jueves, 30 de abril de 2015

ITOIZ GAUA: PROFECÍAS DECONSTRUIDAS



Kafe Antzokia, Bilbao

 Siempre hubo varias maneras de acercarse a las versiones. Los hay que por respeto al artista en cuestión tratan de ser lo más fieles posibles, cuidándose de no perturbar lo más mínimo el espíritu original. Y luego están los osados, los que se lían la manta a la cabeza y ofrecen un artefacto que poco o nada tiene que ver con la composición en su estado inicial, un ejercicio arriesgado en el que se colocan todas las fichas a un mismo número y lo mismo puede causar furibunda indignación entre los puristas como ser alabado por su inaudita audacia, casi es jugárselo a un cara o cruz.

Un factor importante a la hora de abordar un tributo sería sin duda el repertorio, pues existen cancioneros que se prestan más que otros a la reinvención. En el caso de las leyendas Itoiz sus piezas han alcanzado tal categoría de mito que casi una mínima variación podría hacer que se viniese abajo todo el imaginario castillo de naipes que puebla la memoria colectiva. Había que tener un par para atreverse a semejante empresa.

Espaloian
En el homenaje llamado ‘Itoiz Gaua’ enmarcado dentro del festival ‘Loraldia’ teníamos un poco de cada palo: la revisión clásica con Espaloian, los ejercicios de contorsionismo y parecidos imposibles de Joseba Irazoki, y por último, el formato intimista del dúo Hutsa. Tres maneras diferentes de entender el legado de Juan Carlos Pérez y compañía que demuestran que la transmisión no se ha roto y llega hasta nuestros días.

Ante un público eminentemente envejecido y con pinta de ser fans de Pink Floyd, una señora leyó una breve introducción en euskera acerca del papel de Itoiz en la cultura vasca y se acordó de otras figuras de la época como Hertzainak o Jo Ta Kie. Y terminó su intervención declamando la letra de “Ezekielen Prophezia” a modo de poema. Una lástima que no se acordaran de los castellanoparlantes, puesto que tuvimos de hacer de improvisado traductor para nuestra fotógrafa, que es de Segovia, y no se enteró de mucho.


El dúo acústico Hutsa optó por interpretar en formato minimalista clásicos en su mayoría que llegaban al corazón de los asistentes sin demasiada dificultad, caso de “Tximeleta Reggae” o un “Marea Gora” que hizo cristalizar los ojos de la concurrencia. Lo cierto es que eran dos artistas muy competentes, una chica con una voz impresionante que daba lustre a cada pieza y otro tipo a la guitarra acústica que se defendía muy decentemente también en el aspecto vocal y se compenetraba a la perfección con su compañera.

Dado el carácter sosegado, pensábamos que tendríamos que sacar la almohada, pero la pareja consiguió aportar dinamismo en escena y legaron una adaptación conmovedora de “Ezekielen Prophezia” en la que la peña emocionada cantó el trozo final a capella. Y sorprendieron transformando “Lo Egin” en una suerte de jazz latino. Curioso cuando menos.

Los intimistas Hutsa
 La peculiar manera de entender el arte de Joseba Irazoki se asemeja un poco a la deconstrucción, esto es, aislar o reducir a la mínima expresión los elementos que conforman una estructura y darles un significado nuevo a años luz de su intención original. Eso es precisamente lo que hizo este colaborador de Nacho Vegas con la a priori intocable “Lau Teilatu”, devenida en una especie de chatarrería irreconocible a lo Nick Cave. 

Otro tanto sucedió con “Elurretan”, resacosa, arrastrada y tenebrosa a más no poder, con punteos que recordaban al “A Forest” de The Cure, un lavado de cara que sentaba divinamente, ya que siempre opinamos que tal corte pedía como agua de mayo una versión retorcida que remarcara su poso atmosférico.

Aquella frase castiza de “entrar como elefante en cacharrería” resume con bastante acierto la forma de Irazoki de concebir los homenajes, algo que no todo el mundo consigue captar. Para ello, hay que tener en cuenta la trayectoria de este polifacético músico y su considerable ida de olla en el aspecto compositivo. Esperar lo inesperado, no cabe otra.

La chatarrería de Joseba Irazoki
 Metido de lleno en la labor de hombre orquesta, tocaba el bombo, la guitarra y elevaba la voz con tintes proféticos a lo Tom Waits. Como hemos dicho, sus adaptaciones no eran para todos los gustos, un corte tan alegre como “Hegal Egiten” se convirtió en una invitación abierta al suicidio, con un matiz doliente que tal vez incluso escandalizaría al propio Juan Carlos Pérez.

Pero uno se fijaba en las caras y la gente parecía disfrutar, aunque quizás eso sería afirmar demasiado, la mayoría se encontraba en un trance inducido en el que no hubiera desentonado el olor a marihuana y otras sustancias estupefacientes.

Por supuesto, eso también tenía sus inconvenientes, como cuando Joseba en “Taxi Horiak” pidió ayuda a las voces y su solicitud cayó en saco rato. La peña estaba demasiado absorta en su colocón, por lo que no cabría exigir demasiado, igual que la vez aquella en que en un bar de fumetas pisamos a un perro sin darnos cuenta y, por la toña que debería llevar, el bicho ni se inmutó.

Espaloian y su espectacular juego de luces
 Un recital muy versátil fue el de Irazoki, pues en un momento le daba por la experimentación y luego después se acercaba al hard rock con riffs a lo Neil Young. Hubiera costado asimilar que no acabara su tiempo en escena con una apoteosis ruidosa trufada de acoples y sonidos fantasmagóricos mientras rasgaba la guitarra y aullaba cual animal en su hábitat natural. Salvaje.

Nos dio pena perdernos a la banda tributo a Itoiz Espaloian, pero en la parte de arriba del Antzoki tenía lugar uno de esos eventos que suceden cada año bisiesto, esto es, un grupo de cold wave tocando por estos lares, en este caso los catalanes Ciudad Lineal. Acertamos a escuchar en lontananza “Elurretan” y, por lo que nos dijo la fotógrafa, sonaron muy competentes y contaron con un reseñable juego de luces. Preferimos quedarnos con esas profecías deconstruidas que quizás incluso Derrida hubiera apreciado.

TEXTO: ALFREDO VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN

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