Sala Caracol, Madrid
Bailar es uno de los actos más subversivos y provocadores
que existen. Una auténtica liberación de los sentidos desde tiempos
inmemoriales tal y como atestiguaban los antiguos aquelarres y otras
celebraciones paganas donde la danza tenía una importancia crucial. Y es que
pocas cosas pueden resultar tan embriagantes como el espectáculo de una fémina
en todo su esplendor moviéndose al ritmo de la música, suavemente, mordiéndose
el labio inferior y con la mirada abstraída lanzando de vez en cuando ráfagas
visuales que dan de lleno en los débiles de corazón. Touché.
Los asturianos Fasenuova también disparan proyectiles
contundentes sonoros, bofetadas sintéticas de base industrial que lo mismo se
tornan desgarradoras como placenteras. Son una experiencia lisérgica en la que
no sucede la famosa dicotomía entre el buen y mal viaje, ambas se complementan
a la perfección con pasajes crudos que rememoran fabricas destartaladas o se
entregan sin reparos a hedonistas colisiones de cuerpos propias de una
discoteca o cualquier antro noctívago.
Imbuido de ese espíritu trasnochador parece ‘Aullidos
Metálicos’, elocuente último esfuerzo de los de Mieres y uno de los candidatos
ya desde el pasado enero a disco del año, aunque en esta ocasión la competencia
vaya a ser bastante dura. Uno pensaba que dado el elogio unánime de la prensa
especializada y su cierta reputación en el circuito alternativo, el evento
dispar que habían montado aquella noche en la Caracol estaría a reventar, pero
nada más lejos de la realidad, apenas se alcanzó la media entrada.
Quizás no ayudara demasiado el hecho de que la falta de
uniformidad en el cartel propiciara que aquello se asemejara a tres conciertos
completamente distintos, cada uno con su público y sin el más mínimo nexo de
conexión entre ellos. Porque si la electrónica ambient de 0600 por lo menos tenía un pase por su leve sintonía con la velada,
no se entendía la presencia del rapero quinqui El Coleta, por mucho sampleado que utilizara y muy en boga que
estuviera. Ahí al final acabó sonando hasta Los Chunguitos como en una feria
gitana, dicho sea sin animadversión alguna, allá cada cual con su gusto.
Cumpliendo a rajatabla los mandamientos de Esplendor
Geométrico o de los Aviador Dro más industriales, Fasenuova fueron parcos en palabras y prolíficos en atmósferas
embriagantes, era casi como sumergirse en la inquietante penumbra de un
estrecho túnel, un descenso a un inframundo sintético y pretenciosamente
artificial en “Siempre Siempre” antes de encontrar un atisbo de luz no exento
de angustia vital en “Carretera Fluorescente”, que suena bastante más cruda que
en estudio y desaparece ese leve matiz pop de su último trabajo.
La puesta en escena rompedora del dúo, con su vocalista
Ernesto sufriendo convulsiones a cada cual más intensa o arrastrándose por el
suelo cual reptil, contribuye a crear esa sensación apocalíptica, de lluvia
ácida sobre nuestras cabezas, el caldo de cultivo ideal para el trance
absoluto. En este sentido, “Vamos a bailar a la noche” se transformó en un
aquelarre total con chillidos desasosegantes y personal agitándose igual que en
una rave siniestra, con puestazo anfetamínico incluido.
Y en un momento dado hubo que prepararse para comulgar, con
el voceras levantando hacia la multitud una hostia sagrada y entregándose a la
genuflexión, en una suerte de ritual a los sonidos electrónicos primigenios,
esos que trasmiten emociones sin apenas pronunciar palabras, aunque de vez en
cuando se produzca un reflujo de estrofas viscerales. La posición mesiánica con
los brazos extendidos también era otra de las partes fundamentales de la
liturgia, que llegó a su colofón con Ernesto subido en los sintetizadores como
esperando una señal divina desde arriba.
En ese contexto encajaba el monumental in crescendo “Hell Angel”, que abre su trabajo más reciente entre
invocaciones a la nigromancia y ruido ensordecedor de máquinas analógicas. Una
revelación para la que cualquiera no está preparado, hace falta despojarse de
prejuicios y abrazar su poesía desgarradora de personalidad apabullante, pocos
ejemplos similares podrían encontrarse en nuestro país. O quizás en el mundo.
Pero la ortodoxia industrial no perdona, no entiende de fans
enfervorizados ni de las estériles muestras de afecto de la música
convencional, por lo que conceptos como lo de hacer bises se antojan por completo
fuera de lugar. Los brazos entendidos sirvieron para certificar la finalización
de esta peculiar comunión, por mucho que algunos pidieran más. Los bolos de
este rollo jamás superan la hora de duración, si es que llegan, tal vez una
herencia recibida de la inmediatez punk.
Lo cierto es que la propuesta de los asturianos es para
auténticos lobos solitarios, supervivientes de aquella época en la que uno
debería mirar al extranjero si realmente estaba interesado en la cold wave o
movimientos similares. Un fervor como de feria del coleccionismo al que se le
sigue colgando la etiqueta de “raro” y
que jamás se ha despegado de su intrínseca vocación underground. Los aullidos a veces se pueden sentir en plena
oscuridad.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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