viernes, 8 de abril de 2016

APE SKULL: EL BARRO DE WOODSTOCK



La Nube, Bilbao

La proliferación de combos retro ha llegado a un nivel agobiante. Si uno empieza a contar la cantidad de bandas fieles a los sonidos setenteros probablemente se tire un rato considerable, salen hasta de debajo de las piedras, oiga. Y casi es imposible no encontrar cada semana un bolo de este palo por las inmediaciones, la burbuja concertil que nos comentaba hace no demasiado cierto promotor se palpa como nunca en ese género vetusto cuyos practicantes prefieren el calificativo de atemporal.

En pleno barrio de Santutxu paraban en esta ocasión los italianos Ape Skull, otros seguidores a tope de Cream, Jimi Hendrix y demás luminarias añejas. Formados como Colorsound, este trío tuvo bien claro desde el inicio que lo suyo eran las divagaciones psicodélicas, el poso bluesero y la contundencia stoner. Sin descuidar los preceptivos homenajes a los clásicos, no tardaron en grabar temas propios y comenzar a tirar millas a la vieja usanza, la única manera realmente efectiva de llegar a las masas.

El batería y vocalista de Ape Skull en pleno trance.
 Con un disco nuevo en ciernes, los romanos presentaban su último largo ‘Fly Camel Fly’ de 2015, todo un símbolo de supervivencia y de reconocimiento a aquellos que son capaces de aguantar largas travesías en el desierto. De hecho, ellos nunca se plantearon cambiar el mundo, ni siquiera tenían un objetivo definido aparte de crear sus propias composiciones y extender la palabra por el globo terráqueo. Ese toma y daca recíproco que está en la base de las ambiciones de cualquier grupo, la inevitable comunión con los acólitos.

Apenas una veintena de personas se congregaron en la parroquia de La Nube un día entre semana sin otras propuestas reseñables alrededor. Los habituales del garito y poco más. Pero el concurso del hombre-orquesta Belly Hole Freak engatusó de primeras por su autenticidad con aroma del Mississippi. El tipo tocaba platillos con el pie, punteaba de manera competente, cantaba con vozarrón pantanoso y todavía le sobraba tiempo para sacudir unos cascabeles que llevaba en las botas camperas. Todo un elogio a la autosuficiencia que se tornó bastante entretenido, e incluso a la larga superó a los cabezas de cartel.

El aullante Belly Hole Freak.
 Aceleraba y aminoraba a su antojo el ritmo de su locomotora particular y una vez que uno se montaba era imposible saltar en marcha. Golpeaba con saña el suelo y aquello a veces se asemejaba a una especie de ritual vudú. Muy grande este peculiar santero que rendía culto a las ciénagas, el fango y la insalubridad musical.

Estaba claro que Ape Skull no iban a inventar la rueda, pero una porción mínima de inventiva ya se hubiera agradecido, pues se dedicaron a fusilar sin reparos a todas aquellas figuras insignes del blues progresivo setentero que sería muy tedioso mencionar de nuevo aquí. También poseían un leve matiz contemporáneo vía Radio Moscow, y al igual que estos, había que estar provisto de una pasta especial para aguantarlos un martes. Si te entraban por el lugar equivocado, no había nada que hacer.


Su nivel a las tablas quedaba fuera de cuestión con temas tan sólidos como “A Is For Ape”, “My Way” o “Early Morning” y esos punteos a lo Hendrix con desarrollos instrumentales de quitarse el sombrero. Adolecían empero de cierto estatismo, quizás favorecido por el hecho de que su cantante era el batería y los otros dos compis apenas se movían de su rincón estipulado.

La voz era una de esas con poso añejo, con perfume intenso, con la solera de los buenos caldos, es decir, los ingredientes para conseguir calar en el respetable ahí se ofrecían a la vista, pero les faltó definir la jugada y provocar por lo menos una mínima reacción entre la concurrencia, que los observó con total indiferencia a excepción de una marchosa rubia pin up.


La cosa incluso llegó a mayores cuando a medida que avanzaba el bolo la peña comenzaba a desertar, tal vez por el horario del metro o por la sensación de haber contemplado ya lo que los italianos tenían que brindar, no daban más de sí, como hemos dicho,  no era descabellado que sus eternas pajas instrumentales te pillaran con el pie cambiado.

Tuvieron momentos inspirados, no lo negamos, por ejemplo, ese intervalo de hermandad hippie durante el “Heya Heya” de los krautrockeros alemanes Jeronimo, daban ganas de revolcarse por el fango. Y el final lo levantaron un poco también con “Kids In The Kitchen” y esas notas reminiscentes al “Voodoo Child” hendrixiano.


Dada la espantada general, ni siquiera se pidieron bises, se dieron por sentados y recordó la penosa vez aquella durante un BBK Live en la que Franz Ferdinand tuvieron casi que suplicar que les dejaran tocar más, hay que mantener la dignidad y no conceder lo que no se desea. El que quiera peces, que se moje el culo, reza el refranero popular. O por lo menos que lo demuestre.

El líder baterista aprovechó para lucirse asimismo en los estertores, al igual que su guitarra con un aire a lo Frank Zappa que legó un solo de órdago, otra muestra más de su inevitable descenso hacia la autocomplacencia. Y finiquitaron ante los cuatro amigos restantes con el “I Got No Time” de Orange Peel, un homenaje más a la escena krautrock germana de finales de los sesenta.


Como un tractor atrapado en un lodazal incapaz de tirar hacia delante o hacia atrás, así rularon los transalpinos, bien dotados a nivel técnico, pero carentes de emoción o de ideas completamente originales, la sensación era de déjà vu total, de haber contemplado eso mismo en unas cuantas ocasiones anteriores. El barro de Woodstock se ha sacralizado en exceso.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


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