Sala Moby Dick,
Madrid
El primer concierto es algo que perdura irremediablemente en
la memoria. Da igual que no sea memorable o que uno no se acuerde de mucho por
coquetear con ciertas sustancias. Lo importante es el frenesí del momento y esa
sensación de estar descubriendo un mundo nuevo, un abanico lleno de
posibilidades que marcarán el devenir personal de los próximos años o décadas. ¡Quién
iba a imaginar que aquello existía o que pudiera resultar tan adictivo!
Muchos de los chavales que acudieron aquel domingo al
mediodía a ver a The Rubinoos en la madrileña sala Moby Dick probablemente
hayan marcado a fuego esa jornada en su memoria, pese a que quizás no
entendieran entonces demasiado aquel jolgorio montado por unos vejestorios que
superaban incluso la edad de sus padres. Unos progenitores que a veces parecían
fuera de sí y provocarían la vergüenza ajena con bailes más desfasados que el
chotis. No sería extraño observar a niños negar con la cabeza mientras
observaban escenas tan dantescas.
Pero el universo de los californianos es muy fácil que
conecte con el respetable juvenil y hasta infantil con sus almibarados
estribillos power pop o sus letras sobre bicicletas con asientos en forma de
plátano y cuitas adolescentes. No en vano la banda se formó durante uno de esos
típicos bailes de graduación norteamericanos y al escuchar su música no resulta
complicado imaginarse a jovenzuelos con impolutos trajes con pajarita y chicas
con vestidos verdes, rosas o cualquier otro estrambótico color.
Habían tocado en la noctívaga sala Wurlitzer la noche
anterior, pero The Rubinoos se lo
suelen montar tan bien en directo que a buen seguro muchos desafiarían a la
resaca dominguera y repetirían como campeones. Colgaron el cartel de entradas
agotadas un pleno mediodía, pero por el ambientazo que se respiró podría ser
tranquilamente un sábado a la noche. Los niños, eso sí, coparon las primeras
filas y en ocasiones costó contenerles para que no invadieran el escenario, ni
los fans más furibundos.
El simpático cantante Jon Rubin se ganó de inmediato a los
pequeños y a los mayores con su castellano bastante solvente para un guiri y
anunció “un homenaje a Metallica” con
una chaladura que fundía el “Enter Sandman” de los cuatro hombres de negro con
el clásico du dúa “Mr. Sandman”. Se pusieron ya serios con “You Hit The Nerve”,
claro ejemplo de perfección power pop con unos coros que sonaban tan
compenetrados que casi parecían de otra dimensión.
Con un repertorio amable que buscaba el dinamismo,
intercalaron la BSO de ‘El Bueno, el Feo y el Malo’ y emularon el ambiente
grandilocuente de Morricone antes de clavar una estaca en el corazón de los
asistentes con su hit “I Wanna Be
Your Boyfriend”, ese por el que demandaron a Avril Lavigne por plagio en su
tema “Girlfriend”. Bromearon acerca de la edad del personal al admitir que se
trataba de un concierto diferente ya que había gente de “menos de sesenta años”.
En “You Are Here” cedieron el testigo a las voces a su
bajista Al Chang, que entonó con pasmosa solvencia y retomaron de nuevo la
nostalgia adolescente en “Hey Rita”. Y en “Countdown To Love” la peña se
contagió de su ritmo garajero y punteos salvajes a la vieja usanza. Alguno
hasta gritó “Rock and Roll Is Dead”, en alusión a su popular himno, que ya
tocaba, pero ellos negaron de inmediato con la cabeza con cierta sorna.
La
siguiente propuesta sí que fue aceptada. “¡Tocar
una de los Ramones!”, repetía cada dos por tres un chaval casi desde que
empezó el recital. Dicho y hecho. Ahí se arrancaron con un “Sheena Is A Punk
Rocker” capaz de despeinar a varios hipsters
modernos, quizás hoy en día cualquiera pueda tocar versiones de ellos, pero
fijo que pocos con tanta solvencia como The Rubinoos, respetando la melodía y
la velocidad original y llevándola a su terreno.
Hablaron del du dúa antes de marcarse una breve pieza en
esta onda, sin instrumentos, todo a viva voz, desde luego ya hay que tener
habilidad para intentar emular a The Beach Boys, The Temptations y demás. Y al
igual que en The Beatles los cuatro miembros aportaban su granito de arena en el
apartado vocal, “Peek-A-Boo” estaba reservada para su batería, que arrancó a la
muchedumbre a bailar el twist mientras sus compis evocaban el “Day Tripper” de
los Fab Four en los punteos.
“Stringray” fue anunciada como un tributo a la bicicleta del
guitarrista y preguntaron a los niños si tenían bici antes de fundirse en una
instrumental con coreografías a lo Straitjackets y estampas impagables
levantando mástiles. A un servidor le sobró por completo la pachanga para viejales
de “Sugar, Sugar” de The Archies, pero hemos de admitir que se la curraron muy
bien, daba gustazo escuchar sus coros, voces y punteos niquelados al extremo,
rodado con una precisión encomiable, esto sí que eran tablas sobre el
escenario.
Rescataron su último trabajo en estudio en “Run Mascara Run”
y agradecieron a los padres por llevar a los niños al bolo antes de que alguien
puntualizara: “¡Y los padrinos y madrinas
también!”. Y como si se tratara de la introducción a ‘Star Wars’,
recordaron que “hace muchos años, en una
galaxia muy lejana, esta canción fue nuestro primer éxito”. Se referían por
supuesto a “I Think We’re Alone Now” de Tommy James & The Shondells, con el
entusiasmo desbocado de los mayores mientras los pequeños miraban como diciendo
“¿Qué cantarán estos chalados?”.
Con los ánimos de la concurrencia por las nubes, era
obligado retornar para los bises y volvieron a demostrar su predilección por el
surf instrumental antes de sacar a relucir su declaración de principios “Rock
and Roll Is Dead” y derrochar actitud a raudales con su guitarrista tirándose por
el suelo y dándose golpes en la cabeza. Épico.
Por muy atractiva que pueda ser la música triste o
melancólica, a veces es necesario poner un poco de luminosidad en la vida. Y
nada mejor que adentrarse en este animado patio de recreo que proponen los
californianos con melodías que se te pegan cual chicle en el zapato y esos
dramas adolescentes que la mayoría habrán experimentado como si el mundo se
cayera encima. Pero de todo se sale, lo que perduran son las sensaciones.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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