Satélite T, Bilbao
A menudo muchos se sorprenden por encontrarme en tal o cual
concierto. Esa inevitable necesidad de clasificar a las personas en
compartimientos estancos según sus gustos. Pero cualquiera que nos conozca sabe
que lo que para otro sería exclusivamente “su rollo”, para un servidor eso se
multiplicaría casi hasta el infinito al poder identificarse por completo con
estilos tan dispares como el post punk, el hard rock escandinavo o el rock n’
roll vetusto y derivados.
Si algo de veras nos llama la atención de aquellos estilos primitivos
de hace más de medio siglo es su minimalismo y su pretendida voluntad de armar
un buen fiestón sin demasiada parafernalia. Una batería con lo justo, una
guitarra no muy estridente y unos ritmos que incitan a mover los pies o
chasquear los dedos como si fueras el ser más importante sobre la tierra.
Por esos motivos pintaba interesante el primer Boogie And
Groovy montado en el Satélite T por Iñaki Ibarra, mítico personaje del rockerío
bilbaíno y antiguo miembro de Los Rotos o Los Muelles que disfrutó del bolo
emocionado como uno más y hasta se subió a cantar en un épico final. La cita
era imprescindible para los amantes de los sonidos con solera y el personal
respondió, aunque sin llegar tampoco al agobio insoportable, lo cual se
agradeció sobre todo en el tema de las fotos.
Los primeros en salir a escena fueron Matt & The Peabody Ducks, trío rockabilly tan clásico que ni
siquiera llevaban batería. Y la verdad es que tampoco se echaba mucho de menos,
pues el virtuoso Lega a la guitarra y su vocalista con un aire al Johnny Depp
de Cry Baby, aparte de su competente contrabajo, se bastaban para llenar
cualquier hueco que se precie y no permitir que nadie se aburriera un solo
instante.
Matt and the Peabody Ducks. |
Desde el comienzo rindieron tributo a los grandes de verdad
con el “Get Rhythm” de Johnny Cash, “un
chaval que está empezando”, como dijo con sorna el cachondo voceras antes
de concentrarse en su mini-LP en “Waste of Talent” y “It’s All Right”. Y su
autenticidad no tardó en palparse con esos movimientos de caderas del cantante
a lo Elvis, que provocaron algún “¡Wow!”
entre el respetable y bailecitos de féminas a lo ‘Pulp Fiction’.
Pero lo que sin duda marcó el devenir del show fue ese rollo
humorístico a lo Faemino y Cansado que se traían entre el Lega y el voceras,
increpándose mutuamente y soltando mil y un comentarios agudos, parecía a veces
una competición de graciosos, aunque lo bien que lo pasamos. Apelaron a la
inocencia rural e incluso preguntaron a una chica“¿Te gustan los paletos?”, a lo que el propio Lega respondió “Pues esta noche tienes un buen escaparate”.
El contrabajista se llevaba las manos a la cabeza. |
Aparte de las coñas, este trío era competente hasta el
extremo, se les notaban los galones y conjugaron con bastante acierto la
solvencia con los preceptivos homenajes a las piedras angulares del género,
caso del “Down The Line” de Buddy Holly. Tampoco les hacía falta recurrir al
cancionero ajeno, temazos impepinables como “You Can’t Beat Me” les valdrían
para independizarse sin ningún rubor. Nivelón.
Cambiaron las tornas para el siguiente acto y en Legacaster tomó la voz cantante el
virtuoso guitarrista Lega venido allende los mares, en concreto, desde
Argentina, como delataba su acento. Al igual que su compi precedente en escena,
tras algunas piezas de su disco “Boppin’ Guitar” enseguida se acordó de
aquellos que iluminaron el camino en el pasado, como el apóstol de los
corazones solitarios Roy Orbison y su “Mean Little Mama” o el “That Ain´t
Nothing But Right” de Mac Curtis, figura clave en el mundo rockabilly y que
allá por los cincuenta ya sufría la censura por sus movimientos con contenido
sexual sobre el escenario.
El virtuoso Lega a la voz cantante. |
Echamos de menos casi al momento el rollito Faemino y
Cansado de increpaciones y respuestas, pero este soberbio hacha se bastaba por
sí solo para meterse a la concurrencia en el bolsillo. No necesitaba tampoco
recurrir a gracietas, pues sus habilidades eran para quitarse el sombrero,
alucinante cómo se recorría de arriba abajo el mástil sin hacer apenas
aspavientos ni sudar un poquito, como si fuera lo más normal del mundo, oiga.
De no ser por el sentimiento que ponía en esos punteos al tuétano escuela Chuck
Berry diríamos que no se trataba de un humano. De otro planeta.
Se notó asimismo la incorporación de un batería, que añadía
cierto empaque al conjunto y tornaba aquello algo más bailongo, tanto que hasta
una pareja se marcó unos soberbios pasos de esos a la vieja usanza, con hembra
echando la cabeza para atrás y todo. Y en el homónimo “Boppin’ Guitar”, el
argentino disertó sobre las propiedades viriles de las seis cuerdas mientras
féminas tatuadas se movían sugerentemente entre el respetable.
Lo cierto es que este hombre tampoco inventaba nada, ni
falta que le hacía, pero interpretaba el cancionero ajeno con tanta convicción
que a veces uno dudaba de si eran o no sus propios temas. Así fue en el “Bird
Dog” de Don Woody, donde consiguió que la peña ladrara como perros cachondos
antes de entregarse a dramas adolescentes en la senda de Buddy Holly.
A pesar de sus múltiples revisiones, confesó por segunda vez
que Chuck Berry era su artista preferido y se arrancó con un frenético “Too
Much Monkey Business”. Después de semejante éxtasis, la parroquia exigió bises
y se concedieron sin rechistar, en los que volvió a contar a su vera con Matías
Olivera, el cantante del anterior grupo, para marcarse “el primer rock n’ roll en castellano”, tal y como lo anunciaron.
Matías Olivera dando la réplica. |
Al Lega ya solo le faltaba darse el baño de masas entre la
concurrencia mientras punteaba para acabar aclamado como un auténtico dios, por
lo que los gritos de los fieles les impidieron abandonar el escenario.
Y tras unos breves instantes de deliberación, tuvieron que
regresar por tercera vez para cumplir el sueño del desatado promotor Iñaki
Ibarra, que se cantó un tema con ellos en un ambiente de jolgorio absoluto en
el que lo que menos importaba eran las habilidades de cada cual, únicamente se
valoraba lo que cada uno llevaba dentro. Y eso era rockabilly con entrañas,
ajeno a modas pasajeras y a mechones oxigenados. Agallas, en definitiva.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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