Sala BBK, Bilbao
Convertirse en un adelantado a los tiempos equivale poco
menos que a ser un paria, un apestado social al que nadie entiende y del que
conviene apartarse por peligro a que trasmita algo contagioso. Así funcionaban
las cosas en un país atrasado que acababa de despertarse de una larga pesadilla
y que entonces sentía más que nunca la necesidad de expresarse y provocar a
todos esos estamentos políticamente correctos que habían impuesto su cerrada
visión durante tantas décadas. Había llegado la hora de la anarquía eléctrica,
como podíamos escuchar en el himno manifiesto “Camarada Bakunin”.
La irrupción de El Aviador Dro y sus Obreros Especializados
a finales de los setenta tuvo que provocar en el panorama patrio un seísmo
considerable al que causó Roxy Music en el ámbito anglosajón. Al igual que la
banda de Bryan Ferry, estos aficionados a vanguardias artísticas como el
futurismo o el dadaísmo esbozaron gran parte de las corrientes que imperarían
en años venideros y además pasarían a la historia como pioneros del tecno y de
la electrónica en general en nuestro país, algo que por aquel entonces vendría
a resultar tan pintoresco como proclamarse criador de perros verdes. Había que
tener la mente muy abierta para asimilar de golpe y porrazo semejante doctrina.
Casi medio siglo ha transcurrido desde que dicho colectivo
elevara el vuelo y conquistara almas con su mundo de ciencia-ficción en el que
habitaban cyborgs, asteroides, corazones de batidoras o chicas de Plexiglás. Y
tuvo que ser gracias a algo tan innovador como las jornadas de cultura digital
y multidisciplinar de Tracking Bilbao para que regresaran a la capital vizcaína
después de una ausencia más que considerable por estos lares. Algunos hablaban
de un concierto al aire libre en Indautxu, otros de citas en Bilborock o en la
sala Azkena, e incluso seres de otra dimensión evocaban por redes sociales un
recital en la desaparecida Yoko Lennon’s allá por el pleistoceno.
El caso es que la velada era una oportunidad única para
disfrutar de una gira 40 aniversario que jamás imaginaríamos que recalaría en
latitudes tan norteñas, por eso mismo hace no demasiado acudimos a la capital
del Estado a su histórico concierto con invitados en la sala Changó. Ante una
todavía modesta afluencia, se apuntaron a esta misión interplanetaria Munlet, una rara avis de la zona que le
llevan dando desde 2002 a un peculiar conglomerado de electrónica y punk que
gana enteros en directo. Todo un entremés que pegaba a la perfección en la cita
por ese descaro deudor de Kaka de Luxe, la chaladura de los siempre
reivindicables Devo o el moderneo bailongo de unos Cycle, si nos ponemos más
actuales. Pero la garra prevalecía sobre cualquier experimentación, a la par
que el cachondeo que imprimían en escena era también considerable. Y además
apelaban al nihilismo en cortes como “Chupacabras” o “Extinción”. Enormes.
Munlet y su cóctel electro punk. |
Contando la presente, en tres ocasiones nos hemos unido a la
Corporación de Aviador Dro y ninguna
ha tenido nada que ver entre sí en lo que respecta al repertorio, salvo los
inevitables satélites comunes. Pero lo que desde luego no esperábamos era un
comienzo de los de levantar el puño con “La cicatriz en la fábrica roja” y poco
más tarde “Varsovia en llamas”, más munición difícil de encontrar en las
distancias cortas. Y no podíamos olvidar que en realidad todo empezó con “La
chica de Plexiglás”, como advirtió el líder Servando.
Seguíamos en clave sideral con “Láser” antes de que nos
saludaran con un “Hola, mutantes de
Bilbao, somos los obreros especializados” mientras la multitud admiraba sus
trajes antiradioactivos que más bien
parecían para trabajar en un avispero. Que el repertorio de la noche no se
ceñiría a lo habitual lo constatarían piezas muy primerizas como “Obsesión” o
“Hazme tu androide”, que desde luego no
eran lo más predecible en un aniversario. Guiños a los viejos fans. Que no
falten.
Servando relató cómo en su época convivían con personajes
como Ronald Reagan o Margaret Thatcher que convertían el futuro en algo “apocalíptico” y en ese incierto
contexto cobraba más sentido que nunca el himno “Nuclear sí”, otra prueba de lo
adelantados que estaban entonces. Todo un espectáculo que durante la
interpretación de la misma se despojaran con saña de sus trajes siderales y
luego continuaran reivindicando ese mantra que escandalizaría a monjas
postmodernas como Greta Thunberg.
“Rosemary” era otra joya inesperada y en “La televisión es
nutritiva” demostraron que hay cosas que nunca cambian, a pesar de que los
soportes tecnológicos sí que lo hagan. Con 40 años de trayectoria a las
espaldas y un catálogo encomiable de álbumes en estudio no tienen reparo en
reconocer deudas y por eso se cascaron un “Mongoloide” de Devo más punk que la
original y con uno de los obreros montando pogo entre los fieles. Eso sí que
era animar un evento.
“Programa en espiral” sacudiría asimismo conciencias entre
parroquianos, incluso aunque la mayoría de sus clásicos no suenen igual a las
versiones de estudio y sean adaptaciones más modernas. De hecho, por lo que
comentamos posteriormente, algunos fans se rasgaban las vestiduras por esto,
aunque un servidor no encuentra demasiado problema si los temas por lo menos
ganan en potencia. Anda que no cambia las piezas Bob Dylan en la actualidad,
por poner un ejemplo, entre muchos otros.
“De vez en cuando el
romanticismo nos atacaba y hacíamos canciones de amor y aviones”, explicaba
Servando antes de su glorioso “Selector de Frecuencias”, imprescindible en
muchas sesiones góticas desde tiempos inmemoriales, aunque suene raro a los
profanos. Y el amado líder siguió arengando a las tropas con “Bailar la
guerra”, otra letra para entonar a pulmón a día de hoy. Un festín total.
“Sé lo que estáis
pensando y vosotros sabéis lo que estoy pensando”, resumía Servando
previamente a “Telepatía” de 1982, casi nada. Si en otro bolo suyo ya les
habíamos visto repartir probetas con líquidos de colores, aquí no se privaron
de hacer lo propio con tarros llenos de una sustancia azul bebible. Y
presentaron “Amor industrial” como un tema sobre “las cosas que nos importan”, como “nuestra conexión a internet, los píxeles del móvil, el Satisfyer…”.
Sin perder el pulso de la actualidad.
Cortes casi del nuevo milenio como “Radiante” en estudio no
son gran cosa, pero en directo se convierten en un frenesí para romperse
bailando, a lo que invitaba Mario Gil por sus descontrolados movimientos. Y
“Vivir para morir” también se disfruta de otra manera cuando llueven octavillas
que alertan de “información manipulada”
y proclaman que “el sistema miente”.
La modernidad de algunas de sus piezas no está muy alejada de León Benavente.
“Trance” muestra su vertiente más tecno, pero uno lo mira
con otros ojos mientras ondea el estandarte anarco-científico y con este
símbolo se despiden por todo lo alto después de 2 horas en la fábrica
trabajando a destajo. La peña gritaba “anarquía”
como si fuera un concierto punk para exigir bises y sorprendieron al regresar
con “Benito el funcionario”, canción “perdida”
que no se llegó a grabar, como nos ilustró Servando, una crítica en carne viva
a todos esos tipos respetables que se calzan un traje cada mañana. “Vortex” fue
acogida con emoción antes del inevitable final con “El retorno de Godzilla”,
una criatura a la que Servando pidió ir “a
Madrid para aplastar el Valle de los Caídos”. Quizás habríamos preferido
“La ciudad en movimiento” u otro clásico, pero tampoco era cuestión de quejarse
con un repertorio tan excelso.
Su mensaje inconformista y políticamente incorrecto sigue
atronando con idéntica fuerza a la que tenían en sus comienzos. Y es que en
realidad el panorama tampoco ha cambiado tanto, pues sigue habiendo gente que
se ofende por cualquier tontería y la censura, al igual que el fascismo, ha
adoptado disfraces más molones para que no chirríe a nadie. Menos mal que
algunos sintonizamos otra frecuencia amplificada.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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