Kafe Antzokia, Bilbao
Siempre hubo varias maneras de acercarse a las versiones.
Los hay que por respeto al artista en cuestión tratan de ser lo más fieles
posibles, cuidándose de no perturbar lo más mínimo el espíritu original. Y
luego están los osados, los que se lían la manta a la cabeza y ofrecen un
artefacto que poco o nada tiene que ver con la composición en su estado
inicial, un ejercicio arriesgado en el que se colocan todas las fichas a un
mismo número y lo mismo puede causar furibunda indignación entre los puristas
como ser alabado por su inaudita audacia, casi es jugárselo a un cara o cruz.
Un factor importante a la hora de abordar un tributo sería
sin duda el repertorio, pues existen cancioneros que se prestan más que otros a
la reinvención. En el caso de las leyendas Itoiz sus piezas han alcanzado tal
categoría de mito que casi una mínima variación podría hacer que se viniese
abajo todo el imaginario castillo de naipes que puebla la memoria colectiva.
Había que tener un par para atreverse a semejante empresa.
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Espaloian |
En el homenaje llamado ‘Itoiz Gaua’ enmarcado dentro del
festival ‘Loraldia’ teníamos un poco de cada palo: la revisión clásica con
Espaloian, los ejercicios de contorsionismo y parecidos imposibles de Joseba
Irazoki, y por último, el formato intimista del dúo Hutsa. Tres maneras
diferentes de entender el legado de Juan Carlos Pérez y compañía que demuestran
que la transmisión no se ha roto y llega hasta nuestros días.
Ante un público eminentemente envejecido y con pinta de ser
fans de Pink Floyd, una señora leyó una breve introducción en euskera acerca
del papel de Itoiz en la cultura vasca y se acordó de otras figuras de la época
como Hertzainak o Jo Ta Kie. Y terminó su intervención declamando la letra de
“Ezekielen Prophezia” a modo de poema. Una lástima que no se acordaran de los
castellanoparlantes, puesto que tuvimos de hacer de improvisado traductor para
nuestra fotógrafa, que es de Segovia, y no se enteró de mucho.
El dúo acústico Hutsa
optó por interpretar en formato minimalista clásicos en su mayoría que
llegaban al corazón de los asistentes sin demasiada dificultad, caso de
“Tximeleta Reggae” o un “Marea Gora” que hizo cristalizar los ojos de la
concurrencia. Lo cierto es que eran dos artistas muy competentes, una chica con
una voz impresionante que daba lustre a cada pieza y otro tipo a la guitarra
acústica que se defendía muy decentemente también en el aspecto vocal y se
compenetraba a la perfección con su compañera.
Dado el carácter sosegado, pensábamos que tendríamos que
sacar la almohada, pero la pareja consiguió aportar dinamismo en escena y
legaron una adaptación conmovedora de “Ezekielen Prophezia” en la que la peña
emocionada cantó el trozo final a capella.
Y sorprendieron transformando “Lo Egin” en una suerte de jazz latino. Curioso
cuando menos.
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Los intimistas Hutsa |
La peculiar manera de entender el arte de Joseba Irazoki se asemeja un poco a la
deconstrucción, esto es, aislar o reducir a la mínima expresión los elementos
que conforman una estructura y darles un significado nuevo a años luz de su
intención original. Eso es precisamente lo que hizo este colaborador de Nacho
Vegas con la a priori intocable “Lau Teilatu”, devenida en una especie de
chatarrería irreconocible a lo Nick Cave.
Otro tanto sucedió con “Elurretan”,
resacosa, arrastrada y tenebrosa a más no poder, con punteos que recordaban al
“A Forest” de The Cure, un lavado de cara que sentaba divinamente, ya que
siempre opinamos que tal corte pedía como agua de mayo una versión retorcida
que remarcara su poso atmosférico.
Aquella frase castiza de “entrar
como elefante en cacharrería” resume con bastante acierto la forma de
Irazoki de concebir los homenajes, algo que no todo el mundo consigue captar.
Para ello, hay que tener en cuenta la trayectoria de este polifacético músico y
su considerable ida de olla en el aspecto compositivo. Esperar lo inesperado,
no cabe otra.
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La chatarrería de Joseba Irazoki |
Metido de lleno en la labor de hombre orquesta, tocaba el
bombo, la guitarra y elevaba la voz con tintes proféticos a lo Tom Waits. Como
hemos dicho, sus adaptaciones no eran para todos los gustos, un corte tan
alegre como “Hegal Egiten” se convirtió en una invitación abierta al suicidio,
con un matiz doliente que tal vez incluso escandalizaría al propio Juan Carlos
Pérez.
Pero uno se fijaba en las caras y la gente parecía
disfrutar, aunque quizás eso sería afirmar demasiado, la mayoría se encontraba
en un trance inducido en el que no hubiera desentonado el olor a marihuana y
otras sustancias estupefacientes.
Por supuesto, eso también tenía sus inconvenientes, como
cuando Joseba en “Taxi Horiak” pidió ayuda a las voces y su solicitud cayó en
saco rato. La peña estaba demasiado absorta en su colocón, por lo que no cabría
exigir demasiado, igual que la vez aquella en que en un bar de fumetas pisamos
a un perro sin darnos cuenta y, por la toña que debería llevar, el bicho ni se
inmutó.
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Espaloian y su espectacular juego de luces |
Un recital muy versátil fue el de Irazoki, pues en un
momento le daba por la experimentación y luego después se acercaba al hard rock
con riffs a lo Neil Young. Hubiera costado asimilar que no acabara su tiempo en
escena con una apoteosis ruidosa trufada de acoples y sonidos fantasmagóricos
mientras rasgaba la guitarra y aullaba cual animal en su hábitat natural.
Salvaje.
Nos dio pena perdernos a la banda tributo a Itoiz Espaloian, pero en la parte de arriba
del Antzoki tenía lugar uno de esos eventos que suceden cada año bisiesto, esto
es, un grupo de cold wave tocando por estos lares, en este caso los catalanes Ciudad Lineal. Acertamos a escuchar en
lontananza “Elurretan” y, por lo que nos dijo la fotógrafa, sonaron muy
competentes y contaron con un reseñable juego de luces. Preferimos quedarnos
con esas profecías deconstruidas que quizás incluso Derrida hubiera apreciado.
TEXTO: ALFREDO
VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN