domingo, 15 de mayo de 2016

FASENUOVA: LOBOS SOLITARIOS



Sala Caracol, Madrid

Bailar es uno de los actos más subversivos y provocadores que existen. Una auténtica liberación de los sentidos desde tiempos inmemoriales tal y como atestiguaban los antiguos aquelarres y otras celebraciones paganas donde la danza tenía una importancia crucial. Y es que pocas cosas pueden resultar tan embriagantes como el espectáculo de una fémina en todo su esplendor moviéndose al ritmo de la música, suavemente, mordiéndose el labio inferior y con la mirada abstraída lanzando de vez en cuando ráfagas visuales que dan de lleno en los débiles de corazón. Touché.

Los asturianos Fasenuova también disparan proyectiles contundentes sonoros, bofetadas sintéticas de base industrial que lo mismo se tornan desgarradoras como placenteras. Son una experiencia lisérgica en la que no sucede la famosa dicotomía entre el buen y mal viaje, ambas se complementan a la perfección con pasajes crudos que rememoran fabricas destartaladas o se entregan sin reparos a hedonistas colisiones de cuerpos propias de una discoteca o cualquier antro noctívago.


Imbuido de ese espíritu trasnochador parece ‘Aullidos Metálicos’, elocuente último esfuerzo de los de Mieres y uno de los candidatos ya desde el pasado enero a disco del año, aunque en esta ocasión la competencia vaya a ser bastante dura. Uno pensaba que dado el elogio unánime de la prensa especializada y su cierta reputación en el circuito alternativo, el evento dispar que habían montado aquella noche en la Caracol estaría a reventar, pero nada más lejos de la realidad, apenas se alcanzó la media entrada.

Quizás no ayudara demasiado el hecho de que la falta de uniformidad en el cartel propiciara que aquello se asemejara a tres conciertos completamente distintos, cada uno con su público y sin el más mínimo nexo de conexión entre ellos. Porque si la electrónica ambient de 0600 por lo menos tenía un pase por su leve sintonía con la velada, no se entendía la presencia del rapero quinqui El Coleta, por mucho sampleado que utilizara y muy en boga que estuviera. Ahí al final acabó sonando hasta Los Chunguitos como en una feria gitana, dicho sea sin animadversión alguna, allá cada cual con su gusto.


Cumpliendo a rajatabla los mandamientos de Esplendor Geométrico o de los Aviador Dro más industriales, Fasenuova fueron parcos en palabras y prolíficos en atmósferas embriagantes, era casi como sumergirse en la inquietante penumbra de un estrecho túnel, un descenso a un inframundo sintético y pretenciosamente artificial en “Siempre Siempre” antes de encontrar un atisbo de luz no exento de angustia vital en “Carretera Fluorescente”, que suena bastante más cruda que en estudio y desaparece ese leve matiz pop de su último trabajo.

La puesta en escena rompedora del dúo, con su vocalista Ernesto sufriendo convulsiones a cada cual más intensa o arrastrándose por el suelo cual reptil, contribuye a crear esa sensación apocalíptica, de lluvia ácida sobre nuestras cabezas, el caldo de cultivo ideal para el trance absoluto. En este sentido, “Vamos a bailar a la noche” se transformó en un aquelarre total con chillidos desasosegantes y personal agitándose igual que en una rave siniestra, con puestazo anfetamínico incluido.


Y en un momento dado hubo que prepararse para comulgar, con el voceras levantando hacia la multitud una hostia sagrada y entregándose a la genuflexión, en una suerte de ritual a los sonidos electrónicos primigenios, esos que trasmiten emociones sin apenas pronunciar palabras, aunque de vez en cuando se produzca un reflujo de estrofas viscerales. La posición mesiánica con los brazos extendidos también era otra de las partes fundamentales de la liturgia, que llegó a su colofón con Ernesto subido en los sintetizadores como esperando una señal divina desde arriba.

En ese contexto encajaba el monumental in crescendo “Hell Angel”, que abre su trabajo más reciente entre invocaciones a la nigromancia y ruido ensordecedor de máquinas analógicas. Una revelación para la que cualquiera no está preparado, hace falta despojarse de prejuicios y abrazar su poesía desgarradora de personalidad apabullante, pocos ejemplos similares podrían encontrarse en nuestro país. O quizás en el mundo.


Pero la ortodoxia industrial no perdona, no entiende de fans enfervorizados ni de las estériles muestras de afecto de la música convencional, por lo que conceptos como lo de hacer bises se antojan por completo fuera de lugar. Los brazos entendidos sirvieron para certificar la finalización de esta peculiar comunión, por mucho que algunos pidieran más. Los bolos de este rollo jamás superan la hora de duración, si es que llegan, tal vez una herencia recibida de la inmediatez punk.

Lo cierto es que la propuesta de los asturianos es para auténticos lobos solitarios, supervivientes de aquella época en la que uno debería mirar al extranjero si realmente estaba interesado en la cold wave o movimientos similares. Un fervor como de feria del coleccionismo al que se le sigue colgando la etiqueta de “raro” y que jamás se ha despegado de su intrínseca vocación underground. Los aullidos a veces se pueden sentir en plena oscuridad.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA






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