Muelle, Bilbao
Ya lo hemos hablado en repetidas ocasiones, pero nunca está
de más recordar la importancia que cobra el ambiente en determinadas
circunstancias. No se contempla por igual un concierto en el que la mayoría de
los asistentes se plantan ahí como setas, hieráticos totales hasta el punto de
que uno a veces se pregunta si en realidad están vivos, que un evento en el que
se monta un fiestón de esos épico, con pogos desenfrenados, cerveza volando y
peña cantando los temas a pleno pulmón. Actitudes que deberían ser lo normal en
cualquier bolo, pero que sin embargo escasean bastante porque suelen suceder
con la frecuencia de un año bisiesto.
A pesar de que coincidían con eventos más multitudinarios,
el recital que dieron en el Muelle los recientemente reactivados La Secta se
trató de una de esas citas que había que vivir, estar allí para luego contarlo
y que los que se quedaron en casa o haciendo otras cosas sintieran lástima por
haberse perdido aquello. Unas leyendas del panorama vizcaíno que nos acercó a
un escenario cercano, casi íntimo, el melómano y experto en grupos de La Movida
Iñaki Gallardo, con ese buen gusto que le caracteriza a la hora de montar
saraos interesantes.
La época navideña, con cenas de empresa por doquier, no
acostumbra a ser el momento más propicio para que la peña se anime a acudir a
conciertos, pero en ocasiones suceden los milagros y hasta se alcanza ese punto
exacto de afluencia en el que uno no se agobia y tampoco se convierte aquello
en un muermo por falta de personal. El punto de cocción exacto, como dirían los
expertos tras los fogones.
Otros con un currículum interesante a las espaldas eran los
que abrían la velada, Basurita, banda
formada por veteranos de la escena local procedentes de El Inquilino Comunista,
Cancer Moon, Cujo o Los Clavos, cuyo buen hacer en las distancias cortas
certificaba su valía. Su debut ‘Primer juramento’ ya nos causó grata impresión
al escucharlo en casa y en directo esas sensaciones no se evaporaron gracias a
piezas noctívagas con actitud como “Alma gemela” o “Denise” y otras de aire más
alternativo del estilo de “Más allá”. Hubo alusiones al gurú Charles Bukowski y
hasta algún adelanto de su próximo disco, previsto para febrero de 2020, como
“Despierta”. Para prestarles la debida atención.
Basurita, una coalición de veteranos. |
Frente a reuniones en las que se huele el tufo oportunista a
kilómetros, el caso de La Secta está
claro que nada tiene que ver con eso. Cualquier recital suyo en los tiempos
actuales da a entender por su solidez que se trata de una apuesta sincera, sin
perras de por medio y en la que el único homenaje que se rinde es a la música
en sí misma y al puro underground, por eso mismo no se les caen los anillos por
tocar en un garito de los de toda la vida y tampoco parecen perder el culo por
formar parte del plantel de algún festival veraniego, aunque ya actuaron allá
por 2003 en aquella histórica segunda edición del Azkena junto a estrellas del
calibre de Iggy & The Stooges.
Porque si algo comparten con los verdaderos pioneros del
punk rock es esa sensación de peligro imperante cuando salen al escenario, eso
que sintió el propio Iggy Pop cuando vio por primera vez a Jim Morrison,
cualquier cosa podría suceder y nadie estaría a salvo. La psicodelia
reverberante de “Blue Tale” cursó a modo de mantra introductorio antes de que
la abrasión protopunk de “Don’t Look Back” comenzara a calentar el ambiente. En
este enérgico inicio reparamos en un detalle sorprendente, el voceras Gorka no
oficiaba descalzo según manda la tradición, pero como si le hubiera venido la
idea de repente a la cabeza, no dudó en despojarse de inmediato de calcetines y
calzado, cual hippie presto a entrar en una comuna de paz y amor.
No fue esa la única acción que se salió de lo esperable,
aparte de los gritos espasmódicos habituales, herencia directa de The Doors o
Iggy Pop, el pie de micro debió sufrir de lo lindo con tanto meneo y hasta tocó
el techo en repetidas ocasiones. El poso decadente de “I Hate That Trip” se
convirtió en una suerte de “Gimme Danger” y el agua voló tal vez como
improvisada bendición hacia los fieles. Desde luego que acudir a bolos de este
palo curte lo suyo, alguna insignia colgada en la pechera lo tendría que
subrayar. Galones de rock n’ roll.
Y “Perfect Time” reincidió en la psicodelia chirriante sin
llegar a desbarrar y sazonando el producto con gritos morrisonianos. Ante un
respetable entregado, la invitación a sumergirse entre las masas era clara y
Gorka no desaprovechó la oportunidad para provocar un pogo mientras los
parroquianos le hacían un círculo, hasta cayó alguna botella al suelo, quizás
por la emoción. Proliferaban los grupillos danzando, con el carismático voceras
presidiendo la función, mientras “The Beast” ejercía de inevitable percutor. Un
disparo certero a la sien.
El himno “Don’t Follow That Way” transformó el reducido
recinto en una improvisada pista de baile con el pistoletazo de salida de ese
tremendo inicio a lo “Kick Out The Jams” de MC5. La peña levantaba el puño como
si en ese momento fueran llamados a filas, y además hubo pogo de puretas, por
supuesto, que suelen ser bastante más auténticos que las caricias de los
millennials. Una apoteosis que culminó con los fans más entusiastas casi
dejándose la garganta, al igual que el propio cantante Gorka, que si no se
quedó afónico, poco le faltó.
Y cuando pensábamos que no habría bises, según la costumbre
imperante en el Muelle, regresaron a las tablas con un “Revolution” muy de
tripi y con la preceptiva acelerada punk para terminar de dejar exhausto al
respetable. La tarima de la batería se convirtió en un improvisado trampolín
para el voceras. Rendidos una vez más a su culto.
Todo un recital para darse golpes en el pecho como un simio
salvaje que no entiende de normas ni de educación básica y solo se mueve en
base a los instintos más primarios. Las comeduras de cabeza para los
intelectuales. Ese es el camino correcto. El que hay que seguir.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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