Teatro Campos, Bilbao
La actual invasión de bandas tributo ha propiciado que se
menosprecie el sincero acto de rendir homenaje a un músico concreto. Porque,
como todo en la vida, sigue habiendo clases. Una cosa son los jetas que se
aprovechan del repertorio ajeno de grupos todavía en activo y que no sería muy
complicado ver en cualquier momento y otra muy distinta es la veneración
respetuosa y con el nivel adecuado hacia artistas ya fallecidos o que para
catar un directo sea necesario casi una conjunción de los astros.
El ciclo Izar & Star lleva ya un tiempecito haciendo
bandera de lo último con cuidados eventos que ya pasarán a formar parte de la
historia concertil de la villa. A las pasadas citas antológicas centradas en
Lou Reed o Neil Young, habrá que sumar sin vacilación alguna la impecable
revisión que se marcó el genial James Room de Tom Waits, cubriendo casi todos
los aspectos de la obra de la coz cantante, esto es, blues pantanoso, folk
intimista, swing, cabaret o esa vertiente tan experimental como inclasificable.
Desechó las puras obviedades comerciales tipo “Jersey Girl” o “Downtown Train”,
pese a que incluso la solicitó una espectadora, para ejecutar con una solvencia
envidiable un repaso a sus obras más características como ‘Rain Dogs’, ‘Frank’s
Wild Years’ o su recordado debut ‘Closing Time’.
Debería ser denunciable empero escuchar en un recinto sin
poder fumar y sin barra de bar canciones inspiradas por esa peculiar voz que el
crítico Daniel Durchholz describió “como
si hubiese estado sumergida en un depósito de Bourbon, ahumada durante unos
meses y luego llevada fuera y atropellada por un coche”. Tampoco había por
allí demasiados bohemios, sino pureteo a tope y chicas elegantes que hasta se
atrevían a sentarse en el suelo en plan hippie cual vulgares perroflautas.
El folk bucólico y luminoso de The Tallest Man on Earth a
cargo de Pierrot, nombre tras el que
se esconde el bilbaíno Jon Urrutia, no resultó tan soporífero como imaginábamos
después de catar algunas composiciones del original compositor sueco. La culpa
de ello estuvo en los acompañantes de relumbrón de los que se rodeó, como por
ejemplo Ander Unzaga de Travellin’ Brothers a las teclas, que se marcó al final
un espectacular solo con el resto de sus compis mirando y que fue recompensado
por la concurrencia con varias salvas de aplausos. Superó las expectativas.
Cualquiera no vale para interpretar piezas de una figura tan
poliédrica y compleja como la de Tom Waits, pero si alguien ha nacido
expresamente para ello, ese es el cantautor local James Room, un elegante tipo barbudo, con sombrero y chaqueta
americana que podría confundirse con tranquilidad con un respetable señor de
Wisconsin, Colorado o algún estado sudista. Porque para empaparse del espíritu
de un artista no vale simplemente con escucharse su discografía completa, sino
captar su contexto cultural, saber quiénes eran Bukowski, Kerouac o el resto de
la Generación Beat que tanto influyó en un inicio al bardo de Pomona.
Y mucho debería equivocarse un servidor para advertir todo
ello en la magistral actuación de este bilbaíno fronterizo, que ya desde el
mismo comienzo consiguió ponernos el corazón en un puño con un recogido “Blue
Valentine” acompañado del miembro de Quaoar y guitarrista de su banda Weird
Antiqua ‘The Malamute’. Y ya con los
compis que faltaban se marcaron un “Trampled Rose” aindiado y con aires de
chamán que recordaban a Woven Hand y al Reverendo David Eugene Edwards,
incluidos los gestos de rebanarse el cuello y entrar en trance.
Cambiaron de tercio total con un inmenso “Heartattack and
Vine”, enfatizando en el ritmo arrastrado de garito humeante y logrando que
gran parte de la parroquia chasqueara los dedos y se moviera al son de esa
música tabernaria. Y el personal no paró de danzar con “Ice Cream Man”,
transformada en un frenético swing con parejas emulando epilépticos pasos de
baile en plan años 20 y con James agachándose, dando palmas y girando sobre sí
mismo igual que si fuera el mismísimo Waits. De cátedra.
“Podéis seguir bailando,
pero ahora más abrazados”, dijo el carismático voceras antes de atreverse
con la jazzera “All The World Is Green” y la arrabalera “Little Drop of
Poison”, donde demostró su inconmensurable chorro de voz. Para quitarse el
sombrero. Lástima que no hubiera bohemios por ahí.
Y en esa línea canalla profundizó con “I’ll Be Gone”, otra
pieza cabaretera que evocaba las calles del parisino barrio de Montmartre. Ya
tiene mérito interpretar temas de Waits con semejante nivelazo. Hicieron un
pequeño paréntesis al rescatar “Jailed Lion” del debut de James Room, pero se
mutó de tal manera con el resto del repertorio que apenas se notó la
diferencia.
No podría entenderse un homenaje a la coz cantante sin
“Jockey Full Of Bourbon”, que contó además con cencerro y poso bluesero a la
voz. Y uno de los cortes más queridos por los seguidores es “Alice”, que da
nombre a una obra de teatro de idéntico título y que a la voz de James no
disminuyó un ápice de intensidad. Aquí hubo que sufrir a un par de guapitas
rajando como si estuvieran en la pescadería, pero por fortuna no tardaron en
marcharse del evento demostrando su profunda ignorancia.
“Os va a costar
reconocer el principio”, advirtió el bueno de Room antes de “Chocolate
Jesus”, otro tema de garito con armónica impresionante y peña bailando como en
los vídeos de Nick Cave. Y según comentó el vocalista, muy apropiada resultaba
“Rain Dogs” para una jornada lluviosa desapacible, al igual que “Make It Rain”,
casi invocando al dios de la lluvia a ritmo de blues arrastrado y acercándose
en el aspecto vocal al inmortal Joe Cocker. Un poderío que se confirmó cuando
James aparcó el micro y se dejó las cuerdas vocales gritando en frente de los
asistentes y lanzando confeti. Como los grandes.
Semejante despliegue de versatilidad propició que los bises
se reclamaran a pleno pulmón y entonces hubo un recuerdo para el recientemente
fallecido miembro fundador de The Eagles Glenn Frey, uno de los responsables de
que se popularizara “Ol’ ‘55”, imprescindible himno del debut de Waits ‘Closing
Time’. Mención aparte resultaron en este sentido los coros de Iñigo, cantante
de Quaoar que aquí se dedica a tocar la batería con notable precisión. Hasta
una pareja se besó de la emoción.
Y el epílogo con “Anywhere I Lay My Head”, con megáfono
incluido, encajó en esa perfecta maquinaria en la que se convirtió el
repertorio, cuidado hasta el extremo. Definitivamente, lo de esa noche fueron
algo más que simples versiones, sino creaciones de otro revestidas con un
perfume propio y embriagador. El del aguardiente y el vino barato. El de un
tipo que se creía el puto amo. El puto Tom Waits.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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