miércoles, 29 de abril de 2015

JOHN THE CONQUEROR: LA PENA NO TIENE COLOR



Kafe Antzokia, Bilbao

 Lo suyo del blues rock es que sea doliente. El mismo Fito en los tiempos de Platero Y Tú ya enumeraba los motivos para cantar ese tipo de música en “Maldita Mujer” y bendecía a las drogas porque “ayudan a olvidar”. Porque al contrario de lo que sostiene esa creencia popular según la cual debemos estar todo el día contentos, a veces se pueden sacar bastantes cosas en limpio de la desazón profunda. No hay que olvidar que el género de B.B. King o John Lee Hooker surgió en un inicio en los campos de algodón. Y allí las condiciones laborales no eran lo que se dice muy desahogadas.

Tal vez los trabajadores negros actuales y pretéritos no naden en la abundancia, pero su patrimonio espiritual es inmenso. Lo deja claro el trío de Philadelphia John The Conqueror en su web con la autoafirmativa frase: “Soy un bluesman; todo lo que tengo son historias”. Una riqueza lo suficiente motivadora para que Mike vendiera su bajo para comprar una batería y Pierre se agenciara un micrófono barato. Pocas semanas después se encontrarían con el bajista Ryan Lynn y las canciones brotarían a borbotones.


Con semejante aire de gesta, no era de extrañar que tomaran el nombre de un mítico personaje del folklore anglosajón para designar a su peculiar mezcla de rock sureño, blues tradicional y unas gotas de ese soul que incitaba a mover las extremidades. Y lo cierto es que su propia trayectoria sí que tuvo algo de legendario cuando Patrick Boiselle de Alive Naturalsound Records accedió a contratar a una banda que se había formado hace apenas once meses.

El boca a boca ejerce una gran influencia y tras haber pasado por el País Vasco hace no demasiado, los aficionados parece que ya conocían de sobra el potencial de los de Pennsylvania, por lo que la parte de arriba del Antzoki se inundó de un respetable variopinto, con amplia representación femenina, tanto viejóvenes como maduritas que movían los pies de un lado a otro y hasta gritaban “¡Wow!”.


A una hora demasiado tempranera para los que curran por las tardes, John The Conqueror lanzaron una inicial incursión por el terreno mediante “All Alone”, un blues progresivo en la escuela setentera perfecto para ir entrando en calor. La siguiente “Ain’t Coming Home” estaba cargada de historia, al ser el primer tema que compusieron y que les granjeó incluso un contrato discográfico. Y “Lucille” no tiene nada que ver con la histórica pieza del mismo título de Little Richards, pero representa al cien por cien esa ortodoxia estilística de la que hacen gala.

No tardaron en dar cuenta de su reciente álbum ‘The Good Life’ con “Get ‘Em” y llevar a la práctica la apología del tabaco de la que hablan en su letra. Ese no era el único vicio que tenían, también les gustaba bastante el pimple y de vez en cuando acariciaban el barril de birra que habían aparcado delante de la batería. Tal vez fuera una curiosa manera de inspirarse, hay algunos que en sus vehículos colocan estampitas de La Virgen, otros banderas de grupos, tías en pelotas…cada cual se motiva a su manera.

Alcoholizados o no, lo cierto es que el trío se mostraba compenetrado hasta la extenuación, con esa precisión que únicamente otorgan unos cuantos bolos a las espaldas. Desprendían además un buen rollo increíble, pese a su inherente tristeza, por lo que la gente parecía disfrutar de lo lindo en su limbo entre el rock setentero y el soul. Su cantante Pierre punteaba también con una facilidad asombrosa, como si fuera lo más normal del mundo.


Ellos se rulaban los pitis como si fueran porros en un ambiente de plena camaradería e iban desgranando cortes arrastrados tipo “3 More” e incluso se acercaban a Led Zeppelin en “Southern Boy”. Las palmas que se escuchan en estudio en “I Just Wanna” tuvieron su réplica en directo por parte de la congregación, muy entregada en todo momento a su rollo.



Se lo estaban pasando bien sobre las tablas, eso quedaba patente en las risas que se echaban cada pocos minutos o en sus constantes confidencias al oído. Hubo un momento en que el voceras se arrancó a cantar a capella y el risueño bajista no pudo evitar partirse la caja, a lo que este respondió: “¡Déjame ser sexy!”.

Su recital fue breve, siguiendo la tradición del piso superior del Antzoki, pero consiguieron unos cuantos instantes álgidos con ese “Time To Go” de su debut que suena a The Faces o Rod Stewart por los cuatro costados, o con “She Said”, un blues rock de garito humeante ideal para bregar copas de madrugada.



Reincidieron en el desamor con “You Don’t Know” y nos relataron las máximas para lograr esa felicidad de la que presumen en “Golden Rule”, antes de que guitarra y bajista se situaran en el borde del escenario para hacerse selfies con la concurrencia. Y volvieron para los bises levantando brazos e inmortalizando con el móvil todavía más la velada, a la par que sus habituales cadencias provocaban diversos efectos en la parroquia: algunos elevaban el dedo índice, otros movían los pies y las chicas bailoteaban de lo lindo girando la cabeza de un lado a otro.

Fue en definitiva un gran plan para romper la monotonía de mediados de semana y que a pesar de la hilaridad de sus miembros constataba aquello que cantaban en “She Said” de que “when you’re blue, there’s no black or white”. O como diríamos en Román Paladino, que la pena no tiene color, oiga.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


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