lunes, 5 de diciembre de 2016

ÁNGEL STANICH: UN CANTAUTOR LISÉRGICO



Museo Guggenheim, Bilbao

Hay referencias que no se pueden obviar. Temas recurrentes que vuelven cada dos por tres a la obra de un artista sin que este los llame, o incluso casi sin darse cuenta. Todos tenemos nuestras obsesiones personales, esos espontáneos focos de atención que provocan la adoración o el rechazo más absoluto. Cada uno tiene su propio credo, sus ídolos particulares, su santería a la que recurrir en momentos de incertidumbre, por lo que no debería considerarse extraño el simple hecho de extender la palabra.

Los personajes que pueblan el universo del enigmático y bohemio Ángel Stanich están bien perfilados: las sustancias alucinógenas, el irreverente gurú borracho Charles Bukowski, unos Estados Unidos áridos, de carretera, aquellos que evocaba de manera magistral Jack Kerouac en su obra cumbre ‘En el camino’. Es un seguidor más de la mística de los perdedores, aunque, como admite en su web, él no va de nada, pasa de promoción, entrevistas y demás formas de autobombo. “Ha costado lo suyo que montara su Facebook oficial”, resumen desde la red.


Pero en el colmo de lo chic quiso revestir de un halo especial el final de una extensa gira ocupando el selecto atrio del Museo Guggenheim dentro de la programación del ciclo Art After Dark y así permitir que entre algo de perfume mundano en tan vanguardista edificio. Había peña de esa elegante, de los que se sacan continuamente selfies, así como algún otro tipo raruno, como un asiático en primera fila vapeando y expulsando aros en el aire hasta que un segurata le afeó la conducta.

Con una especie de diversos paraguas que proyectaban de fondo motivos psicodélicos, Ángel Stanich nos sumergió en el tripi particular de su “Camino Ácido” tras una intro instrumental que reveló a una banda sobradamente competente. Inauguró la galería de individuos a los que merecería la pena conocer con “Miss Trueno ‘89” y resonó por todo lo alto su alusión a “una botella de José Cuervo”. Pocas bebidas existen más idóneas para celebrar reencuentros y ocasiones especiales.


Fiel a su halo de misterio, el cantautor no dio brasas inmisericordes al personal, pero se despojó de vez en cuando de la capa enigmática al solicitar un poco de interactividad, si estábamos “para esas hostias”, para su revisión fronteriza de “El Río” de Miguel Ríos, que contó con un solo de órdago de guitarra y la colaboración del personal en los coros. Todo un detalle para sibaritas que incluyó incluso un fragmento del “Luminosa Mañana” de Triana, que a buen seguro nadie, o una ínfima parte de los asistentes, reconocería.

La flotante “Jesús Levitante” se antojaba adecuada ante la proximidad de las fechas navideñas y su fama de políticamente incorrecto sobresalió al censurar a “la gente que está sin estar” en alusión al excesivo barullo que predominaba en la sala. Siempre cuesta entender que existan subespecies  que paguen una entrada para luego pasar el rato hablando como en la pescadería. De esta guisa presentó además un tema nuevo, “Río Lobos”, para el que pidió calma e imaginar que la canción “tiene un efecto similar a moscas de fondo”. Unas cuantas moscas cojoneras desde luego ya había.


Y sin abandonar la atmósfera polvorienta, “La noche del Coyote” estuvo dedicada a Francis Bacon, “estandarte del arte figurativo e idiosincrásico”, en sus propias palabras. Con harmónica y más densa de lo que puede escucharse en estudio, fue uno de los picos de la noche con una intensidad tal que podría cortarse con cuchillo. Para calarse sombrero.

Su álbum ‘Camino Ácido’ tiene ya dos años, por lo que no era de extrañar que anduvieran con ganas de probar en las distancias cortas novedades tipo “Escupe fuego”, que verán la luz la próxima primavera, según anunció. La devoción de este ermitaño del pop por Neil Young es de sobra conocida y quedó patente con una muy conseguida adaptación en castellano del “Hey Hey My My” del padrino del grunge, que por supuesto apenas fue apreciada por un respetable mayoritariamente ajeno al rock.


Otra de las piezas que debían caer sí o sí era “El Outsider”, con su inefable aire canalla bukowskiano y la multitud cantando a pleno pulmón aquello de “Tranquilo, soy la chica del gángster”. Y así sin darnos cuenta se había pasado por completo el colocón, pero pudimos mantenerlo un rato más en los bises con “Carbura!”, con chicas bailando en plan comuna hippie en las primeras filas, o el bochorno del desierto de “Mezcalito”, con la peña dando palmas y gritando lo de “algo que probar por el camino”. Una oda a la vida en carretera.

Y ya con los ánimos en ebullición dijo que un museo no estaba pensado para hacer conciertos, pero agradeció que por lo menos se distinguieran las caras de los presentes, así que dejó el pabellón bien alto desenfundando a “Metralleta Joe”, no sin antes advertir: “Vamos a sudar un poco, que nadie toque los frescos”.

Quizás disfrutáramos más del ambiente recogido y selecto del anfiteatro del BIME la vez anterior que le vimos, donde ni dios se atrevía a chistar, pero vaya donde vaya, el cantautor lisérgico sigue poseyendo una mercancía de lo mejorcito, buena mierda, de esa que te coloca con solo pegar un par de caladas y no te hace comerte la cabeza en exceso. ¿Cuánto queréis?

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA





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