martes, 3 de diciembre de 2019

TROPICAL FUCK STORM: HIPNÓTICA TORMENTA


Kafe Antzokia, Bilbao

Nos gusta vivir seguros, sin ningún tipo de sobresalto. Que nuestra rutina de todos los días no se vea alterada por ningún factor externo. Preferimos tumbarnos a lo largo del sofá de la zona de confort. Y que ningún elemento no deseado perturbe esa paz artificial que en realidad no merece ningún respeto. Es el descanso eterno de los muertos, de los tipos que ya no necesitan preocuparse por los aspectos terrenales y han renunciado a la interacción con el mundo exterior. Tristes vegetales sin ambición que harán lo mismo entre los vivos que criando malvas.

Si de verdad existe una música capaz de agarrarnos por las solapas y echarnos un buen rapapolvo, esa sería la de Tropical Fuck Storm, proyecto paralelo de los miembros de The Drones Gareth Liddiard y Fiona Kitschin. Unos señores que aspiran a volverse cada vez más raros con la edad y que las etiquetas de géneros se conviertan en una herramienta inútil para acertar a definir su caos sonoro en el que caben desde influencias post punk a hip hop. Una auténtica ida de olla, en definitiva.


Los asistentes al último Azkena Rock seguro que todavía no han olvidado la apoteósica sinfonía de ruido que se marcaron estos australianos que lograron eclipsar al resto de estrellas del cartel. Uno comentaba la jugada con los conocidos y era inevitable que no saliera a colación su nombre en menos de cinco minutos. Pocas herramientas de promoción hay más potentes que el boca a boca, por mucho que se cacaree tanto sobre las redes sociales. La sensación de disfrutar de algo in situ sigue siendo impagable.

Tal vez fruto de aquel éxito reciente el piso superior del Kafe Antzoki anduviera a reventar de peña una plena jornada entre semana, cualquiera diría que era sábado. Sin demorarse demasiado y con una actitud ruidista que ni los Swans, Tropical Fuck Storm desataron de primeras el caos sonoro con “Chameleon Paint” y “Who’s My Eugene?”, piezas hipnóticas para meterse de lleno en situación. De hecho, eso fue precisamente lo que hicieron muchos, puesto que para “You Let My Tyres Down” el ambiente de trance dominaba el recinto, con una multitud absorta y concentrada en los movimientos de Gareth y compañía, como si estuvieran abducidos.


El voceras oficiaba en ocasiones como si fuera un chamán y no habría extrañado que se le hubieran puesto los ojos en blanco en cualquier momento. Pese a lo experimental de su propuesta, la base que subyacía debajo de tanta chaladura era punk total, pues los gritos desgarradores eran frecuentes, así como las parrafadas casi recitadas en plan John Cooper Clarke, todo un poeta del imperdible.

Había algo mágico sobrevolando por ahí que te hacía clavar la vista en el escenario y no atreverte ni siquiera a ir a la barra para no perderte ni un instante de aquello. Dentro del carácter anárquico de su música se notaba que el espectáculo andaba muy rodado, en especial en lo que respectaba a los coros o a la descomunal pericia de su batería.


Parecían convivir varios rituales dentro de las tablas, como por ejemplo cuando Gareth se colocó la guitarra pegada al oído igual que si fuera un piel roja con la oreja puesta en la vía del tren. No había peligro de que nadie descarrilara, menos con un repertorio tan limitado que no superaba los dos álbumes. “Maria 63” se convirtió en un descenso a los infiernos antes de que juguetearan con acoples, otra costumbre ancestral en los bolos de este palo. Un hábito que se hallaba tan instaurado entre artistas y aficionados que algunos incluso dijeron que había terminado “perfecto”. Como la cuadratura de un círculo.

Pero esa noche debían de regresar obligatoriamente para unos bises, más que nada porque era el cumple del cantante, por lo que no dudaron en sacar pastel y chupitos para celebrar en su justa medida. Les desearon felicidades hasta en euskera. Y en esta tesitura de subidón, anunciaron una canción sobre “pasárselo bien”, algo tan ambiguo que dependerá obviamente del punto de vista de cada cual y que en este caso debía consistir en volverse locos con los pedales y los ruiditos. Que viva la disonancia.


Y como si se tratara de una especie de mundo al revés, “Braindrops”, la pieza que abría su último disco, servía también para despedirse con su aire a caballo entre el hip hop y el cabaret siniestro de Tom Waits, una delicia para escuchar en catacumbas, cementerios y demás sitios proclives al mal rollito. El preceptivo acople indicaba que ya se habían ido con la música a otra parte. Unos trotamundos del ruido.

Pues la hipnótica tormenta que desataron estos marsupiales empapó a unos cuantos y es muy probable que la humedad impregne todavía a más peña en la próxima visita. Esa deconstrucción del rock y el punk que ofrecen es un fenómeno meteorológico muy raro de contemplar y de que cale en los poco abiertos de mente. Aprovechemos de lleno el temporal antes de que vuelva el anticiclón.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA




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