Sala Crazy Horse, Bilbao
Ya decía el insigne poeta austríaco Rainer María Rilke que
la verdadera patria del hombre es su infancia y con su famosa magdalena Marcel
Proust no dudaba en evocar aquellos recuerdos y sabores de los primeros años de
vida. Sin menospreciar para nada ese fundamental periodo de aprendizaje vital,
uno siempre concedió mayor importancia a la adolescencia, tal vez porque nos
marcara bastante en su día Holden Caulfield y sus cuitas interiores en ‘El
Guardián Entre el Centeno’.
Lo cierto es que han existido infinidad de bandas cuya sola
escucha trae a la memoria los rituales iniciáticos de drogas y alcohol, los
primeros enamoramientos y todos esos sucesos triviales que se amplifican como si
un altavoz transformara unas inocentes ondas en auténticos dramas
existenciales. Basta ponerse unas canciones de los Ramones para revivir tales
sensaciones y que un goce repentino inunde cada gota del ser, la felicidad
absoluta del tiempo en que no hacía falta preocuparse por pagar el alquiler o
llegar a fin de mes.
Deudores de esa tradición son sin duda los chavales de The
Cry!, un combo que hará que nos empecemos a fijar en esa interesante escena que
parece florecer en el estado norteamericano de Oregón, pues hace poco
alucinamos también por estos lares con sus paisanos Lovesores. Y es que los de Portland
ofrecen una coctelera de inefable sabor británico en el que lo mismo cabe el
animado glam rock de The Sweet o Slade que el empuje post punk de los primeros
The Cure, la bilis desparramada de Sex Pistols o las melodías de orfebres de
The Smiths. Un simple sorbo y ya te atrapan de inmediato.
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The Sweet en su época gloriosa. (Archivo) |
Pese a que pronosticábamos una reunión de cuatro amigos, al
final el Crazy Horse registró una afluencia considerable y variopinta con
músicos como el mítico Txarly Usher de Los Carniceros del Norte y Radiocrimen,
promotores y hembras maduritas desatadas que gritaban: “¡Cómo me gustan esos pechitos jóvenes!”. Un ambientazo que
preludiaba la sensacional descarga que íbamos a presenciar esa noche y que
debería servir para animar a todos aquellos que solo van a bolos de grupos
conocidos.
Con sus pintas de glam roqueros macarras a lo Johnny
Thunders y New York Dolls, los pipiolos de The
Cry! demostraron desde el inicio con “I Think I’m In Love” y “Modern
Cinderella” que son una banda de las de verdad, de las que toca su propia
música, hace sus propios coros y no lleva nada pregrabado. Son una patada en la
boca por tanto a los que consideran lo más normal del mundo llevar sonido enlatado,
escudándose en el pobre argumento de que es una práctica habitual en el
mundillo. Pues no.
Quizás por ese rollo adolescente que tienen a los Ramones, su bolo fue un derroche de pura felicidad, de esos que dan ganas de repartir abrazos a diestro y siniestro. Tenían en su catalogo composiciones redondas como “Be True”, con unos corros curradísimos a lo Beach Boys, se nota que a pesar de su edad han metido una considerable cantidad de horas de estudio. Hay grupos veteranos que dan una pena infinita en directo.
Pero no hablaban únicamente de juergas desenfrenadas, había
espacio asimismo en “Last Thing I Do” para los amores nostálgicos de pasear
bajo la lluvia con un punto canalla en la tradición del inmortal Johnny
Thunders. Los muchachos andaban tan encantados con la descomunal entrega del
respetable que decían “Bizkaia es bonita”.
Qué graciosos.
Lo que sí que no esperábamos es que un grupo con tanto gusto
por las tonadillas almibaradas se atreviera a versionar el “Boys Don’t Cry” de
The Cure, creadores polivalentes capaces de incitar tanto a cortarse las venas
en sus temas más opresivos como a apuntarse a una ONG por la alegría desmedida
de sus cortes poperos. Estaba claro que ellos preferían la vertiente
desenfadada y por eso homenajearon a Robert Smith y compañía añadiendo más
revoluciones y aderezando la pieza con esos prodigiosos coros que son seña de
identidad de su rollo.
“Nowhere To Go” es otra de las de permanecer en la nube y
que no te bajen de allí en la vida y en “Seventeen” volvieron con esos himnos
de rebeldía juvenil que encajarían en los discos de Meat Loaf, aunque los
chicos tampoco se coman tanto la cabeza como los protagonistas de “Paradise By
The Dashboard Light”. O lo mismo entroncarían con aquellos mozos que en “Spirit
In The Night” conducían hasta Greasy Lake para disfrutar de una noche memorable
que quedaría grabada para siempre el resto de sus vidas.
“Such A Bore” fue otro subidón por la compenetración total
de sus voces y en plena euforia el guitarrista se subió a hombros del teclista,
como estrellas del rock de verdad. Y el cantante con pinta de yogurín no tardó
en unirse y saltar la valla que separa el escenario de la muchedumbre para
abrirse un corro alrededor. La simbiosis entre artistas y público.
No les iban a dejar marchar tan fácilmente, por lo que
regresaron con la animada “Shakin’”, que puso a las féminas a bailotear modo vintage. Y por segunda vez se vieron
obligados a volver con “Waiting Around”, con ese comienzo a lo Ronettes antes
de transformarse en una melodía más inglesa que la Union Jack. Una oda a la
felicidad perfecta para finiquitar ese cuento de algodón de azúcar.
Probablemente muchos no lo sepan, pero hay por ahí infinidad
de bandas que cada fin de semana se dejan la piel en el escenario y eso de ser
famosos se la trae al pairo, cruzados de la vieja filosofía del tirar millas
sin importar las consecuencias, por el simple placer de tocar en directo. Y si
encima los susodichos gastan clase, poco más se puede pedir. Así los definía
Txarly Usher: “¡Son jóvenes y visten bien!”.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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