Kafe Antzokia, Bilbao
Lo cierto es que el buenrollismo ha hecho mucho daño. Ya
advertía Kiko Amat que aquellos entusiastas del LSD y el amor libre son los
únicos que creen que todo el mundo es bueno. “Y así les va”, añadía con su sorna habitual. Tal vez el periodista
catalán exagerara un poco, pero no conviene pasar por alto la recomendación. Y
más después de que aquellos jóvenes antaño rebeldes se mezclaran entre la
progresía política y dieran lugar a la absoluta degeneración de los valores de
izquierda. Cuando Jorge Martínez de Ilegales dijo “vamos a dar por el culo a todos estos hippies” poco antes de montarse una bronca monumental
sabía perfectamente lo que hacía.
Y ese tufillo en apariencia contracultural ha llegado hasta
nuestros días en multitud de combos psicodélicos, entre ellos los
transnacionales tan en boga Blues Pills, surgidos de las cenizas de Radio
Moscow tras una disputa con guitarras volando, quince puntos de sutura y la
huída de la sección rítmica que dejó al coloso Parker Griggs más solo que la
una. Por suerte, la sueca Elin Larsson conoció a un par de tipos en California
y no tardaron en grabar una humilde maqueta en el garaje del padre de uno de
los chavales. Todo en familia.
El resto es historia conocida, su fichaje por la escudería
Nuclear Blast y su posterior boom hasta convertirse en referencia
imprescindible en los festivales veraniegos, para demostrar que también se
apuesta por talentos emergentes, faltaría más. Por eso mismo no extrañó que una
considerable muchedumbre llenara sin llegar a reventar el Antzoki bilbaíno,
había entre el respetable muchas chicas, como suele ser habitual en los grupos
con fémina al frente, quizás por una mal entendida solidaridad.
Llegaban hinchadas las expectativas ante los austríacos White Miles, dúo con hembra descocada y
batería animal que se mueven entre el stoner y el hard rock enérgico. Hay que
reconocer que su puesta en escena tenía garra con la voceras ofreciendo el
mástil a modo de sacrificio a la concurrencia, pero sus temas tampoco eran nada
del otro jueves. A veces se vislumbraban ciertas miraditas entre ellos, pero
estaban a años luz de la complicidad de Niña Coyote Eta Chico Tornado, un ejemplo
muy en su rollo. Y a nivel musical los de Donosti también se los comerían con
patatas.
Con un nombre inspirado en un blog de música setentera, Blues Pills cuidan hasta el mínimo
detalle para asemejarse a un grupo a la antigua usanza, ya desde ese mismo
escenario con luna y estrellas que invita a sentarse con las piernas cruzadas y
liarse un porrillo. Una intro devenida en “Black Smoke” ejerció a modo de
sustancia embriagante, aquello sonaba en condiciones, aunque la voz tampoco era
para tanto como en estudio.
Pero algo además fallaba. Eran fríos como témpanos, casi ponían
idéntico sentimiento al de un funcionario acostumbrado a fichar por las
mañanas. A cumplir y punto. Elin se situó en una inexpugnable torre de marfil y
no hubo manera de bajarla de ahí, imperturbable, distante, aparte de sus
movimientos de melena en bucle, hemos visto gatos de escayola con mayor
movilidad.
Y las dos columnas que le flanqueaban tampoco hacían
demasiado para animar el cotarro, es más, parecía una especie de Día de la
Marmota con los mismos efectos de guitarra y triquiñuelas repetidos una y otra
vez hasta el infinito, unos convidados de piedra a los que se podría dejar
tranquilamente cuidando niños o cualquier otra labor doméstica que a la vuelta
seguirían en sus trece. Pesaba mucho la sombra psicodélica y a veces incluso se
atragantaban, en especial en esos interludios instrumentales que se antojaban
largos hasta la extenuación.
El raquítico repertorio no daba para mucho al contar solo
con un álbum de estudio, por lo que no cabría esperar una duración descomunal,
aunque recurrir al viejo truco de alargar canciones sin ton ni son no resulta
lo más decente. Rememoraron a Hendrix en “Bliss” y “Gipsy” añadió un poco de
ímpetu, a la par que mandaban levantar manos al cielo y algunos cerraban los
ojos en trance. Y seguramente si hubiera habido barro por ahí, más de uno se
habría revolcado alegremente.
Lo único cercano a despertarse fue “High Class Woman”, donde
Elin incluso amagó con bajar las escaleras a codearse con los mortales de a pie,
aunque esa barrera artificial colocada entre artistas y respetable ya no
reventaría ni con dinamita. Era algo así similar a esas cúpulas de cristal que
suelen aparecer en pelis de ciencia-ficción para prevenir ataques del espacio
exterior. Ni con una grúa se les sacaba de su ensimismamiento.
Y el comienzo de “Little Sun” a lo “Stairway To Heaven”
suscitó una amplia ovación entre la parroquia, no era para menos, aunque
siguieron sin transmitir la intensidad que uno escucha en su casa. La vuelta
para los bises tras una hora escasa por lo menos nos trajo un tema nuevo en el
que Elin por fin brilló a la voz y se lució tanto que hasta alguno gritó “¡Wow!”. Y en esa tónica se mantuvieron
al final con “Devil Man”, otro saqueo más a Zeppelin con ese inicio que
recuerda a “When The Levee Breaks” en el que la voceras volvió a cosechar
aplausos por sus alardes vocales.
Vaya, justo cuando ya habían calentado lo suficiente, van y
se piran. Muy sueco, sí señor. La peña se entregó empero a ese rollito hippie,
muy vistoso, pero que en realidad esconde múltiples carencias. Dicen que la
banda a la hora de elegir su nombre tuvieron que soportar unas cuantas coñas
debido a que podría llegar a confundirse con la Viagra. Lo cierto es que esa
noche tampoco levantaron demasiado. Tal vez se trate de un mero placebo.
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO
VILLAESCUSA
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