Kafe Antzokia, Bilbao
La compenetración total existe. Esa sensación de pensar lo
mismo al unísono, casi como de conexión cósmica y que se suele dar una vez cada
año bisiesto. Alguna vez la hemos experimentado incluso y al principio no te lo
crees, parece que te están tomando el pelo, pero se trata de una realidad
tangible, por muchas cualidades mágicas que posea. Lástima que a veces en el
momento menos esperado te pinchen el globito y todo quede reducido a una gran
broma final, como diría el maestro Nacho Vegas.
Todas esas cualidades comparte el dúo Niña Coyote eta Chico
Tornado, basta fijarse en esa inefable complicidad que se gastan en las
distancias cortas, dos cuerpos hechos el uno para el otro, el yin y el yang, la
pregunta y la respuesta, el asalto y la defensa, una coalición de talentos que
golpea con unanimidad y ante la que no cabe recurso posible. Hasta fueron
pioneros al apostar por este formato de pareja minimalista, una auténtica
rareza en el panorama hace unos añitos, por más que hoy en día sea algo
completamente normalizado.
Miradas que matan...y aman. |
Ya habían reventado el Antzoki bilbaíno en aquella
descomunal gira que compartieron junto a Belako y Cápsula, por lo que cabría
esperar que la presentación de su último esfuerzo ‘Eate’ suscitara otra
afluencia más que considerable. Pero en esto de la asistencia a conciertos casi
nunca dos y dos son cuatro y a veces se antoja algo tan aleatorio y poco
previsible como el horóscopo o cualquier superchería similar.
Por eso mismo extrañó encontrarnos un ambiente tan
desangelado a primera hora, aunque posteriormente el personal fuera uniéndose
gota a gota a esta nueva conjuración de la tormenta. En un palo bastante
diferente a la tónica de la velada, el también dúo holandés Blackbox Red exhibió cierta garra en su
condición de entremés, pese a que su rollo estuviera más cercano al ruido
blanco de Sonic Youth o The Jesus & Mary Chain. Quizás su nostalgia indie no fuera plato para todos los
gustos, pero de actitud andaban sobrados, con la rubiales de su vocalista
rasgando la guitarra y agitando la melena como poseída mientras un animal a la
batería le daba la réplica. Molaron, aunque en este estilo los locales Yellow
Big Machine les den millones de vueltas.
Blackbox Red en pleno éxtasis ruidoso. |
La fuerza de la naturaleza desbocada a la que rinden tributo
Niña Coyote eta Chico Tornado se
materializó de un porrazo con el poso stoner de “Diana & Sebastian”,
enérgica pieza que abre su reciente plástico. Y se levantaron vientos
sofocantes con “Desert Tornado”, a la par que nos introducían en esa suerte de
viaje cósmico en el que se convierten sus temas instrumentales. No costó
demasiado a la congregación meterse en faena, pues enseguida muchos comenzaron
a mover la cabeza en señal de aprobación.
“Magic Edo” supone un nuevo descenso a los infiernos de los
fumetas y en la monumental “Gimme Danger” de Iggy Pop & The Stooges
demostraron que no tienen problemas en ralentizar el paso sin dejarse la
intensidad por el camino, impresionante. Menos mal que cuentan con pequeñas
píldoras sonoras a modo de avituallamiento para ir cogiendo fuerzas, aunque eso
tampoco implica que sus cortes instrumentales sean un remanso de paz, en
determinadas situaciones sobran las palabras.
Otro de los picos de la noche se alcanzó con su revisión
vitaminada del “Foxy Lady” de Hendrix , definitivamente saben pillar a las
versiones el punto adecuado de cocción, ni meras copias de las originales ni un
engendro irreconocible por completo. Al dente.
Escuchando la música, el olor a azufre sobrevolaba el
ambiente y alguno hasta exclamó “Parece
que va a salir Satanás”. Y es que su pose podría imponer un poco, tal vez
por eso el personal guardó sin que nadie se lo pidiera un perímetro de
seguridad y el propio Koldo tuvo que pedir a los fieles que se acercaran. La
verdad es que la autorregulación espontánea es algo que siempre da muy mal
rollo, igual que los políticamente correctos que se autocensuran sin ningún
pudor.
Andaba por ahí a escasos metros del escenario el Neil Young
vasco Joseba B. Lenoir, que colabora en el álbum en “Flor de la muerte”, por lo
que no se hubiera entendido que no se animara a subirse a las tablas. Y la
experiencia fue estremecedora, con ambos guitarras mano a mano marcándose un
punteo de intensidad estratosférica. Puestos a pedir, echamos en en falta a algún
miembro de Belako en el cañonazo “Ariñau”, que en el disco cuenta con la
bajista Lore desgañitándose.
Casi sin enterarnos llegamos a los bises con el par de
piezas del debut “Stuka” y “Hotsa”, en las que afloró más que nunca esa
conexión animal entre Koldo y Úrsula, acercándose casi hasta el límite de
tocarse y dejando una sensación idéntica a esas escenas cinematográficas en las
que los protagonistas se animan a lanzarse y justo en ese momento una mosca o
cualquier otro sujeto molesto cortan de inmediato el rollo.
Finalizaron el ritual
con tambores apocalípticos que la peña recibió con desbordantes salvas de
aplausos y “Lainoa” con ese riff rotundo se asemejó a una disección en toda
regla, una operación a corazón abierto de la que uno vuelve totalmente
rejuvenecido. Un chupito de licor que se desliza suavemente por el esófago
hasta llegar al estómago y provocar cierta quemazón.
Un recital en el que certificaron de nuevo su tremenda
fortaleza en directo y que les consolida a un nivel que ya quisieran muchos
grupos guiris. No hay que menospreciar el poder abrumador de una mirada que
puede volverte vulnerable o desarmarte por completo. Miradas felinas desde la
sabana africana de esas de las que sacuden entrañas.
TEXTO: ALFREDO
VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN
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