Sala Shake, Bilbao
Existe tanta y tan variada oferta cultural en la actualidad
los fines de semana que casi se antoja todo un encaje de bolillos decidir lo
que uno va a asistir el viernes o sábado. Una empresa harto complicada si
tenemos en cuenta la espectacular transformación que ha sufrido en este sentido
la capital vizcaína hasta llegar a niveles que nada envidiarían las grandes
urbes de la península. Frente a consolidados recintos, otros viejos conocidos como
el Crazy Horse retoman su actividad concertil mientras siguen surgiendo garitos
modestos que se apuntan a la moda de que toque peña en su local. No hay nada
como una programación potente con nombres internacionales tipo la de La Nube de
Santutxu para dinamizar cualquier local.
En el Shake llevan ya un tiempecito considerable aportando
su granito de arena al circuito bilbaíno con figuras tanto locales como
foráneas y se han convertido en una parada inexcusable de camino al Kafe
Antzokia, situado a escasos metros. O viceversa, si uno realiza el trayecto
inverso. Por ese mismo motivo, no son pocos los artistas que después de actuar
en recintos más grandes, optan por acudir allí a relajarse y tal vez hasta
compartir experiencias con los fans en un ambiente más distendido.
Había otras alternativas interesantes aquel día, pero nos
decantamos por ver una vez más al enérgico trío Kinki Boys, pese a que ya
habíamos coincidido con ellos hace no demasiado en El Tubo de Barakaldo. Pero
aquella era una apuesta segura, sin riesgo de ningún tipo, pues de ningún bolo
suyo hemos salido decepcionado ni ningún término que se le acerque. Fue como
tirarse en plancha a una tumbona y esperar tranquilamente a que nos abaniquen.
Así cabe entenderse determinados conciertos.
Ante una afluencia de público modesta, Kinki Boys abrieron la velada apelando a ese territorio incierto
entre el rock n’ roll macarra y el siniestrismo que conforma su glorioso debut
de este año. Basta comprobar cómo suenan en las distancias cortas “Vete” o “Tengo
un plan” para convertirse de inmediato en seguidor de la banda. El magisterio
de Jordi Vila a la voz y las baquetas continúa siendo inapelable, todo un
espectáculo en sí mismo.
Jordi Vila impartiendo magisterio. |
Como hemos dicho, ya acudimos a un recital suyo hace poco,
así que no nos detendremos en exceso en el repertorio, compuesto básicamente
por piezas de su primer disco más algunas versiones escogidas con bastante buen
gusto. Si en su bolo barakaldés, por ejemplo, echamos muy de menos “Esta noche”
de Commando 9mm, en esta ocasión sí que atronó y además nos obsequiaron con “A
sangre fría” de La Broma de Ssatan, que no se la habíamos escuchado hasta
entonces.
La influencia de Parálisis Permanente se palpó en la
atmósfera ochentera de “Dímelo tú”, mientras que “Si algún día” conserva ese
tono nostálgico y macarra de los himnos pretéritos de Loquillo y Trogloditas
tipo “Piratas”. Toda una declaración de amor a la música con mayúsculas al
margen de estilos y etiquetas. Y a los discos de cada colección particular.
“Respira” nos sorprendió por ser la abrupta despedida antes
de los bises, desde luego no esperábamos que se fueran tan pronto. Por lo menos
no tardaron en regresar con la tribal “El poblao” y un “Perdida o muerta” que
tampoco estaba mal, aunque colocarla en tan privilegiada posición quizás sea
pasarse. Imaginábamos que darían el golpe definitivo con el apabullante “Un día
en Texas” de Parálisis Permanente, que ya han utilizado para finiquitar otras
veces y habría montado un pogo descomunal, pero nada de nada. Imperarían las limitaciones
de horario.
Gracias al puro azar uno puede encontrar descubrimientos
fascinantes, cosas que hasta entonces nunca se les había prestado la suficiente
atención se transforman en fundamentales y hasta llegan a cambiar la vida si te
descuidas. Eso sería fácil que sucediera con Rober Perdut, prototipo
inequívoco del malditismo en el rock n’ roll que formó parte de Los Fiambres y
en 2017 sacó un álbum en solitario titulado ‘Salmos del cable’ en el que
colaboraba gente insigne de la talla de Ana Curra, César Scappa o Dogo
Mercenario, cuya afición por los bajos fondos tanto tiene en común con el autor
que nos ocupa.
Exhibió de primeras sus credenciales con “Calamidad” y ya no
habría dudas acerca del rollo que llevaría este señor, es decir, reverencia
absoluta a Johnny Thunders. Letras viscerales y de jeringuilla en mano
captarían de inmediato nuestra atención, al igual que su inigualable talento
para subirse a las tablas y convertirse en el centro absoluto de atención. Sí,
hay gente con esa capacidad inefable que ha nacido indiscutiblemente para
liderar combos y hasta convertirse en estrella, si las drogas no ponen fin a su
carrera, claro.
Rober Perdut, un maldito elegante. |
“Estaba equivocado” reincide en el evangelio de yonkis del
rock con frases lapidarias como “en el
filo se está bien” o “el suicidio no
está mal” que certifican que Rober posee cierta habilidad y visión para los
textos poéticos decadentes, por mucho que en ocasiones abuse de los tópicos. Su
peculiar manera de bailar era además hipnótica total, una suerte de Mick Jagger
de puestazo que no dejaba indiferente cuando oficiaba a escasos metros. Para
amar u odiar, dependiendo de los gustos de cada cual.
Conocida nuestra afición por el lado turbio del rock n’
roll, nos pareció un personaje tremendo, que se atusaba el pelo entre canción y
canción y se dejaba la piel igual que si estuviera tocando ante miles de
personas, una figura de otra época que bien podrías encontrarte esnifando una
raya en los baños del CBGB o de cualquier otro garito histórico. En este
contexto no extraña que hasta adapte al castellano a grandes del glam punk como
Michael Monroe. Provocación en estado puro.
Y en este tipo de antihéroes la interacción con el
respetable es fundamental, por lo que no faltó el preceptivo baile con una fan
de la primera fila antes de la stoniana y macarra “Túnel de lavado”. Una parada
en la senda del vicio previa a “Vende tu alma”, la culminación definitiva a
cualquier acto sacrílego. Una pena que únicamente se atrevieran a amagar con el
“No Fun” de The Stooges, porque si lo hubieran materializado, el bolo habría
subido varios puntos.
Dos propuestas con el denominador común de la vida en el
filo, profetas incómodos en una sociedad que apenas presta atención a los
textos en general, no digamos ya si tratan asuntos escabrosos como hacen tanto
Kinki Boys y Rober Perdut. La resistencia al buenrollismo obligatorio
imperante. Copa y cigarro a la salud de los malditos.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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