Café La Palma, Madrid
El shoegaze no es un género que goce de demasiado
predicamento en nuestro país. Ya lo hemos mencionado en repetidas ocasiones,
años y años de atraso cultural no pueden salir gratis. La mayoría suelen
asimilar dicho estilo al indie vulgar y corriente tan en boga en festivales
veraniegos y demás que en realidad debería llamarse pop a secas porque de
alternativo tiene más bien poco. Se ha estandarizado tanto el culto a tres o
cuatro nombres que a menudo se confunde una parte con el todo y parece que no
existe vida más allá de Vetusta Morla o Love of Lesbian.
Pese a que no contemos con figuras de tanto relumbrón como
Slowdive o My Bloody Valentine, lo cierto es que en la península existe una
escena underground que rinde
pleitesía a los océanos de ruido y a las voces etéreas. Uno de los ejemplos más
claros serían los catalanes Odio París, con un soberbio debut que un servidor
pondría sin dudarlo entre los clásicos del género patrio y una reválida llamada
‘Cenizas y Flores’ que sin llegar a la genialidad antes mencionada mantiene el
nivel con bastante dignidad.
Como hemos dicho, dado el carácter minoritario de esta
propuesta, no esperábamos ni por un casual que lograran agotar por completo el
papel en su visita madrileña y abarrotaran el Café La Palma en la parada más
importante de su gira peninsular. Un precedente que certifica su potencial en
las distancias cortas y que los convierte en un nombre a tener muy en cuenta en
el nuevo milenio, a partir de aquí solo pueden ir hacia arriba.
Les acompañaron en su cita en el foro Somos La Herencia, otro combo prometedor que ya habíamos catado
anteriormente junto a The KVB y nos conquistó su ambiente hipnótico y post punk
con cierto aire al de los valencianos Antiguo Régimen. En aquella ocasión nos
llamó mucho la atención el acompañamiento audiovisual, que esta vez no lució
demasiado al no contar el garito con pantallas de proyección en condiciones,
pero nos volvió a engatusar su personal sonido que combinaba batería electrónica
y orgánica, un teclado embriagante y un cantante con movimientos de manos a lo
Ian Curtis. Mantras para conjurar el cuelgue colectivo.
Los embriagantes Somos La Herencia. |
En el shoegaze lo suyo es crear un muro sónico y que la voz
se confunda entre la restante maraña de instrumentos, si uno entiende la letra
a la perfección, algo se está haciendo mal, no en vano, uno de los habituales
reproches que se solía hacer a Los Planetas en directo, por ejemplo, es que la
voz de Jota
no se distinguía lo más mínimo. A Odio París los han comparado con los granadinos hasta la
extenuación, pero a pesar de compartir influencias similares, lo suyo es otro
rollo.
Para empezar, no hay ni rastro del legado flamenco de los
anteriores, fiel al carácter cosmopolita de la ciudad condal, sus referentes
más inmediatos parecen situarse en las Islas Británicas, aunque en su último
álbum prevalezca el lado luminoso frente a la melancolía intrínseca de Albión.
De esta forma, iniciaron su viaje espacial con ese chute de luz llamado
“Camposanto” antes de conjurar al romanticismo muerto en “Uno de noviembre” y
pisotear flores cuyo destinatario seguramente no las merecía, ese regodearse en
la miseria que The Smiths tan acertadamente supieron elevar a lo más alto del
pódium de la música.
“Ya no existes” y “San Antonio” contribuyeron a reforzar esa
muralla de ruido deudor de The Jesus & Mary Chain, que contaba con un
impresionante arsenal de pedales como aliado. Y en “El Último Deshielo”
volvieron a sacar el tema de las cuitas sentimentales, su predilecto, o cómo
desprenderse con resquemor de gente que en realidad no vale un pimiento. Un
afán por las penurias que no han ocultado en ningún momento, de hecho, en
alguna entrevista han confesado su incapacidad para componer piezas alegres.
Ahí discrepan por completo de Paul McCartney y su intención de llenar el mundo
de canciones de amor.
A veces empero la luz consigue abrirse paso y brillar con la
intensidad de los The Cure de “Friday I’m In Love”, caso de “Ahora sabes”. Y en
“Arder y Adiós” hasta un grupillo se animó a saltar y montar bulla. Lo cierto
es que el personal anduvo un tanto parado, aunque en este estilo uno tampoco
puede esperar efusividad a borbotones, suponemos que tampoco incitaría a
moverse el gélido aire acondicionado del lugar, que los músicos pidieron bajar
en repetidas ocasiones.
Por muy sepultadas que se encuentren, uno de los elementos
clave del shoegaze son las voces y en este aspecto los dos vocalistas se
complementaron a la perfección, con la inestimable ayuda a los coros del
bajista, que otorgó matices inapreciables en estudio, de lo mejor del concierto.
El parecido de uno de los cantantes con el inefable humorista Eugenio propició
que de vez en cuando desde el respetable gritaran “¡Unos chistes!”. Toda una ironía si a uno le daba por escuchar
esas letras tan cargadas de positividad.
“En junio” les situó de nuevo en órbita “planetaria” y para el final dejaron su faceta más post punk
reflejada en “Cuando nadie pone un disco”, un poema de Pedro Casariego con
bastantes visos de himno que en directo verdaderamente atruena. El aire
lánguido de “Geometría Coaxial” fue su manera de cerrar el círculo antes de
fundirse en acoples como manda la tradición shoegaze.
Nos descolocó un tanto que no hubiera bises, pese a que en
este género tampoco es que se estilen mucho, y echamos en falta algo más de
distorsión para enterrar las voces todavía a más profundidad, pero nos agradó
su rotundo conjuro al romanticismo, a lo “cuqui”
y a los bien pensantes que obligan al resto a vivir en un país de osos amorosos.
Esa es la actitud, estos son de los que rompen escaparates en San Valentín.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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