Sala Shake, Bilbao
La de cosas que habremos perdido con la llamada revolución
tecnológica. Se nos vende como que la llegada de las redes sociales y demás ha
supuesto un avance del copón, pero nunca se habla de todos los damnificados que
se quedaron por el camino. Aquella manera artesanal de obtener información que
consistía en pillar un tocho cualquiera y leérselo de cabo a rabo para subrayar
los datos interesantes. O esa liturgia especial que había al realizar sencillos
actos cotidianos como escuchar un disco en casa o acudir a un cine para
disfrutar de una película en pantalla grande. Placeres que se volverán
desconocidos para esas generaciones futuras que se ofenden casi por cada
esquina.
En tiempos de dictadura de lo políticamente correcto
convendría conservar en formol propuestas crudas y directas a la yugular como
la de los históricos donostiarras Discípulos de Dionisos, pioneros del porno
punk y pata fundamental de esa espectacular tríada que forman junto a sus
paisanos Nuevo Catecismo Católico y Señor No, el equivalente patrio a la
Santísima Trinidad del guitarreo escandinavo compuesta por The Hellacopters,
Turbonegro y Gluecifer. Gente que nos recuerda qué era la música con agallas.
Andaríamos a contrarreloj para poder acudir al concierto de
Airbag en el Kafe Antzokia, pero ni nos planteábamos faltar a una nueva visita
a la capital vizcaína de estos azotes de la incorrección por cuyas venas corre
el espíritu del verdadero punk. Y a pesar de que hemos estado en bolos suyos
asfixiantes en cuanto a peña, una multitud considerable se congregó aquella
noche de sábado en el Shake para rendir homenaje a la electricidad y a la
actitud sin paliativos. Una cita no apta para melindrosos ni mojigatos.
Debido a que los mexicanos Los Sustos llegaron tarde al
local no pudieron tocar tal y como estaba anunciado, aunque Snobs no perdieron en absoluto el
tiempo con una enérgica versión del “Won’t Get Fooled Again” de The Who y
piezas muy macarras como “No quiero ser como tú”. Rescataron también otros
temazos para levantarse del sitio del calibre del “Bomber” de Motörhead o el
apabullante “The Girl Who Lives on Heaven Hill” de Hüsker Dü, casi nada al
aparato. Y hasta se montó un pogo reducido con “Sucio lameculos”. Salvaje
total.
Snobs, salvajes totales. |
Si realmente existen conciertos que provocan idéntico efecto
al de un chupito de whisky, esos deberían ser los de Discípulos de Dionisos, una experiencia inolvidable para el que los
vive por primera vez y un recordatorio de desenfreno para los veteranos. Se oyen
tantas cosas acerca de sus directos que parece que cierto halo de leyenda les
envuelve, como ese rumor que asegura que en alguna ocasión han tocado en
pelotas o que incluso han aparecido en televisión, en concreto en ‘La noche
prohibida’ de Antena 3. Y la de historias curiosas que no sabemos. Los secretos
del culto.
Con el voceras y guitarra Juan completamente desatado, como
es habitual, enfilaron la actuación desde el comienzo con “Vidas cruzadas”, “Mi
obligación” y “Comer, beber, amar”, elocuentes testimonios de que en su estilo
no caben las medias tintas. Lo suyo es puro libertinaje, pues se zambullen de
lleno en el pilón y no levantan la cabeza hasta terminar. Sus temas de escasos
minutos pasan de refilón, pese a que sea inevitable no berrear el estribillo de
“Coca ardiendo”, en una ocasión hasta cambiaron su explícita letra por la
presencia de público infantil. Y “Látigo rojo” resulta tan evocadora que no
hace falta ni escuchar la primera palabra para saber de qué va el rollo.
Puede que a algunos su frenetismo les parezca demasiado
cafre, pero benditos sean esos bolos en los que no se agobia a la peña pidiendo
que den almas, se agachen o que hagan el pino puente, otra de las costumbres
infectas de la época moderna. Imposible detenerse en semejantes sutilezas
mientras los cortes casi se atropellan unos con los otros y los fieles no cesan
de moverse al ritmo acelerado que proponen los giputxis.
“Seventeen” se carga de un plumazo todos esos absurdos
prejuicios raciales que pululan en la actualidad y que exigen que en cada
ficción tengamos muestras de diversidad, así que hale, que los susceptibles
lean esta letra en voz alta, por favor. Y como “una canción sobre gente sumisa” se presentó “Soldados del
orgasmo”, otra bala a la cabeza de los meapilas, mientras su inquieto voceras
se tiraba por los suelos y lamía el clavijero. Si alguien quiere saber lo que
es la actitud del rock n’ roll, que eche un vistazo a Juan tanto en Discípulos
de Dionisos como en el proyecto Bullet Proof Lovers. Un derroche de energía sin
parangón.
Y no se sabe si fue cierto o lo contaba para impresionar el
personal, pero antes de “Ginger Lee” confesó que había conocido a la actriz
porno que da nombre al tema y que le impresionó “su mirada felina”. En su peculiar universo cabe cierta dosis de
frikismo, ya sea foráneo o patrio, como ese homenaje al cine quinqui que hacen
en “Navajeros”. ¡El Torete vive!
“En la época analógica
éramos más felices”, sentenció Juan previamente a arremeter con uno de sus
mayores himnos, “Vagina eléctrica”. Y entonces, ni cortos ni perezosos, el
cantante y el otro guitarra demostraron que en el amor no hay fronteras
comiéndose la boca a la vista de todos. Sin complejos. Para mí que lo de
oficiar en bolas va a ser una verdad como un templo. Fijo que se atreven a eso
y a mucho más. El punk todavía puede escandalizar.
Para no perdernos a Airbag tuvimos que salir escopetados de
allí, pero con la sensación de que aquello había sido un recital tremendo, como
meterse varias rayas de una tacada, después de eso se podría aguantar la tralla
que sea. Un agradable pitido en el oído certificaba que había sido una descarga
de las buenas. Quedaba confirmado. Los paladines de lo analógico son la
resistencia. Y que aguanten al pie del cañón por muchas innovaciones que
lleguen. La magia de lo añejo jamás la sustituirá una máquina.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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