miércoles, 7 de diciembre de 2016

THE REZILLOS: RABIA KITSCH



Satélite T, Bilbao

¿Quién dijo que el punk debería supurar bilis por cada poro? Hace tiempo que dicho estilo dejó de ser patrimonio exclusivo de chicos cabreados y marginales, un cliché que llevó incluso a algunos periodistas de la época a establecer distinciones entre los punkis de “pedigrí” como Mark E. Smith de The Fall y  jóvenes universitarios tipo The Buzzcocks impresionados tras ver una actuación de Sex Pistols. Todos unificados empero en el nihilista lema bandera de “No hay futuro”.

Algunos por el contrario querían diversión sin militancia ni niños muertos, caso de The Rezillos, cuya estética kitsch los emparentaba de inmediato con B-52 o Blondie al otro lado del Atlántico. Con un nombre basado en un café de cómic, estos escoceses no tardaron en sobresalir al ir contracorriente de aquel movimiento de 1977 y crear un universo particular que se plasmaba ya de inmediato en su formación con los dos cantantes Eugene Reynolds y Fay Fife. En lo que no se diferenciaron del resto de sus compatriotas, sin embargo, fue en una fugaz carrera que les llevó a separarse cuatro meses después de editar su debut. Su cóctel de punk rock, glam, rock n’ roll primitivo o garaje era a veces una empresa demasiado complicada de gestionar.


Por fortuna se reunieron en 2001 y justo el año pasado rompieron una sequía creativa de casi cuarenta años con ‘Zero’. De modo que aquí teníamos en el Satélite T a unos auténticos supervivientes del 77, alguno de ellos incluso accidentado en la presente gira, como la vocalista Fay, que llevaba el brazo escayolado y debido a ello no pudo tocar en su concierto en Burgos.

Tuvimos más suerte en la sesión matutina del ya de sobra consolidado Rabba Rabba Hey, que volvió a registrar un aforo desorbitante para recibir a The Rezillos, un fiestón tremendo que comenzó a mil por hora con su mítico “I Can’t Stand My Baby”, un tema de 1978 que sigue sonando tan cañón como entonces. Era realmente enternecedor observar a su guitarrista viejuno con su collar de pinchos y unas ganas de dar candela que no parecían normales, la valla de separación no suponía un freno absoluto para esta bestia desbocada.


La vertiente estrambótica del grupo estuvo bien representada, aparte de por ese curioso ritual como de equipo de fútbol americano que hicieron antes de empezar el concierto, en el dúo de vocalistas Eugene Reynolds y Fay Fife. El primero, un grandullón con minúsculas y ridículas gafas futuristas con cierto aire a un David Hasselhoff recauchutado, mientras que en la segunda convergía esa faceta hortera y vistosa en el vestir con unos leggins que asemejaban la piel de serpiente y un conjunto superior de colores imposibles, casi como de superhéroe cutre.

Pero aparte de su rompedora estética, lo que verdaderamente importaba es que caían temazos como churros de su legendario debut ‘Can’t Stand The Rezillos’, caso de “Mystery Action”, “Cold Wars” o “Destination Venus”, suficientes por sí solos para incendiar cualquier garito. Y algunos de su más reciente ‘Zero’ no les andaban tampoco a la zaga, por ejemplo, su pieza homónima o “Sorry About Tomorrow”, que suena a los Blondie más punkarras. Un repertorio para aprovechar hasta las raspas.


Allá por los setenta ya existían numerosas referencias a su incendiario directo, que llevaron incluso a recelar a las bandas consagradas que compartían cartel con ellos. Y lo cierto es que aquello sonaba como un tiro, los coros se acoplaban sin estridencias a ese conjunto a veces tan histriónico como The Cramps. La vocalista Fay se desenvolvió con soltura, pese a su brazo escayolado, que no le impidió tocar el teclado con una sola mano o hacer movimientos tipo ‘Pulp Fiction’. A su vera, costaba contener al guitarrista viejuno, parecía que en cualquier momento podría abandonar su instrumento y correr presto a unirse a la muchedumbre y desfasar como uno más.

Sus himnos “No” y “It Gets Me” desataron aullidos y pogos entre los fieles, un subidón que se incrementó con “Flying Saucer Attack”, del cual preguntaron el título en castellano, pero no lo supieron decir. Y anunciaron un corte sobre “un programa antiguo inglés”, que no era otro que “Top of the Pops”, efectivamente, guiños a una época pretérita en la que únicamente la reputación en las distancias cortas valía para encumbrar o hundir a un grupo en el fango. El incipiente papel de los medios de comunicación no tardaría mucho en verse.


El riff risueño de “(My Baby Does) Good Sculptures” emocionó incluso al desbocado guitarrista, que ofreció el instrumento a modo de ofrenda a los fieles. No nos podían dejar así de improvisto, hicieron amago de desconectar todo y el personal elevó la voz, al tiempo que Fay decía que se acordarían para siempre de esta gira señalando a su accidentado brazo. Su vitaminada revisión del “Glad All Over” de The Dave Clark Five sirvió para elevar de nuevo los ánimos, que alcanzaron ya su cénit con “Somebody’s Gonna Get Their Head Kicked Tonight”, con el recinto convertido en un inmenso pogo y los fieles vociferando el estribillo con fidelidad marcial.

Un bolo muy divertido y dinámico, que pasó como un suspiro y pudo alegrar lo que quedaba de domingo. Debería recetarse su rabia kitsch para estados carenciales del organismo.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

  

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