Satélite T, Bilbao
No hacen falta demasiadas cosas para alcanzar la gloria en
términos musicales. Un riff contundente que otorgue cuerpo al conjunto, una
melodía de esas pegajosas que se acomoda en la cabeza y ya no vuelve a salir o
unos punteos al tuétano de los que incitan a subirse a una mesa y pillar una
escoba o cualquier objeto alargado. La receta de la genialidad no se basa en
ingredientes refinados o difíciles de conseguir, sino en establecer la justa
medida en cada elemento, no pasarse con el almíbar, pero tampoco provocar
pesadez en el estómago.
Varias horas de cocción lleva el supergrupo Bullet Proof
Lovers, formado por reputados representantes de la escena donostiarra de
Buenavista (Nuevo Catecismo Católico, Discípulos de Dionisos o Señor No) y
comandados por el guiri asentado en el foro Kurt Baker, con una reseñable
trayectoria en solitario y toda una garantía de directo impepinable. A base de
esto último precisamente han creado una leyenda esta interesante coalición de
talentos a los que han ofrecido incluso actuar en Londres.
Por diversas circunstancias siempre se nos habían escapado,
pero ya no cabían excusas posibles en el Rabba Rabba Hey! especial con motivo
de la festividad de la Virgen de la Inmaculada. Una soleada jornada propició
que se gestara un ambiente concurrido en
el local deustoarra con muchas chicas guapas mañaneras y esa atmósfera de bar
de barrio en el que se conoce todo el mundo que se suele formar por allí los
domingos al mediodía.
Debido a su vocación de hombre orquesta de ofrecer tres
bolos en unas escasas 24 horas, Bullet
Proof Lovers tuvieron que probar sonido un tanto tarde, pero no les costó
pillar el ritmo con “It’ll Be Allright” y su rock n’ roll acelerado plagado de
melodías power pop. Adelantaron material nuevo de su inminente disco previsto
para enero y acariciaron el corazón de la mayoría de los presentes con ese
himno mayúsculo llamado “Breaking Down”, una suerte de imposible simbiosis
entre The Beat y The Hellacopters en la que destacaba la prodigiosa garganta
inmaculada de Kurt Baker. Vaya gustazo escuchar cantar a este tipo.
Pero sus atractivos no se limitaban a eso, puesto que se
curraban también bastante los coros, en especial Juan Holmes, vocalista de
Discípulos de Dionisos. Una alineación de lujo que se completaba con el
enérgico guitarra Luiyi Costa y un elegante bajista con camperas blancas y una
especie de traje negro que parecía un kimono al que de vez en cuando las
féminas le gritaban “¡Taladro!”.
Evocaron el protopunk setentero en “Take It Or Leave It” y
se regodearon en los coros optimistas en “Master Of My Destiny”, otro de sus
temazos ambivalentes que valen lo mismo para agitar la cabellera que para
cantar en la ducha. Presa del subidón, Kurt no dudó en pedir con su marcado
acento guri “chupitous” antes de
arrancarse con su último single “I’m Your Radio”, mientras Juan elevaba el
mástil como las grandes estrellas escandinavas del rock n’ roll. Ni un minuto
de respiro, sin charlas ni mierdas que no interesan a nadie, así deberían ser
siempre los bolos.
“Nothing I Can’t Do” rememoró de nuevo a Nicke Andersson y
compañía o a los primeros Kiss y demostró la solidez de un repertorio en el que
lo único que se echa en falta es que tengan más discos, pues de su debut
homónimo de 2014 se puede aprovechar cada segundo, nada es redundante. De
actitud andan asimismo sobrados y Juan no dudó en saltar la valla de separación
para sentir el calor de la muchedumbre. Un fiestón de alto copete que solo
podía terminar con el dueño del garito Txarly con gafas freak repartiendo rabas a los asistentes. Aquello fue como la
hostia consagrada en la eucaristía, un acto cargado de simbolismo previo a
dispersarse y volver a la rutina.
Pero no podíamos marchar en paz, como dicen los curas antes
de abandonar la iglesia, el bolo se había pasado como un suspiro y apetecía
seguir encaramado en esa nube de melodías pegadizas y guitarrazos con agallas.
Recurrieron a un par de frenéticas versiones para mantener el colocón,
“Exprímelo” de Cerebros Exprimidos y el “Yeah, Yeah, Yeah” de The Vibrators a
tope de revoluciones, que acabaron con los mástiles levantados a modo de
estandarte. Brutal. Para sentar cátedra.
La única pena que sentimos es que aquello no fuera más
largo, pues era pura crema para degustar, un tentempié sonoro para ponerte a
tono lo que restaba de día. Un producto imperecedero a prueba de balas y de lo
que les echen. Normal que se colapsara el puesto de merchandising tras el concierto. De otro mundo, que vuelvan pronto.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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