Kafe Antzokia, Bilbao
Quién iba a decir que un género en apariencia tan
minoritario como el rock n’ roll primitivo se vulgarizaría de una manera tan
nauseabunda hasta el punto de que proliferarían las pin ups como setas, los tatuajes dejarían de ser patrimonio
exclusivo de macarras carcelarios y los mechones oxigenados a lo Imelda May se
convertirían en algo tan frecuente como esos repugnantes cortes de pelo estilo
tazón de hace unos cuantos años o la media melenita tipo ‘Pulp Fiction’ que se
populizaría intensamente entre el sector femenino tras el estreno de la
película. Es el postureo nuestro de la modernidad, donde lo importante es tener
pinta guay, aunque luego uno no sepa ni escribir.
Basta echar un vistazo al historial delictivo del
carismático vocalista Sparky para darse cuenta de que este tipo y los suyos no
van de palo. Aparte de esa afición desmedida por las drogas psicoactivas y de
diversas clases que ya le ha causado unos cuantos problemas en EE UU, también
le ha dado otras veces por prender fuego a un bosque o por molestar a una menor
de 16 años en un centro comercial, un hecho que le valió una condena en una
cárcel estadounidense al ser incapaz de pagar la fianza requerida. Y eso por no
hablar de su conocido temperamento salvaje en directo, que incluye cosas tan
insólitas como sexo con una aspiradora o actuaciones desnudo junto a un pez de
goma.
Con semejantes antecedentes no era de extrañar que muchas
chicas guapas coparan las primeras filas del recinto, atraídas seguramente por
el lado oscuro del personaje. Pero no solo por eso, hay que decirlo todo, pues
se trataba de uno de los nombres más representativos del rollo psychobilly, una
institución total. Y quizás haya contribuido también un poco la colaboración de
Sparky con The Hillbilly Moon Explosion, que le ha proporcionado cierta
notoriedad entre público más juvenil.
Nadie podría abrir una velada tan auténtica como los giputxis Screamers & Sinners, que merecerían ser tan grandes como los
cabezas de cartel si dejáramos de una vez ese estúpido aldeanismo de valorar
solo lo de fuera. Porque estos muchachos de Arrasate en las distancias cortas
barren de un plumazo a bastantes combos guiris, les hemos visto ya unas cuantas
veces y todavía nos sigue flipando cómo se alternan el micro con absoluta
solvencia el guitarra y el contrabajista, sus guiños al séptimo arte y su
actitud apabullante en el escenario.
Screamers & Sinners con Sparky. |
Si verles a ellos solos ya supone un aliciente más que
suficiente, contar además con la ayuda de Sparky en un “Be Bop A Lula” que sonó
magistral con la voz aguardentosa rompe todos los esquemas preestablecidos. Una
noche para recordar.
Los más veteranos del lugar decían que aquel día el líder no
andaba muy puesto, algo nada habitual en él. O quizás si lo estaba, lo
disimulaba muy bien, rasgo esencial en cualquier caballero que se precie,
aparentar sobriedad y elegancia aunque uno esté como una cuba. La distinción
del lumpen y los bajos fondos parecía poseer a Demented Are Go, que demostraron de primeras ser más punkis que
rockabillys con “Holy Hack Pack” y “Call Of The Wired”, directas a la yugular.
Sparky caminaba como un zombie, una criatura recién
levantada de la tumba que sufría convulsiones de puro rock n’ roll, mientras
abajo se desataban ya los pogos desde el comienzo. La puesta en escena, con
todos los miembros caracterizados como muertos vivientes, constituía un
indudable atractivo que entraba por los ojos y te metía de inmediato en su
mundo.
El entusiasmo del personal era tal que el contrabajista no
tardó en bajar a la arena con la muchedumbre y desatar el delirio. No era para
menos con temazos tan rotundos como “Lucky Charm” y esos punteos al tuétano que
emocionarían a cualquiera. Volaban por ahí chaquetas con parches, algunos
intentaban asaltar el escenario y otros se lanzaban sin pudor a la multitud
para surfear con los brazos extendidos.
Los intentos de asalto al escenario se volvieron cada vez más frecuentes. |
Como un tiro se arrancaban con la impepinable “PVC Chair”,
otra pieza frenética para remover ese puré imaginario que se estaba cocinando
en la sala. Y en su revisión del “Funnel Of Love” de la diva rockabilly Wanda
Jackson, las féminas se rompieron a bailar a la antigua usanza mientras
resonaba esa voz cazallera como de caricia de lija que da gusto oírla. Tal vez
interpretar semejante corte le despertó al voceras el sentimiento anti-yanqui,
pues no tardó en exclamar: “Fuck Trump!
Fuck The U.S.A.!”. Normal, dado su historial delictivo en dicho país, más
le vale no meterse en problemas con un primate de tal categoría en la Casa
Blanca.
Sparky pegaba alaridos cual poseído, por lo que no resultó
difícil contagiar su cuelgue particular a la audiencia, que tampoco era
inmensa, por cierto, pero el fiestón que se montó allí fue de los que hacen
época. Las tentativas de asalto a las tablas se multiplicaron por doquier con
“Pervy In The Park”, las escaleras ya estaban conquistadas y el ambiente se
asemejaba al de una presa a punto de ceder. Ajeno al peligro inminente, el
simpático y cadavérico frontman no
tuvo reparo en ceder el micro cuando algún espontáneo alcanzaba la cima. Una manera
como cualquier otra de desplegar la bandera.
Sparky, pura elegancia lumpen. |
Sin conceder ni un segundo de respiro, llegó un momento en
el que tuvieron que retirarse, pero regresaron para echar el resto con el
contrabajista bajando a darse el baño de masas por enésima vez, quedándose con
los fieles, dando la vuelta al instrumento y llevándolo de esta guisa de vuelta
a las tablas. “Human Slug” propició estampas increíbles como un par de chicas
bailando rock n’ roll en las mismas escaleras. Y por supuesto los pogos no
cesaron, con invitados insignes uniéndose a la parranda colectiva como Karlos,
el cantante y contrabajista de Screamers & Sinners.
En realidad la sala no estaba ni mucho menos a reventar,
pero el jolgorio creado daba la impresión de lo contrario. La mayoría
suspirarían reventados de cansancio cuando abandonó el escenario ese Tom Waits
del psychobilly con la botella de whisky bajo el brazo. Esa debe ser sin duda
la clave para despertar tanta admiración, ser más auténtico que lavarse los
dientes con aguardiente. Porque pueden existir miles de copias, pero los tipos
genuinos más bien escasean. Cero postureo. Cien por cien actitud.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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