad y no conceder lo que no se desea. El que quiera peces,
que se moje el culo, reza el refranero popular. O por lo menos que lo
demuestre.
El líder baterista aprovechó para lucirse asimismo en los
estertores, al igual que su guitarra con un aire a lo Frank Zappa que legó un
solo de órdago, otra muestra más de su inevitable descenso hacia la
autocomplacencia. Y finiquitaron ante los cuatro amigos restantes con el “I Got
No Time” de Orange Peel, un homenaje más a la escena krautrock germana de
finales de los sesenta.
Como un tractor atrapado en un lodazal incapaz de tirar
hacia delante o hacia atrás, así rularon los transalpinos, bien dotados a nivel
técnico, pero carentes de emoción o de ideas completamente originales, la
sensación era de déjà vu total, de
haber contemplado eso mismo en unas cuantas ocasiones anteriores. El barro de
Woodstock se ha sacralizado en exceso.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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