miércoles, 7 de octubre de 2015

THE LIVING DEADS: CARAVANA DE VARIEDADES



Satélite T, Bilbao

Las películas de carretera o road movies son todo un género en sí mismo. Hablamos de aquellas en las que los protagonistas emprenden un viaje a ninguna parte sin billete de vuelta y a menudo acaban sufriendo una revelación que cambia por completo su concepción de la vida. Una transformación de proporciones épicas que caracteriza a las grandes historias y llega incluso a eclipsar los kilómetros recorridos, una mera excusa ante la verdadera travesía interior.

Desde una caravana convertida en centro de operaciones, los norteamericanos The Living Deads han llevado al extremo la filosofía punk del “háztelo tú mismo” al encargarse de diseñar e imprimir sus propias camisetas, organizar giras y hasta reclutar guitarristas por cada pueblo que pasan, después de que uno de ellos les abandonara horas antes de lanzarse a tirar millas.

Por sus filas han pasado Danny B. Harvey de The Head Cat, Chuck Hughes de Hillbilly Hellcats o James Hunnicut de Revolvers, tipos que ya se han unido al batería Randee McKnight y la carismática contrabajista Symphony Tidwell con idéntica fidelidad al polvo de una noche. Una relación abierta sin sentimentalismos consciente de que en cualquier momento el puesto puede ser ocupado por otro.

En un ambiente selecto de chicas psychobillies, moños gigantes como los de las Ronettes y algún que otro vestido amarillo, The Living Deads demostraron clase de primeras con “Hot Sick”, copando la atención la tatuada contrabajista Symphony con vestido de cuadros escoceses, medias rasgadas de rejilla, cabello teñido de azul y maquillaje siniestro para la ocasión. El personal no tardó en animarse a bailotear a la antigua usanza y para el segundo tema el batería ya se levantó de su sitio con un country macarra, seguramente sería uno de esos tíos que no puede permanecer sentado en los bares con un fiestón en ciernes.

La frenética “Shit Men Say To Symphony” añadió poso surfero mientras la muchacha se dejaba los dedos al aporrear las cuerdas. Y rescataron el “White Lightning” de George Jones de 1959 insuflando a la pieza el doble de revoluciones. No existía el más mínimo ego en el trío, pues se turnaban el micro con absoluta naturalidad, aunque la que de verdad levantaba ovaciones y era el 100% del glamour del grupo era la contrabajista, con su sugerente manera de entonar y entrega a las tablas.

“Everything Is Broke (But Our Love)” narra los avatares de la vida a lomos de una caravana, en esos momentos de Murphy en los que parece que los astros se confabulan en contra y solo queda agarrarse a lo inmutable, los sentimientos y esas cosas. Symphony aprovechó para saludar a un DJ local del palo y por el entusiasmo que demostró el aludido suponemos que esa noche no pudo dormir y tendría sueños vaporosos por lo menos.


En un género que a veces se torna tan encorsetado sorprendieron sus cambios de tercio, el rollo casi pastoral de “Truck Stop Snacks” precedió a la tralla genuinamente punkarra de “Robot Kids” y los punteos al tuétano provocaban descontrolados pogos con los brazos dando vueltas como rodillos. No dudaron en presentar algún corte nuevo tipo “Taste For Blood”, con toques cinematográficos, en el que dar rienda suelta a su pasión por los muertos y la Serie B, en esta línea no desentonó el inmortal “The Way I Walk” de Jack Scott popularizado por The Cramps, uno de los temas más sensuales que existen en el que hasta un rockabilly del público se subió a cantar. 


La recta final fue de infarto con la vieja gramola abierta de par en par y clásicos girando como el “Whole Lot Of Shakin’ Goin’ On” del “Killer” Jerry Lee Lewis, muy realzado por el contrabajo, o un apabullante “Beat On The Brat” de The Ramones con el acelerador pisado a tope. En tales circunstancias, no volver a las tablas hubiera sido una afrenta imperdonable, pero correspondieron con el “Oh, Boy!” de Buddy Holly, llevándola por supuesto a su rabioso terreno.

Una guinda perfecta para finiquitar  esta caravana de variedades que nos ofrecieron los de Colorado en la que cabía rockabilly, punk, psychobilly, clásicos añejos y actitud a raudales, haya cuatro gatos o cien mil. Al día siguiente, en la Helldorado de Vitoria, acabaron tocando sin ropa. Me lo creo.

TEXTO: ALFREDO VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN

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