martes, 8 de marzo de 2016

JAMES ROOM vs TOM WAITS: AGUARDIENTE Y VINO BARATO



Teatro Campos, Bilbao

La actual invasión de bandas tributo ha propiciado que se menosprecie el sincero acto de rendir homenaje a un músico concreto. Porque, como todo en la vida, sigue habiendo clases. Una cosa son los jetas que se aprovechan del repertorio ajeno de grupos todavía en activo y que no sería muy complicado ver en cualquier momento y otra muy distinta es la veneración respetuosa y con el nivel adecuado hacia artistas ya fallecidos o que para catar un directo sea necesario casi una conjunción de los astros.

El ciclo Izar & Star lleva ya un tiempecito haciendo bandera de lo último con cuidados eventos que ya pasarán a formar parte de la historia concertil de la villa. A las pasadas citas antológicas centradas en Lou Reed o Neil Young, habrá que sumar sin vacilación alguna la impecable revisión que se marcó el genial James Room de Tom Waits, cubriendo casi todos los aspectos de la obra de la coz cantante, esto es, blues pantanoso, folk intimista, swing, cabaret o esa vertiente tan experimental como inclasificable. Desechó las puras obviedades comerciales tipo “Jersey Girl” o “Downtown Train”, pese a que incluso la solicitó una espectadora, para ejecutar con una solvencia envidiable un repaso a sus obras más características como ‘Rain Dogs’, ‘Frank’s Wild Years’ o su recordado debut ‘Closing Time’.


Debería ser denunciable empero escuchar en un recinto sin poder fumar y sin barra de bar canciones inspiradas por esa peculiar voz que el crítico Daniel Durchholz describió “como si hubiese estado sumergida en un depósito de Bourbon, ahumada durante unos meses y luego llevada fuera y atropellada por un coche”. Tampoco había por allí demasiados bohemios, sino pureteo a tope y chicas elegantes que hasta se atrevían a sentarse en el suelo en plan hippie cual vulgares perroflautas.

El folk bucólico y luminoso de The Tallest Man on Earth a cargo de Pierrot, nombre tras el que se esconde el bilbaíno Jon Urrutia, no resultó tan soporífero como imaginábamos después de catar algunas composiciones del original compositor sueco. La culpa de ello estuvo en los acompañantes de relumbrón de los que se rodeó, como por ejemplo Ander Unzaga de Travellin’ Brothers a las teclas, que se marcó al final un espectacular solo con el resto de sus compis mirando y que fue recompensado por la concurrencia con varias salvas de aplausos. Superó las expectativas.


Cualquiera no vale para interpretar piezas de una figura tan poliédrica y compleja como la de Tom Waits, pero si alguien ha nacido expresamente para ello, ese es el cantautor local James Room, un elegante tipo barbudo, con sombrero y chaqueta americana que podría confundirse con tranquilidad con un respetable señor de Wisconsin, Colorado o algún estado sudista. Porque para empaparse del espíritu de un artista no vale simplemente con escucharse su discografía completa, sino captar su contexto cultural, saber quiénes eran Bukowski, Kerouac o el resto de la Generación Beat que tanto influyó en un inicio al bardo de Pomona.

Y mucho debería equivocarse un servidor para advertir todo ello en la magistral actuación de este bilbaíno fronterizo, que ya desde el mismo comienzo consiguió ponernos el corazón en un puño con un recogido “Blue Valentine” acompañado del miembro de Quaoar y guitarrista de su banda Weird Antiqua ‘The Malamute’. Y ya con los compis que faltaban se marcaron un “Trampled Rose” aindiado y con aires de chamán que recordaban a Woven Hand y al Reverendo David Eugene Edwards, incluidos los gestos de rebanarse el cuello y entrar en trance. 


Cambiaron de tercio total con un inmenso “Heartattack and Vine”, enfatizando en el ritmo arrastrado de garito humeante y logrando que gran parte de la parroquia chasqueara los dedos y se moviera al son de esa música tabernaria. Y el personal no paró de danzar con “Ice Cream Man”, transformada en un frenético swing con parejas emulando epilépticos pasos de baile en plan años 20 y con James agachándose, dando palmas y girando sobre sí mismo igual que si fuera el mismísimo Waits. De cátedra.

“Podéis seguir bailando, pero ahora más abrazados”, dijo el carismático voceras antes de atreverse con la jazzera “All The World Is Green” y la arrabalera “Little Drop of Poison”, donde demostró su inconmensurable chorro de voz. Para quitarse el sombrero. Lástima que no hubiera bohemios por ahí.
Y en esa línea canalla profundizó con “I’ll Be Gone”, otra pieza cabaretera que evocaba las calles del parisino barrio de Montmartre. Ya tiene mérito interpretar temas de Waits con semejante nivelazo. Hicieron un pequeño paréntesis al rescatar “Jailed Lion” del debut de James Room, pero se mutó de tal manera con el resto del repertorio que apenas se notó la diferencia.


No podría entenderse un homenaje a la coz cantante sin “Jockey Full Of Bourbon”, que contó además con cencerro y poso bluesero a la voz. Y uno de los cortes más queridos por los seguidores es “Alice”, que da nombre a una obra de teatro de idéntico título y que a la voz de James no disminuyó un ápice de intensidad. Aquí hubo que sufrir a un par de guapitas rajando como si estuvieran en la pescadería, pero por fortuna no tardaron en marcharse del evento demostrando su profunda ignorancia.

“Os va a costar reconocer el principio”, advirtió el bueno de Room antes de “Chocolate Jesus”, otro tema de garito con armónica impresionante y peña bailando como en los vídeos de Nick Cave. Y según comentó el vocalista, muy apropiada resultaba “Rain Dogs” para una jornada lluviosa desapacible, al igual que “Make It Rain”, casi invocando al dios de la lluvia a ritmo de blues arrastrado y acercándose en el aspecto vocal al inmortal Joe Cocker. Un poderío que se confirmó cuando James aparcó el micro y se dejó las cuerdas vocales gritando en frente de los asistentes y lanzando confeti. Como los grandes.


Semejante despliegue de versatilidad propició que los bises se reclamaran a pleno pulmón y entonces hubo un recuerdo para el recientemente fallecido miembro fundador de The Eagles Glenn Frey, uno de los responsables de que se popularizara “Ol’ ‘55”, imprescindible himno del debut de Waits ‘Closing Time’. Mención aparte resultaron en este sentido los coros de Iñigo, cantante de Quaoar que aquí se dedica a tocar la batería con notable precisión. Hasta una pareja se besó de la emoción.

Y el epílogo con “Anywhere I Lay My Head”, con megáfono incluido, encajó en esa perfecta maquinaria en la que se convirtió el repertorio, cuidado hasta el extremo. Definitivamente, lo de esa noche fueron algo más que simples versiones, sino creaciones de otro revestidas con un perfume propio y embriagador. El del aguardiente y el vino barato. El de un tipo que se creía el puto amo. El puto Tom Waits.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA









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