martes, 24 de enero de 2017

ODIO PARÍS: CONJURO AL ROMANTICISMO



Café La Palma, Madrid

El shoegaze no es un género que goce de demasiado predicamento en nuestro país. Ya lo hemos mencionado en repetidas ocasiones, años y años de atraso cultural no pueden salir gratis. La mayoría suelen asimilar dicho estilo al indie vulgar y corriente tan en boga en festivales veraniegos y demás que en realidad debería llamarse pop a secas porque de alternativo tiene más bien poco. Se ha estandarizado tanto el culto a tres o cuatro nombres que a menudo se confunde una parte con el todo y parece que no existe vida más allá de Vetusta Morla o Love of Lesbian.

Pese a que no contemos con figuras de tanto relumbrón como Slowdive o My Bloody Valentine, lo cierto es que en la península existe una escena underground que rinde pleitesía a los océanos de ruido y a las voces etéreas. Uno de los ejemplos más claros serían los catalanes Odio París, con un soberbio debut que un servidor pondría sin dudarlo entre los clásicos del género patrio y una reválida llamada ‘Cenizas y Flores’ que sin llegar a la genialidad antes mencionada mantiene el nivel con bastante dignidad.


Como hemos dicho, dado el carácter minoritario de esta propuesta, no esperábamos ni por un casual que lograran agotar por completo el papel en su visita madrileña y abarrotaran el Café La Palma en la parada más importante de su gira peninsular. Un precedente que certifica su potencial en las distancias cortas y que los convierte en un nombre a tener muy en cuenta en el nuevo milenio, a partir de aquí solo pueden ir hacia arriba.

Les acompañaron en su cita en el foro Somos La Herencia, otro combo prometedor que ya habíamos catado anteriormente junto a The KVB y nos conquistó su ambiente hipnótico y post punk con cierto aire al de los valencianos Antiguo Régimen. En aquella ocasión nos llamó mucho la atención el acompañamiento audiovisual, que esta vez no lució demasiado al no contar el garito con pantallas de proyección en condiciones, pero nos volvió a engatusar su personal sonido que combinaba batería electrónica y orgánica, un teclado embriagante y un cantante con movimientos de manos a lo Ian Curtis. Mantras para conjurar el cuelgue colectivo.

Los embriagantes Somos La Herencia.
 En el shoegaze lo suyo es crear un muro sónico y que la voz se confunda entre la restante maraña de instrumentos, si uno entiende la letra a la perfección, algo se está haciendo mal, no en vano, uno de los habituales reproches que se solía hacer a Los Planetas en directo, por ejemplo, es que la voz de Jota
no se distinguía lo más mínimo. A Odio París los han comparado con los granadinos hasta la extenuación, pero a pesar de compartir influencias similares, lo suyo es otro rollo.

Para empezar, no hay ni rastro del legado flamenco de los anteriores, fiel al carácter cosmopolita de la ciudad condal, sus referentes más inmediatos parecen situarse en las Islas Británicas, aunque en su último álbum prevalezca el lado luminoso frente a la melancolía intrínseca de Albión. De esta forma, iniciaron su viaje espacial con ese chute de luz llamado “Camposanto” antes de conjurar al romanticismo muerto en “Uno de noviembre” y pisotear flores cuyo destinatario seguramente no las merecía, ese regodearse en la miseria que The Smiths tan acertadamente supieron elevar a lo más alto del pódium de la música.


“Ya no existes” y “San Antonio” contribuyeron a reforzar esa muralla de ruido deudor de The Jesus & Mary Chain, que contaba con un impresionante arsenal de pedales como aliado. Y en “El Último Deshielo” volvieron a sacar el tema de las cuitas sentimentales, su predilecto, o cómo desprenderse con resquemor de gente que en realidad no vale un pimiento. Un afán por las penurias que no han ocultado en ningún momento, de hecho, en alguna entrevista han confesado su incapacidad para componer piezas alegres. Ahí discrepan por completo de Paul McCartney y su intención de llenar el mundo de canciones de amor.

A veces empero la luz consigue abrirse paso y brillar con la intensidad de los The Cure de “Friday I’m In Love”, caso de “Ahora sabes”. Y en “Arder y Adiós” hasta un grupillo se animó a saltar y montar bulla. Lo cierto es que el personal anduvo un tanto parado, aunque en este estilo uno tampoco puede esperar efusividad a borbotones, suponemos que tampoco incitaría a moverse el gélido aire acondicionado del lugar, que los músicos pidieron bajar en repetidas ocasiones.


Por muy sepultadas que se encuentren, uno de los elementos clave del shoegaze son las voces y en este aspecto los dos vocalistas se complementaron a la perfección, con la inestimable ayuda a los coros del bajista, que otorgó matices inapreciables en estudio, de lo mejor del concierto. El parecido de uno de los cantantes con el inefable humorista Eugenio propició que de vez en cuando desde el respetable gritaran “¡Unos chistes!”. Toda una ironía si a uno le daba por escuchar esas letras tan cargadas de positividad.

“En junio” les situó de nuevo en órbita “planetaria” y para el final dejaron su faceta más post punk reflejada en “Cuando nadie pone un disco”, un poema de Pedro Casariego con bastantes visos de himno que en directo verdaderamente atruena. El aire lánguido de “Geometría Coaxial” fue su manera de cerrar el círculo antes de fundirse en acoples como manda la tradición shoegaze.


Nos descolocó un tanto que no hubiera bises, pese a que en este género tampoco es que se estilen mucho, y echamos en falta algo más de distorsión para enterrar las voces todavía a más profundidad, pero nos agradó su rotundo conjuro al romanticismo, a lo “cuqui” y a los bien pensantes que obligan al resto a vivir en un país de osos amorosos. Esa es la actitud, estos son de los que rompen escaparates en San Valentín.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


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