martes, 22 de marzo de 2016

GRINGO vs PINK FLOYD: PURA DELICATESSEN



Teatro Campos, Bilbao

Que el nivel actual de muchos de los grupos locales es algo desmedido lo llevamos repitiendo ya unas cuantas veces. Lo mismo que aquello de que reducir el ciclo Izar & Star a la mera categoría de los tributos sería injusto y profundamente equivocado. Porque allí se hacen otras cosas, señores, nada de la recurrente fotocopia del original, sino algo mucho más complicado: dotar a las canciones de alma y personalidad hasta lograr olvidar que en realidad fueron creadas por otras personas distintas a las que están en ese momento sobre el escenario.

Con esa filosofía revisionista se había configurado esa noche un interesante cartel con dos bandas getxotarras de primera, un municipio con reconocida tradición musical en el que los directos comienzan a abundar en los garitos de la zona, por mucho que las autoridades se empeñen en convertirla en una ciudad cementerio sin apenas propuestas de ocio que no estén enfocadas a la tercera edad. 

Gringo entendieron Pink Floyd como un derroche de electricidad.
 Lamentablemente, quizás debido a que nos encontrábamos a las puertas de la Semana Santa, no demasiada gente supo valorar la oportunidad única de contemplar uno de esos espectaculares lavados de cara que sorprenden a la vez por su radicalidad y su fidelidad al espíritu originario. Una demolición controlada.

Tales conceptos podrían aplicarse al ex Cujo Alfonso Arana, encargado de desempolvar el legado crepuscular de Mark Lanegan, aunque hay que mencionar que este señor ya tuvo un grupo llamado Sweet Oblivion en honor a uno de los álbumes fundamentales de Screaming Trees. Todo un desafío el que pensaban acometer al traducir al castellano piezas de los discos ‘Buzz Factory’, ‘Dust’ o un plano más reciente ‘Blues Funeral’. Una dosis de amargura no apta para profanos.

Arana evocando a Mark Lanegan.
 Y lo cierto es que captaron por completo la esencia lánguida de Lanegan en “Cuando no es tu hora” (“When Your Number Isn’t Up”) o en “Hospital Buenavista” (“Harborview Hospital”). Con un vocalista y guitarra muy competente, aquello sonaba de lujo y venían ecos malditos de Nacho Vegas o de uno de los crooners patrios por excelencia, el soberbio Javier Corcobado, en especial en “Vestido de novia” (“Wedding Dress”) y su ritmo hipnótico. Había que afinar bien el oído porque de lo contrario cualquiera hubiera pensado que se trataban de temas propios. Un proceso de asimilación plena. De cátedra.

Atreverse con una indiscutible obra maestra de la música como el ‘Wish You Were Here’ de Pink Floyd es un reto que no está al alcance de todo el mundo. Para empezar, ya solo por el despliegue instrumental necesario hace falta tenerlos bien puestos, habida cuenta además de la multitud de seguidores del grupo británico que reverencian su cancionero con fidelidad religiosa y el más mínimo fallo podría provocar una furibunda indignación.


A pesar del inmenso respeto, Gringo demostraron tablas más que de sobra para interpretar “Shine On You Crazy Diamond, Pts 1-5”, electrificando hasta el extremo ese tributo a Syd Barrett, quien curiosamente se presentó en el estudio mientras se grababa aunque a la banda le costó reconocerle debido a su sobrepeso y deteriorado aspecto físico.

El marasmo hipnotizante de “Welcome To The Machine” fue saludado con salvas de aplausos y hasta un tipo se acercó a dar la mano al guitarrista. Sin perder garra, concatenaron un rotundo “Have A Cigar” a años luz de la versión en estudio, pareció como si se adueñaran de la pieza, pervirtiéndola y convirtiéndola en patrimonio exclusivo propio, sujeta a múltiples vejaciones, despojando sintetizadores innecesarios y añadiendo riffs contundentes y solos que rezumaban electricidad por los cuatro costados.


Pero sin duda uno de los grandes aciertos fue transformar el himno “Wish You Were Here” en una pieza fronteriza para calarse sombrero y que podría aparecer en cualquier álbum de un grupo de country alternativo. Muy guapo les quedó ese giro desértico con unos coros de lujo que llegaban como ráfagas de una tormenta de arena inesperada.

Y se mantuvieron en el páramo con las últimas partes de “Shine On You Crazy Diamond”, evocando la aridez y parajes abandonados de la mano de Dios mediante slide antes de estallar en ese coral estribillo que alcanzó una pomposidad inimaginable. La dignidad de un salmo religioso que descendía sobre las cabezas de los fieles y no hubiera sido descabellado imaginar una lengua de fuego sobre cada uno de los asistentes. Porque a lo de aquella noche poco le faltó para que fuera un milagro.


Los aplausos se desbordaron y los bises se reclamaron a grito pelado, pero nadie volvía por allí, aunque el cantante amagó con el retorno al desconectar el ampli. Pero el álbum ‘Wish You Were Here’ era lo que era, no daba más de sí, estirar más el repertorio hubiera sido una incongruencia y una falta de respeto a lo anunciado. Y en esta vida hay que ser profesionales.

Muchos por supuesto que se quedaron con las ganas, como por ejemplo aquella pareja de guiris que nos encontramos en el ascensor y salían ensalzando el tremendo nivel de los dos grupos que habían visto esa noche. “Ojalá hubieran tocado aunque solo sea una más”, repetía una señora emocionada a su esposo, que asentía a las afirmaciones y mostraba mayor capacidad para contener los sentimientos. Se llevaron quizá sin saberlo un souvenir exclusivo para toda la vida, algo de infinito más valor que una camiseta de ‘I Love Bilbao’ o una gorra tricolor de ‘Gora Euskadi’. Una pura delicatessen.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


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