Kafe Antzokia, Bilbao
Nos gusta vivir seguros, sin ningún tipo de sobresalto. Que
nuestra rutina de todos los días no se vea alterada por ningún factor externo.
Preferimos tumbarnos a lo largo del sofá de la zona de confort. Y que ningún
elemento no deseado perturbe esa paz artificial que en realidad no merece
ningún respeto. Es el descanso eterno de los muertos, de los tipos que ya no
necesitan preocuparse por los aspectos terrenales y han renunciado a la interacción
con el mundo exterior. Tristes vegetales sin ambición que harán lo mismo entre
los vivos que criando malvas.
Si de verdad existe una música capaz de agarrarnos por las
solapas y echarnos un buen rapapolvo, esa sería la de Tropical Fuck Storm,
proyecto paralelo de los miembros de The Drones Gareth Liddiard y Fiona
Kitschin. Unos señores que aspiran a volverse cada vez más raros con la edad y
que las etiquetas de géneros se conviertan en una herramienta inútil para
acertar a definir su caos sonoro en el que caben desde influencias post punk a
hip hop. Una auténtica ida de olla, en definitiva.
Los asistentes al último Azkena Rock seguro que todavía no
han olvidado la apoteósica sinfonía de ruido que se marcaron estos australianos
que lograron eclipsar al resto de estrellas del cartel. Uno comentaba la jugada
con los conocidos y era inevitable que no saliera a colación su nombre en menos
de cinco minutos. Pocas herramientas de promoción hay más potentes que el boca
a boca, por mucho que se cacaree tanto sobre las redes sociales. La sensación
de disfrutar de algo in situ sigue
siendo impagable.
Tal vez fruto de aquel éxito reciente el piso superior del
Kafe Antzoki anduviera a reventar de peña una plena jornada entre semana,
cualquiera diría que era sábado. Sin demorarse demasiado y con una actitud
ruidista que ni los Swans, Tropical Fuck
Storm desataron de primeras el caos sonoro con “Chameleon Paint” y “Who’s
My Eugene?”, piezas hipnóticas para meterse de lleno en situación. De hecho,
eso fue precisamente lo que hicieron muchos, puesto que para “You Let My Tyres
Down” el ambiente de trance dominaba el recinto, con una multitud absorta y
concentrada en los movimientos de Gareth y compañía, como si estuvieran
abducidos.
El voceras oficiaba en ocasiones como si fuera un chamán y
no habría extrañado que se le hubieran puesto los ojos en blanco en cualquier
momento. Pese a lo experimental de su propuesta, la base que subyacía debajo de
tanta chaladura era punk total, pues los gritos desgarradores eran frecuentes,
así como las parrafadas casi recitadas en plan John Cooper Clarke, todo un
poeta del imperdible.
Había algo mágico sobrevolando por ahí que te hacía clavar
la vista en el escenario y no atreverte ni siquiera a ir a la barra para no
perderte ni un instante de aquello. Dentro del carácter anárquico de su música
se notaba que el espectáculo andaba muy rodado, en especial en lo que
respectaba a los coros o a la descomunal pericia de su batería.
Parecían convivir varios rituales dentro de las tablas, como
por ejemplo cuando Gareth se colocó la guitarra pegada al oído igual que si
fuera un piel roja con la oreja puesta en la vía del tren. No había peligro de
que nadie descarrilara, menos con un repertorio tan limitado que no superaba
los dos álbumes. “Maria 63” se convirtió en un descenso a los infiernos antes
de que juguetearan con acoples, otra costumbre ancestral en los bolos de este
palo. Un hábito que se hallaba tan instaurado entre artistas y aficionados que
algunos incluso dijeron que había terminado “perfecto”. Como la cuadratura de un círculo.
Pero esa noche debían de regresar obligatoriamente para unos
bises, más que nada porque era el cumple del cantante, por lo que no dudaron en
sacar pastel y chupitos para celebrar en su justa medida. Les desearon felicidades
hasta en euskera. Y en esta tesitura de subidón, anunciaron una canción sobre “pasárselo bien”, algo tan ambiguo que
dependerá obviamente del punto de vista de cada cual y que en este caso debía
consistir en volverse locos con los pedales y los ruiditos. Que viva la
disonancia.
Y como si se tratara de una especie de mundo al revés,
“Braindrops”, la pieza que abría su último disco, servía también para
despedirse con su aire a caballo entre el hip hop y el cabaret siniestro de Tom
Waits, una delicia para escuchar en catacumbas, cementerios y demás sitios
proclives al mal rollito. El preceptivo acople indicaba que ya se habían ido
con la música a otra parte. Unos trotamundos del ruido.
Pues la hipnótica tormenta que desataron estos marsupiales
empapó a unos cuantos y es muy probable que la humedad impregne todavía a más
peña en la próxima visita. Esa deconstrucción del rock y el punk que ofrecen es
un fenómeno meteorológico muy raro de contemplar y de que cale en los poco
abiertos de mente. Aprovechemos de lleno el temporal antes de que vuelva el
anticiclón.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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