La Nube, Bilbao
La corrección política y la gilipollez de algunos llegan
hasta extremos insoportables. No hace mucho hubo una estéril polémica acerca de
un cartel considerado sexista porque aparecía una mujer lanzando un beso a
lomos de una bici. Es el signo de los nuevos tiempos, que se muestran
implacables con determinadas conductas y tan laxos con lo que de verdad debería
ser preocupante.
Cualquier susceptible que lea el titular de esta crónica pensará
enseguida que el que escribe estas líneas es un retrógrado insoportable por
aludir al aspecto físico de una fémina, o peor aún, al color de su cabellera.
Pero muchas veces el orden sí que altera el producto y no produce el mismo
efecto colocar un adjetivo antes o después de un nombre. Cuando se hace lo
segundo, se establece un matiz restrictivo que delimita el alcance de lo
anterior y lo diferencia del resto de su especie.
La radiante pelirroja Hayley Red. |
Por ello, estimamos que no supone perjuicio alguno mencionar
la principal seña de identidad externa de la espectacular vocalista de
Dustaphonics Hayley Red y a la vez resaltar ese carácter decidido que le
permite montar un jolgorio impresionante en una sala inmensa, un garito
reducido y seguro que incluso en el salón de su casa. A esta chica le hierve la
sangre, no hay duda.
Porque solo de épico podría calificarse lo vivido aquella
noche en la primera edición del Nubefest, festival montado en el ya mítico
enclave concertil del barrio bilbaíno de Santutxu, que por su incesante agenda
cada día parece más la cuna de la civilización occidental. Y eso que afuera
hacía un tiempo totalmente desapacible que invitaba al perpetuo plan casero de
peli y mantita y convertía una incursión al exterior en toda una aventura.
Había un buen motivo para dejarse caer por allí, porque
aparte de apoyar estas dinámicas iniciativas culturales, se había configurado
un plantel humilde muy digno con la aparición estelar de los británicos
Dustaphonics, que estuvieron por estos lares hará un año en el Kafe Antzoki y
ya nos obligaron a recordar su nombre para futuras ocasiones.
Calentaron el ambiente primero los valencianos colgados Ukelele Zombies, que se asemejaban a
una suerte de versión garajera de Eskorbuto, con un desparpajo total a las
tablas y un descaro cercano a la irreverencia de los soberbios gallegos
Novedades Carminha. Contaron chistes como si estuvieran entre colegas,
censuraron a Carlos Goñi “por seguir
vivo” y en sus momentos ruidosos o surferos evocaron a los mexicanos Los
Explosivos, que también se pasaron por el mismo local hace un tiempecito. Muy
entretenidos estos jartos de la vida.
Ukelele Zombies, la versión garajera de Eskorbuto. |
Ante una nutrida multitud
con ganas de bailoteo, la coctelera de Dustaphonics con marcado sabor a Bo Diddley comenzó a agitarse con
“When You Gonna Learn” y para cuando se arrancaron con la participativa “Party
Girl” la voceras Hayley ya se había quedado con el personal. La pelirroja
estuvo inmensa en el apartado vocal y se erigió en el alma del fiestón que se
estaba montando, chocó manos con la peña, sacaba a algunos a bailar con ella y el
reducido escenario del garito se antojó muy pequeño para soportar las
envestidas de ese huracán rojizo que asolaba los cimientos.
Era imposible aburrirse por el amplio espectro que abarcaban
los británicos, ese que va desde el protopunk vía MC5 hasta el soul o el surf
instrumental de “Showman Twang Tiki Gods”, muy del estilo del “Misirlou” de
Dick Dale, parte indisoluble del acervo cultural del populacho desde ‘Pulp
Fiction’. Y lo cierto es que no se antojaba complicado conectar con temazos
adrenalínicos como “Mojo Yar Bones”, cuyo “ohhh”
del estribillo fue repetido por la parroquia con una fidelidad asombrosa.
Cualquiera se apuntaría al jolgorio con los punteos al
tuétano de “Eat My Dustaphonics” realzados por los contoneos de Hayley o esos
acordes que evocan la ola perfecta en “Grand Prix”. Preguntaron si nos gustaba
más Bo Diddley o The Ramones y ante la división de opiniones optaron por la
tercera vía, esto es, intercalar en un mismo tema fragmentos de ambos y
elevamos gargantas por Diddley, pero también entonamos el mítico grito de
guerra “Hey, Ho! Let’s Go!”, que
devino en una lluvia de incesantes “Gabba
Gabba Heys”. El colofón ideal.
Ya se habían marcado una ristra considerable de canciones,
pero no estaba en su voluntad dejar al personal sin los preceptivos bises y
volvieron con una pieza instrumental en la que sacaron a chicas del público a
bailar, alguna incluso con mucho desparpajo hasta movía la cabeza como poseída.
Y para no romper la paridad, los chicos no iban a ser menos, así que dedicaron
a los machos un rudo rockabilly que rememoraba el “Whole Lotta Shakin’ Goin’
On” del ‘Killer’ Jerry Lee Lewis.
Y también hubo recuerdos para los músicos de la audiencia,
aunque la verdad es que tampoco había demasiados. Era una obligación dejarse
chillando las cuerdas vocales, por lo que si no se cumplía esta regla, Yvan y
los suyos paraban abruptamente hasta que se insuflara el calor requerido, como
de hecho hicieron en una ocasión. Su refinada energía punk no aceptaba
combustibles mediocres o de baja calidad.
Retornaron de nuevo y algunos hasta perdieron la cuenta de las veces que volvieron a coger los
instrumentos, parecía que aquello no iba a acabar nunca y que tocarían por lo
menos hasta el amanecer. Les dio lo mismo que hubiera treinta, cuarenta o cien
mil personas, se desvivieron para que la concurrencia acabara sin aliento. Todo
un ejemplo de profesionalidad.
Y en un altar habría que colocar asimismo a esa pelirroja
auténtica que comandó a las huestes fiesteras a un vertiginoso aquelarre con la
música como leit motiv. Afuera hacía
un tiempo de perros que invitaba a guarecerse, pero el calor humano que se
desprendió esa noche no fue normal. Aquello sí que era un refugio a salvo de
inclemencias.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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